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  • Mengs, el genio antipático que se inventó el Neoclasicismo pero al que olvidó la historia del arte

    » Diario Cordoba

    Fecha: 24/11/2025 19:48

    No fue Mengs un tipo que se hiciera querer durante el tiempo que fue pintor de la corte madrileña a mediados del siglo XVIII. Su personalidad atormentada y antipática, su altivez intelectual y su desprecio por las escuelas nacionales de pintura, como también por la cultura española en general, hicieron que el artista de origen sajón tuviera frecuentes problemas a lo largo de su carrera y contribuyeron a que, después de su muerte, su papel se fuera desdibujando progresivamente en la historia del arte. Sin embargo, Antonio Raphael Mengs fue mientras vivió una de las grandes figuras del arte europeo de su época como el principal impulsor del Neoclasicismo, y su estancia aquí fue decisiva para que, durante unos años, la capital española irradiara mayor luz que nunca en términos artísticos. "El único momento en que Madrid ha sido uno de los grandes centros pictóricos europeos y mundiales ha sido durante la década de 1760, cuando en la corte trabajaron al mismo tiempo, y compitieron, Tiépolo y Mengs. Pensemos que tanto Velázquez como Goya no tuvieron en su época el éxito ni el prestigio que tendrían después", explicaba el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, durante la presentación de la imponente exposición que ahora le dedica la pinacoteca y que se podrá visitar desde este martes hasta el próximo 1 de marzo. Fue Mengs un eterno defensor del "bello ideal", de la identificación entre belleza y perfección formal, que encontró todos los fundamentos reivindicables del arte en la antigüedad clásica, no tanto en la romana como en la griega, por entonces mucho menos conocida. Su gran ídolo era Rafael, otro gran defensor del clasicismo más de dos siglos antes. En él se inspiró y con él quiso compararse siempre. Reconocido principalmente como retratista, sobre todo en las primeras fases de su trabajo, destacó por un perfeccionismo extraordinario que desesperaba a todo el que tenía mandato sobre él, pero sus obras, ya fueran pinturas murales, al óleo o dibujos, pueden presumir de una factura como pocas. Si nos fijamos concretamente en sus lienzos, de los que el Prado muestra ahora 56 del total de 159 obras exhibidas, son remarcables sus esmaltados finales, que hacen que los óleos luzcan con la fuerza de una pintura todavía reciente. Un gran pintor desconocido "En esta exposición nos encontramos con un suceso inédito para una muestra del Prado, y es que Mengs no es un pintor conocido. Ni por el público en general ni por los especialistas", explicaba este lunes Andrés Úbeda, uno de sus comisarios. "De hecho, si cogemos un manual de historia del arte, incluso de la Edad Moderna, la figura de Antonio Raphael Mengs será una figura por la que se pase muy por encima, si es que siquiera es mencionada", añadía. Las razones de que un pintor de tanto talento y fama, "el más prestigioso de su época" según Úbeda, acabara en ese lugar en la historia habrían sido su necesidad de imponer siempre su criterio (destacó casi tanto en su papel de teórico como en su práctica artística) y el estar tan adscrito a un modelo concreto, el de la antigüedad clásica, que enseguida sería puesto en cuestión por los movimientos artísticos que siguieron al Neoclasicismo. Mengs nació en Aussing, Bohemia, en 1728. Huérfano de madre desde los dos años, se formó muy cerca de allí, en Dresde, la capital de Sajonia, bajo la estricta disciplina de su padre, Ismael Mengs, pintor en aquella ciudad de la corte de Augusto III, rey de Polonia. Después pasaría por Roma, capital del arte indiscutible en la época, donde se convirtió al catolicismo y se casó con una mujer italiana. Y en aquella ciudad fue 'fichado' en 1761 por Carlos III para ser pintor de la corte en Madrid, donde enseguida compartiría función y competiría descarnadamente con Giovanni Battista Tiepolo, pintor como él tanto de lienzos como de murales pero considerado el último gran autor del Barroco, estilo que Mengs solo apreciaba como recuerdo del pasado. La exposición se abre con un autorretrato del pintor de 1760/61, justo antes de su llegada a España, y se cierra con otro realizado 12 años después. Son muchos más los que se exhiben, pero en estos dos se muestra al artista con una carpeta de dibujo en la mano "para incidir en la importancia en su pintura de los dibujos, de los que hemos incorporado muchos", comentaba el otro comisario de la muestra, Javier Jordán de Urríes: veremos desde rasguños, bosquejos y primeras ideas de sus composiciones hasta dibujos muy concluidos. La influencia de Rafael De su etapa inicial destaca cómo se han podido reunir obras hasta ahora dispersas que, juntas, muestran todo su esplendor: es el caso de los retratos de la pareja formada por Ferderico Cristián, príncipe elector de Sajonia, y su mujer María Antonia Walburga de Baviera: la última vez que se exhibieron uno al lado del otro, como aquí, fue hace más de un siglo, y ahora uno llega desde Los Ángeles y otro desde Dresde. A