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  • El 4 de diciembre no entiende de fronteras

    » Diario Cordoba

    Fecha: 01/12/2025 10:12

    Actualmente, Andalucía no solo continúa siendo tierra de emigrantes (especialmente de jóvenes universitarios que buscan un empleo acorde con su formación), sino que, desde la década de los años ochenta del pasado siglo, miles de personas procedentes de otros continentes y países europeos se han incorporado a la vida de nuestros pueblos y ciudades. Blas Infante proclamó a los cuatro vientos, en un manifiesto dirigido al conjunto de los andaluces, que «en Andalucía no hay extranjeros». Esta frase sintetizaba su visión de una tierra abierta, inclusiva y solidaria. Para el padre de la patria andaluza, Andalucía posee una identidad cultural plural; de ahí que nadie deba considerarse extranjero, lo que convierte a Andalucía en un modelo de convivencia abierta y pacífica. La cultura andaluza, de hecho, se ha configurado históricamente gracias a las aportaciones de múltiples pueblos. A través de rutas, conquistas y encuentros, estas culturas la han ido transformando, actualizando y enriqueciendo. Sin embargo, algunas de las poblaciones que formaron parte de nuestra historia y nuestro acervo cultural fueron eliminadas o invisibilizadas (como la población negroafricana) o directamente excluidas (como el pueblo gitano). El rechazo xenófobo hacia el emigrante pobre ha estado, y sigue estando, muy extendido en todo el mundo. La inmigración, que volvió a crecer en las últimas décadas por la demanda de mano de obra en un mercado laboral secundario (agricultura, construcción, hostelería y trabajo doméstico), ha sido sometida a políticas de control fronterizo. Como frontera sur de Europa, Andalucía ha presenciado la estigmatización y criminalización de la misma población que el propio sistema económico necesita de forma estructural, incorporándose las personas migrantes a la sociedad en condiciones de gran precariedad. En los últimos años, una ola xenófoba y de corte fascista está poniendo en riesgo los derechos humanos y amenazando especialmente al feminismo, al colectivo LGTBIQ+ y a la población migrante, tratándolos como una amenaza y sin reconocer la necesidad y el valor del aporte migratorio. Más allá de la nacionalidad, las personas migrantes deben ser consideradas andaluzas desde la diversidad, como plantea la antropóloga Susana Moreno. El término «migrante» funciona como un concepto de frontera y discriminación, que establece una dicotomía entre la población autóctona y quienes llegan de otros lugares. Sentirse andaluz no implica renunciar a la cultura de origen. En Andalucía resulta perfectamente compatible profesar la religión musulmana y participar de las fiestas de la comunidad; practicar el Ramadán y asistir a la cena de Nochebuena; o recibir, en la diversidad del alumnado, una misma formación reglada. Todo ello evidencia respeto y tolerancia hacia la diversidad cultural y religiosa. El mestizaje se manifiesta en parejas mixtas, en adopciones de menores procedentes de otros países, en mujeres que crían a hijos o nietos nacidos en otros lugares, o en comunidades negras que se reconocen como afroandaluces, como sucede con el grupo musical Ballena Gurumbé. Estos denominadores comunes y las relaciones interpersonales contribuyen a naturalizar la sociedad, igualarla y hacerla más fraternal, al rechazar la desigualdad y la exclusión. La mirada debe dirigirse hacia todas estas personas, que constituyen auténticos ejes de resistencia a la xenofobia y exclusión.

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