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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/11/2025 00:31
Domenico Modugno está estrechamente vinculado al Festival de San Remo, donde en 1958 obtuvo la consagración con Nel blu dipinto di blu, la canción que el mundo adoptó como “Volare”. Hay ciudades que viven de su paisaje y otras de la historia que cargan. Polignano a Mare sostiene las dos cosas, como si hubiera sido construida para que un viajero llegue por primera vez y sienta que el Adriático puede convertirse en un recuerdo personal. La vía que conduce desde Bari hacia el sur dura 31 minutos en Trenitalia por 2.5 euros y atraviesa campos de olivos espesos, paredes de piedra y una luz que parece insistir en un verano sin fecha. Hoy es un día nublado, el cielo se cubre de nubes. En la entrada del pueblo, poco antes de que aparezca el mar con su filo azul, se percibe que la historia no solo está en los monumentos sino en la manera en que la gente camina, conversa y mira hacia la costa, como si buscara algo que sabe que ya ocurrió. Polignano a Mare no necesita presentarse. Todo sucede de manera lenta. Las escalinatas de piedra se abren entre calles angostas, las flores colgantes adornan las ventanas, el aroma a pescado frito y el mar se filtra en cada conversación. Los viajeros avanzan en procesión hacia las terrazas que asoman al agua, buscando ese punto exacto donde la postal coincide con lo que imaginaban antes de llegar. Aunque siempre hay algo que no entra en el encuadre. Como si al mirar por el celular, lo despampanante de la naturaleza se redujera a un plano limitado. La playa Lama Monachile, ubicada bajo los acantilados es uno de los paisajes más emblemáticos del sur de Italia. En el extremo del pueblo nuevo, sobre un acantilado que parece flotar, la estatua del cantante Domenico Modugno abre los brazos hacia el horizonte. No hay dramatismo en el gesto, sino una especie de ritual de agradecimiento. Modugno nació en Polignano a Mare en 1928 y pasó de ser hijo de un agente municipal a convertirse en una de las voces más influyentes de la música popular italiana del siglo XX. Actor, compositor y legislador en sus últimos años, fue sobre todo el autor de ‘Nel blu dipinto di blu’, la canción que en 1958 redefinió la música italiana, ganó dos premios Grammy y llevó la palabra ‘Volare’ a todos los rincones del mundo. Su historia funciona como un punto de encuentro entre la identidad local y la memoria colectiva. La estatua de Domenico Modugno, obra del artista argentino Hermann Mejer, se erige sobre un acantilado como símbolo de la identidad local. Durante todo el día, las personas se detienen para mirarla, posar con ella e imitar el gesto hacia el cielo. Siempre se tararea el ‘Volare’. La canción aparece sin pedir permiso, todos la tenemos en nuestro imaginario. Hay quienes llegan desde distintos puntos de Italia solo para escucharla en el lugar donde nació la historia. Hay quienes vuelven después de muchos años y encuentran en esa voz una puerta hacia el pasado. Para la generación silver, el tema no es solo música sino un fragmento de vida que se reactiva con una simple nota. En Polignano, la nostalgia no tiene forma de melancolía sino de persistencia. Es un recuerdo que vuelve a la superficie sin imponerse. La playa Lama Monachile aparece debajo del acantilado, unos metros más adelante de la estatua, encajada entre dos paredes de roca, como escenario de una película épica de domingo de matiné. Desde arriba, el agua se ve esmeralda, con una paleta que atraviesa los verdes y los celestes. El sonido del mar se amplifica entre los acantilados hasta convertirse en temblor. En la bajada hacia la playa todo se vuelve más íntimo. Las conversaciones se reducen y el aire se mezcla con el olor a sal. Es un lugar donde los pasos tienen otro ritmo y donde la mirada se acostumbra a distinguir detalles: rocas, símbolos, estatuas, bocatas. Un artista argentino y el ritmo del pueblo La escultura fue creada por el artista argentino Hermann Mejer y colocada allí en 2009. Mejer, formado en Buenos Aires y Roma, encontró en Modugno una figura que condensaba su propia obsesión por el movimiento. Trabajó durante meses para capturar no a un ícono, sino a un instante: ese momento previo al estribillo, cuando la voz toma impulso y el cuerpo acompaña. La generación silver encuentra en Polignano a Mare y en la voz de Modugno un vínculo nostálgico con la memoria colectiva italiana. La pieza mide tres metros y descansa sobre una base que imita la rugosidad de la piedra local. Al atardecer, la luz se desliza por el bronce y la estatua parece avanzar un paso. Es un efecto mínimo, pero suficiente para que algunos visitantes juren que “Modugno se mueve”. La ciudad lo trata como a un vecino que nunca se fue, aunque tuvo un paso importante en Sicilia. Mientras, Polignano conserva la estructura de un pueblo que creció mirando el mar: callecitas que se enredan entre sí, balcones que cuelgan sobre las rocas, mujeres que tienden ropa. En cada esquina hay un fragmento de esta historia: un mural pequeño, una frase pintada, un bar que anuncia un caffè speciale, un sandwich de pulpo. No es un decorado turístico. Es un lenguaje que el pueblo aprendió a hablar sin darse cuenta. La canción como himno La historia de ‘Nel blu dipinto di blu’ no tiene un origen único. Las versiones sobre su génesis se cruzan según quién cuente. Una dice que la idea surgió una mañana, mientras Franco Migliacci y Modugno miraban el cielo desde la ventana de su casa en Roma: el azul los impresionó, y de inmediato nació la frase «mi dipingevo le mani e la faccia di blu». 