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» Diario Cordoba
Fecha: 28/11/2025 11:27
En un contexto de transacciones, todos los trabajadores merecerían respeto por parte de los clientes y, quizás, en el ámbito de la hostelería todavía más. En varias ocasiones, la aleatoriedad de la vida nos ha llevado a sentarnos con quien, lamentablemente, no tiene reparo en sacar a pasear el más grosero e injusto de los desprecios. La descortesía no solo se relaciona con tutear a alguien, sino también con la ausencia de los atenuadores de que dispone la lengua para dirigirse al prójimo. En efecto, fórmulas como «por favor» o «gracias», el tiempo imperfecto de indicativo, el modo condicional, o el uso de diminutivos diluyen la agresividad inherente a algunos actos comunicativos. Todo ello puede ir acompañado de una mirada de agradecimiento y comprensión, y no de esos ojos que necesitan dejar claro que la relación es asimétrica y que ellos se encuentran en una posición jerárquica superior a la de quien debe servirles. El imperativo grosero revela clasismo expresivo, violencia verbal y una concepción feudal del otro. Algunos de los que siempre soñaron con comer caviar tratan de demostrar en la mesa que por fin tocan con sus dedos un imaginario marquesado. Habrán escalado económicamente, pero, desde luego, no culturalmente, toda vez que humillan para dejar atrás la sombra de su pasado. Asimismo, en el Congreso y en la vida pública abundan insultos, desprecios, actitudes altivas y conciencia de impunidad. Si quienes deberían dar ejemplo viven instalados en la soberbia, es harto complicado que no la repliquen los que solo disponen de una mesa para sentir que portan un cetro de poder. La sociedad está enferma: falta decencia y sobra más de un Don Catrín de la Fachenda. *Lingüista
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