su lado, el autorretrato de su padre Ismael Mengs aparece flanqueado por dos dibujos de Antonio Raphael: un autorretrato realizado cuando solo tiene 16 años y un retrato de su hermana, Therese Concordia. La siguiente sala es la dedicada a El permanente reto a Rafael: el de Urbino, considerado el 'príncipe de los pintores', llevaba más de dos siglos siendo la gran estrella de la pintura europea, con una genealogía de seguidores en la que se enmarcaron sucesivamente nombres como los Carracci, Domenichino, Guido Reni o Andrea Sacchi. Su testigo lo recogerá Mengs a mediados del siglo XVIII, durante su estancia en Roma, pero le acompañará toda la vida. Hasta el punto de, directamente, emularlo: un buen ejemplo es la pesadísima tabla de nogal (330 kilos, uno de los mayores retos logísticos de la muestra: ha habido que apoyarla sobre una repisa en lugar de colgarla) sobre la que pintó Lamentación sobre Cristo muerto, escena bíblica que se exhibe al lado de la Caída en el camino del Calvario de Rafael, y que ilustran esa influencia o más bien imitación insoslayable. La primera llega de la Galería de las Colecciones Reales; la segunda solo ha habido que cambiarla de ubicación en el museo. De su estancia en Roma destacan los impresionantes retratos de personajes de la vida civil de la ciudad eterna o de la iglesia, como El papa Clemente XIII o El cardenal Celada. Allí compitió con otro gran retratista, Pompeo Batoni, vinculado con el rococó. De una época en que se puso de moda el retrato de aristócratas británicos que realizaban el célebre Gran Tour por Italia y el Mediterráneo oriental, aquellos viajes para empaparse de arte clásico y renacentista, el Prado ha situado su retrato de John Montagu, lord Brudenell entre los realizados por Batoni del mismo personaje y de George Legge, vizconde de Lewisham. La elección de la Grecia clásica como fuente de inspiración fundamental, una época de la que apenas se conserva pintura, hizo que la escultura fuera para Mengs el modelo a imitar, trasladándolo a los lápices y pinceles. Por eso la exposición del Prado está salpicada de estatuas de diferentes tamaños, tanto de la época original (una cabeza de Afrodita procendente de Roma del siglo primero antes de Cristo) como contemporáneas de Mengs. Juntos a ellas, un retrato del filósofo griego Epicteto o su falso fresco de Júpiter y Ganímedes. Un monográfico del retrato es el pasillo que concentra los de los diferentes miembros de la familia real española de entonces. Se abre con uno de Carlos III que realizó para exhibirse en la corte danesa junto a los del resto de monarcas europeos, y continúa con diferentes personajes de la familia o del entorno, entre los que destaca una serie sobre los infantes de la corte y el retrato de la noble Isabel Parreño. Se da paso después a su trabajo con la pintura mural, a la que el artista daba más importancia que la pintura al óleo. Siempre procuró que ambas tuvieran la misma apariencia, el mismo acabado y efecto. "Una pintura mural tiene un aspecto un poco calizo y mineral. Y eso es lo que Mengs trata de evitar a través de una técnica que él elabora y que no aprende en ningún taller ni en ningún manual, sino a través de operaciones de ensayo y error, consiguiendo ese efecto que se puede ver en la Bóveda de Trajano del Palacio Real", explicaba Andrés Úbeda. En la muestra se recogen numerosos bocetos con los que preparaba esos frescos, con capítulo aparte para la que se considera su gran obra en este disciplina, el Parnaso que pintó en la Villa Albani de Roma. De su fase final, su pintura más religiosa cumpliendo con las demandas que le formula Carlos III para adornar las estancias del Palacio Real, destacan su Inmaculada concepción, que vemos en diferentes versiones tanto de carboncillo como en pintura, o su Adoración de los Pastores, que durante mucho tiempo estuvo en la cámara del Rey dentro de su residencia madrileña. Fue Mengs un pintor filósofo, un teórico del arte y de la pintura con al menos dos ensayos publicados. Su primer cómplice intelectual fue Johann Joachim Winckelmann, arqueólogo e historiador del arte alemán devoto como él del legado clásico grecorromano con el que rompió años después y al que realizó un feo importante en línea con su difícil carácter. Mejor consideración tuvo por parte del español José Nicolás de Azara, el amigo encargado de velar por su memoria colocando su busto en el Panteón de Roma y editando sus obras en italiano y español para defender su ideario. No tendría mucho éxito porque, como se ha dicho, la reputación de Mengs no haría más que ir a la deriva en las décadas siguientes, hasta pasar a ser un nombre menor si se compara con el prestigio que tuvo en vida. El Prado solo le había dedicado antes dos exposiciones, ambas con motivo de sus aniversarios. Esta nueva muestra, repleta de préstamos llegados de instituciones españolas e internacionales, debería servir para devolverle el valor que en realidad tiene y para reconocer su aportación a que Madrid y el conjunto de España se convirtieran en referencias notables en el mundo del arte.

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