1st February 1958: Sicilian composer and singer Domenico Modugno performing at the eighth Italian Song Festival, held in the casino of San Remo. (Photo by Keystone/Getty Images) Otra relata que la chispa vino de unas reproducciones de cuadros de Marc Chagall que Migliacci tenía colgadas en las paredes: aquellas figuras suspendidas sobre ciudades azules le evocaron la noción del vuelo, del cuerpo pintado de cielo. Una tercera, más onírica, afirma que la letra nació tras una pesadilla de Migliacci, una noche de intensa pesadumbre en la que soñó con un hombre flotando en un cielo oscuro. Todas las versiones coinciden en un punto: la canción fue fruto de una emoción interior, no de una estrategia comercial. Y esa emoción se tejió con nostalgia, deseo y un anhelo de volar. Un paraíso en Italia, un pueblo que guarda el secreto de una canción histórica. Cuando Modugno interpretó la canción en el Festival de San Remo de 1958 abrió los brazos como quien se ofrece al aire. Fue un gesto espontáneo, sin coreografía: un reflejo. Eso quedó grabado en la memoria colectiva. Desde ese momento ‘Volare’ dejó de ser solo una canción: se convirtió en símbolo. No hubo necesidad de gestos elaborados; bastó ese instante para que el mundo entendiera lo que significa dejarse pintar de azul. El pueblo conserva su esencia histórica con calles angostas, balcones sobre el mar y tradiciones que se mantienen vivas. Y la canción decora la calle. Para comprender ese impulso hay que volver a la infancia. A Domenico le decían Mimì. Polignano en los años treinta era un lugar donde la belleza convivía con la austeridad. Las casas se apretaban unas contra otras para resguardarse del viento; los niños jugaban cerca de las cuevas marinas y aprendían a escuchar el mar antes que las campanas. Modugno escapaba en silencio: se subía a las rocas, se recostaba sobre un gozzi, una embarcación tradicional de madera, esperaba las voces de los pescadores. La inspiración de ‘Nel blu dipinto di blu’ surgió de una mezcla de emociones, recuerdos y la influencia de artistas como Marc Chagall. Hay mitos de la tradición oral que dicen recordarlo como un niño que solía cantar solo cuando creía que nadie lo escuchaba. La guitarra era un lujo, pero un acordeón abandonado en una barbería terminó convertido en su compañero inseparable. Polignano creció con esa memoria. Las callejuelas del centro histórico tienen la textura de sus orígenes: panaderías que abren antes del amanecer, redes que se reparan frente al mar, viajeros que se detienen en la esquina donde Mimì lanzó sus primeros acordes. Los bares proyectan entrevistas antiguas, los balcones lucen fotos en blanco y negro, las piedras conservan el ruido del pasado en sus grietas. No es un museo. Es un pueblo que respira la historia. El asteroide Modugno, descubierto en 1988, rinde homenaje al cantante. Al volver al mirador, después de caminar esas callecitas, la estatua de Mejer adquiere otra dimensión. El gesto deja de ser monumento y pasa a escena viva: un hombre que canta al borde del acantilado, enfrentado al mar que lo formó, ofreciendo su voz como quien ofrece una parte del alma. El viento, persistente, completa la imagen. En la baranda alguien escribió: Qui si vola. Aquí se vuela. (6598) Modugno es también el nombre de un asteroide. Lo bautizaron en honor a Domenico, el cantante que convirtió el cielo en un escenario y que pintó de azul —literal y simbólicamente— la música italiana. El hallazgo se registró el 13 de febrero de 1988 en el Observatorio Astronómico de San Vittore, en Bolonia. Un cuerpo celeste que lleva su apellido porque su canción miró siempre hacia arriba. Pienso en eso mientras me despido de Polignano a Mare. La playa mínima se encoge entre paredes antiguas. Los panini de pulpo, el prosciutto como una tradición, los gatos en ronda lenta: todo respira azul. Azul de mar. Azul de sombra. Azul de promesa. La postal más característica de la Puglia. Y entonces la letra se mezcla con el paisaje. “Mi dipingevo le mani e la faccia di blu.” Ese deseo de teñirse por completo, de ser parte del cielo, de volar más alto del sol. Modugno no escribió solo una melodía: dejó una brújula. La ciudad sigue ese mapa. Se expande hacia el horizonte como si buscara el mismo color que empuja la canción. Un azul que no termina nunca. Por eso, aunque muchos la llamen ‘Volare’, el nombre verdadero —el que explica todo— es ‘Nel blu dipinto di blu’.
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