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  • La historia del abogado que se animó a ser músico: el método de las diez mil horas y la filosofía de “hecho es mejor que perfecto”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/12/2025 04:46

    "Es hora es un himno a la vida", dice Grispo Jorge Grispo está por cumplir 60 años y tiene una trayectoria difícil de encasillar: es uno de los abogados más reconocidos del país, autor de 56 libros y, recientemente, acaba de ser distinguido como Personalidad Destacada en el ámbito de las Ciencias Jurídicas por la Legislatura porteña. A eso se suma su pasión por el tenis y la pintura y, desde hace muy poco, una faceta que nadie esperaba: la de músico. Su vínculo con la guitarra volvió durante la pandemia. “Había estudiado de chico, cuatro o cinco o seis años, pero me había olvidado de todo”, admite. Lo que empezó como la búsqueda de acordes en YouTube —algo que antes jamás hubiera imaginado hacer— terminó derivando en un método riguroso: un profesor de guitarra, clases de canto, horas de práctica diaria y una banda de rock armada entre amigos. Derecho Eterno, hoy Derecho Eterno Amplified, ensaya religiosamente todos los sábados a las nueve de la mañana. “Un horario poco roquero”, dice Jorge entre risas. En paralelo, empezó a escribir y a grabar sus propias canciones como solista. Ese proceso desembocó, ahora, en su primer Acoustic Live Session, un trabajo despojado donde apuesta a que “se destaquen las letras”. Esta semana, Infobae lo visitó en su casa de Pilar, donde montó un estudio al que llama “la salita de juegos”. Es un subsuelo luminoso, con paredes acústicas y más de una veintena de guitarras. “Las gorditas de madera son las acústicas; las otras, las eléctricas. Y suenan todas distinto”, dice. Algunas son verdaderos tesoros y por eso las tiene en vitrinas. Entre ellas destaca una Fender Telecaster blanca con estampillas de Argentina, parte de una colección especial diseñada por el dueño de Fender. Otras tienen un valor más afectivo, como una Taylor —llena de stickers— con la que tocó en su primer show. Mientras es retratado por el fotógrafo, Jorge no deja de tocar la guitarra. Es casi una necesidad. “Acá compongo todas las canciones”, cuenta. “Trato de practicar todos los días, por lo menos una hora. Estoy tratando de llegar a las diez mil horas”, dice, acerca del método popularizado por Malcolm Gladwell, que sugiere que para alcanzar la maestría en cualquier habilidad se necesita un mínimo de diez mil horas de práctica. En ese recorrido ya abrió un show de Las Pastillas del Abuelo en Mar del Plata y grabó un tema con Adrián Barilari, vocalista de Rata Blanca. A casi cinco años de haber empezado a estudiar guitarra en serio —y a dos de su primer show—, repasa cómo fue su debut ante el público, de qué manera construyó una disciplina musical tan estricta como la jurídica, qué historias esconden sus temas y cómo lidia con críticas y miradas ajenas. “Hecho es mejor que perfecto”, asegura. Jorge retomó su vínculo con la guitarra durante la pandemia. “Había estudiado de chico, cuatro o cinco o seis años, pero me había olvidado de todo”, admite (Foto/Jaime Olivos) —¿Cómo describirías tu relación con la música? —Arrancó de chico. Tomé clases de guitarra y canto cuatro, cinco, seis años. Después dejé, pero siempre estuve vinculado a la música “desde la oreja”. Hice mi carrera de Derecho escuchando música: The Police, Queen, Supertramp, The Rolling Stones, The Beatles. También clásica y algo de jazz. —¿Qué pasó para que decidieras volver a tocar la guitarra a los 55 años? —Pasó la pandemia. Hasta 2020 estaba muy enfocado en mi carrera y en el tenis. Entrenaba tres o cuatro horas por día y viajaba a jugar por todos lados, desde Tucumán hasta Mar del Plata. La pandemia me cambió la cabeza. Así como antes no existía el homeoffice, tampoco era una posibilidad, para mí, ponerme a estudiar algo por Internet. Me gustaba ir a una clase y tener un profesor. Jamás me hubiese puesto a estudiar acordes o variaciones de acordes en YouTube… y fue exactamente lo que empecé a hacer. Me compré una guitarra y armé mis primeras estructuras de canciones, muy rudimentarias. Después llamé a un profe, empecé a estudiar en serio y, casi de casualidad, en mi grupo de amigos de tenis encontré un guitarrista y un cantante. Y un abogado de mi estudio tocaba la batería. Mi