01/12/2025 18:26
01/12/2025 18:26
01/12/2025 18:24
01/12/2025 18:23
01/12/2025 18:22
01/12/2025 18:21
01/12/2025 18:21
01/12/2025 18:18
01/12/2025 18:17
01/12/2025 18:17
Parana » Ahora
Fecha: 01/12/2025 13:50
Es domingo todo el día, decía un señor que creía ser gracioso, la frase viene con la duración del tiempo, con la densidad de la humedad y el alivio de la frescura. La lluvia pica en la casa, en las paredes y en el techo, en la galería y contra la chapa del vecino. Las gotas se imponen lentamente en los árboles que se estiran con el viento. Hay un movimiento suave en las plantas, como cuando un animal deja que su columna crezca mientras entra a nadar por una orilla. Mi hermano mayor buscaba nutrias, con él caminábamos cerca del tajamar de la zona. Entrábamos a los campos abriendo alambrados como si fuesen bocas, metiendo el cuerpo inclinado con temor a ser mordido por las púas. Las perdices abrían un zumbido y volaban como no queriendo despegar de la tierra por un trecho largo hasta subir obligadas a desperezar bien las alas. Las perdices hacían durar su despegue como si el cielo fuese otro peligro, preferían la altura de los cardos entre su cuerpo, las espinas rozándolas en vez de las nubes claras contra el fondo celeste. El cielo parecía mezclarse entre las cosas que tocábamos, estaba frente al agua aunque se tratara de pozos oscuros. Asomaba su piel trasnslúcida entre los árboles que parecían ir extinguiéndose de tan inmensos. Monumentos hechos a sí mismos con el testimonio de los loros que enredaban pajas largas y ovillaban ramas que pinchaban el ombligo de un ángel. Árboles que permanecían estoicos y secos pero aún con cantos de pájaros. Mientras aún es domingo y llueve, escucho el ronquido de esos autos en los que salíamos de nuestra primera casa. El resbalón en el asiento. El mareo con el ojo pegado al vidrio y el paisaje perdiéndose como una línea sin forma. Mamá guardaba bolsas en la guantera por si me descomponía. Y no fallaba. Venía una revuelta en el estómago como una ola que choca contra piedras y sube, asomaba la cara y chupaba aire como bebiendo líquido por la ventanilla. Los párpados se volvían rojos y pesaban igual que ropa mojada. A casa volvíamos empapados, calzados de un barro duro que se pegaba a la piel y ardía al quitarse porque lograba arrancar vellos. Quizás nos hemos cuarteado a la salida de esas travesías, quizás seguimos pisando el lodazal y buscamos hundirnos de nuevo. Quizás hay un pellejo que nos espera prendido de los abrojos. Quizás sobra el cuero endurecido.
Ver noticia original