profesor de guitarra agarró el bajo. En tres meses estábamos tocando mis temas. —¿Arrancó como un hobby y enseguida tomó un rumbo más profesional? —Sí. No me sale hacer las cosas a medias. La banda se llama Derecho Eterno, que ahora es D.E.A., Derecho Eterno Amplified. Somos una banda de rock de amigos. El tema con las bandas es que tienen un ritmo que mi creatividad supera. Yo tenía escritas 150 canciones y todos los sábados ensayábamos las mismas ocho, porque había que aprenderlas. Entonces empecé a armar mis propios temas, sin querer, sin buscarlo. Grababa maquetas con el teléfono, llegaba a algo que más o menos me gustaba y se lo pasaba a un productor. En el medio tuve la suerte de conocer a Fernando Scarcella —ex baterista de Rata Blanca—, que es como mi ángel de la guarda; y a Pablo Motyx —bajista de Rata Blanca—, que fueron quienes empezaron a guiarme. En su estudio, Jorge Grispo tiene más de una veintena de guitarras (Foto/Jaime Olivos) —¿Y en qué año debutaron? —El primer show lo hicimos en el jardín de mi casa, en una carpa. Invité a 70 amigos. Les dije: “Chicos, vengan. No les va a gustar, pero aplaudan igual”. La consigna era que nos hicieran la gamba. Si no me falla la memoria, fue en diciembre de 2023. —¿Y cómo te sentiste? —La música fue salir de mi zona de confort. Como dije antes, a mí las cosas a medias no me salen. Cuando jugaba al tenis tampoco: tenía una nutricionista, un deportólogo, un preparador físico y entrenaba con Luis Lobo, que entrenó a Nalbandian. Me gusta rodearme de gente mejor que yo, que me pueda enseñar, porque eso acorta los procesos. Y hay una realidad: si querés que todo sea perfecto, no avanzás. Hecho es mejor que perfecto. Es una filosofía de vida de la que también hablo en mi libro Tratarte Bien. Tiene que ver con soltar, disfrutar, cambiar. En mi caso fue pasar de la seguridad de 35 años de profesión a subirme por primera vez a un escenario, ante 1.500 personas. Fue el 12 de septiembre de 2024, un año después de formar la banda. Abrimos para Las Pastillas del Abuelo en GAP, en Mar del Plata. Dos segundos antes de que se abriera el telón se me llenó el culx de preguntas. —¿Y qué te sostuvo en ese momento? —Confié en el proceso. Habíamos trabajado mucho para llegar hasta ahí. Me pasaba lo mismo cuando jugaba al tenis y llegaba el momento del partido: Si cuando llega el momento de hacer algo vos no confiás en vos mismo, ¿quién va a confiar? "Hace unos meses sacamos una canción que se llama 'Mandriles Ensobrados'. Tomé un dato de la realidad y, con un poco de humor e ironía, armamos un rock que quedó muy bien", cuenta Jorge —¿Te importó lo que podían decir? —No. Primero, porque no le tengo que dar explicaciones a nadie. Segundo, no estoy haciendo nada ilegal. Y es una pasión, como el que hace botánica y, en vez de agarrar una guitarra, poda un bonsái. Además, siempre fui una persona pública: publiqué libros desde muy joven, di entrevistas, estuve en medios. Profesionalmente tengo mi estilo: soy serio, técnico, sé lo que hago y por eso tengo los clientes que tengo. Esa también es una reputación. Muchos colegas o amigos no lo entendían y me decían: “Pará, vas a hacer el ridículo” o “Sos un abogado con carrera, ¿qué hacés?”. —Nada de eso te detuvo... —La única forma de no hacer el ridículo es hacerlo bien. Los temas del Acoustic Live Session te podrán gustar o no, pero técnicamente están correctos: la voz está afinada, los instrumentos suenan como tienen que sonar. Los ocho temas que componen esos 35 minutos fueron seis meses de trabajo. Llevar las canciones al formato acústico es, prácticamente, hacerlas de nuevo. —¿Qué buscás comunicar con esa simplicidad? —Lo despojado del acústico tiene que ver con que lo importante son las letras, ni siquiera quién las canta. El tema Tratarte bien, por ejemplo, nació en un hospital psiquiátrico. Tengo un cliente, un exjugador de fútbol muy conocido. Un gran tipo, con un corazón enorme, que terminó internado treinta días. Yo lo visitaba todas las mañanas. No iba por una obligación profesional: me gustaba estar con él y tratar de ayudarlo. “Che, no seas tonto, trátate bien, cuídate”, le decía. Un día llegué a casa y, como soy creativo, empecé a imaginar todo eso en formato de canción. Cuando volví a verlo le dije: “Te escribí esta canción. Escuchala”. Cada tema tiene una historia. En 2025 fue distinguido como Personalidad Destacada en el ámbito de las Ciencias Jurídicas por la Legislatura porteña —¿Es más fácil escribir canciones que libros? —Son cosas distintas. El libro es como una maratón; la canción, un sprint. Requieren entrenamientos diferentes. Ser escritor de libros, no digo que no tenga nada que ver con escribir canciones, pero son técnicas distintas. Escribir una canción es como escribir una poesía. Tiene que haber cierta rima, tiene que haber una métrica. La música es matemática. —Antes contaste que una charla fue el disparador de un tema. ¿Qué otras cosas te inspiran para componer? —Por ejemplo, No quiero vender mi alma, que es la tercera canción del acústico, la escribí para mí. Arranca diciendo: “En otra vida fui un héroe, en esta un arlequín…”. Es como describirme. Y la idea es esa: hacer las cosas porque lo siento, porque no jodo a nadie. Es hora es un himno a la vida. En una época de mi vida, a mí me gustaba mucho un tema de Serrat, Hoy puede ser un gran día, porque me levantaba el ánimo. Pensando en esa canción escribí Es hora: de levantarse, de abrir los ojos, de empezar de nuevo, dejar atrás lo que no es bueno, de mirar el cielo. Decime si es verdad es para esos momentos en los que estás en una relación y tenés dudas. —¿Y cómo te llevás con las devoluciones? —Hay de todo. La crítica no me molesta, jamás. Yo tengo derecho a hacer, escribir, cantar y publicar lo que para mí está bien. Si a vos no te gustó o te parece una cagada, también tenés derecho a decirlo, con respeto o sin respeto. Está la gente a la que le gusta odiar. Tipos que no se animaron a cantar más que en la ducha y te dicen “Cantás mal”. Pero no entro en esa, no me interesa. A mí esto me hace bien, me hace feliz. Y encontré un montón de gente divina en el ambiente de la música, como Fernando y mis amigos de Derecho Eterno. El 21 de diciembre vamos a tocar en el Centro Cultural San Isidro, con Adrián Barilari. Con él también grabé un tema. Se llama Sin tu amor y vamos a estrenarlo el 14 de febrero de 2026, el día de los enamorados. "Aprender a tocar el piano es una asignatura pendiente", dice Jorge (Foto/Jaime Olivos) —¿Y qué te pasa cuando cantás con músicos como Barilari? —Siento mucho respeto y trato de aprender todo lo que pueda: soy como una esponja. Y el hecho de que te permitan tocar con ellos está bueno, porque te están reconociendo; con su trayectoria, de alguna manera, te avalan. Fernando Scarcella es uno de los mejores bateristas del mundo y se sube a tocar con nosotros. Adrián Barilari es un cantante de tal magnitud que con solo verlo ya te llevás un montón: cómo llega al estudio, cómo se aprende la canción —que encima era mía, mi letra—, la garra, el profesionalismo. Ahora tengo previsto grabar con otros cantantes famosos, si Dios quiere. Siempre desde el respeto y la admiración por su carrera. —Viviste golpes muy fuertes, como la muerte de tu hija, la enfermedad tuya y la de tu hijo. ¿Ese dolor alguna vez se convirtió en un motor para componer? —No es que el dolor ayude, pero sí te permite entender las cosas de otra manera. Si un día me levanto triste, miro todo lo malo que me pasó y me digo: “No podés estar triste”. Es como que te cambia el chip. Veo a mucha gente, incluso amigos, preocupados por nimiedades. La vida pasa por otro lado. La muerte está tan segura de sí misma que te da toda una vida de ventaja, porque sabe que te va a ganar. Ojalá a los veinticinco, treinta o cuarenta años hubiese tenido el conocimiento que tengo hoy. Hubiese vivido distinto, me hubiese hecho mucha menos mala sangre, hubiese cuidado más a la gente que quise, a mis amigos, hubiese tenido otra relación con mis viejos. Es fuerte, pero depende de cómo lo mires. Algunos dirán: “Tuviste la desgracia de que se te murió una hija”. Yo prefiero pensar: “Tuve la gran alegría de tenerla cinco años en mi vida”. Si no lo pensás así es muy difícil reconciliarse. —¿Qué significa para vos ser músico? —En primer lugar, ser músico significa hacer algo que me gusta y que disfruto. Disfruto compartir la música y lo hago con el mayor respeto por la persona que me va a dedicar un minuto, treinta segundos o tres horas en escuchar un repertorio. No me importa el tiempo: lo hago con responsabilidad y tratando de dar lo mejor que puedo. La música es otra forma de expresarme. Es hablar con poesía. [Fotos: Jaime Olivos]

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