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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/11/2025 04:47
Las parcelas lunares se venden desde treinta dólares y varían según la ubicación, incluyendo zonas cercanas al Mar de la Tranquilidad. Todo es un gran invento, una gran visión de Hope El tipo vendió la Luna. No sólo la vendió, se la compraron y lo convirtieron en millonario. Eso lleva a pensar que es una de esas personas que, si las dejás hablar, te convencen de que María Antonieta se suicidó y de que la Segunda Guerra Mundial la ganó el Congo, antes de su independencia por cierto. Es un as, un rápido de aquellos, le toma el pulso a las liebres, no sólo fuma bajo el agua: hace asados submarinos y le salen riquísimos; es más veloz que el hambre y quién sabe si tan dañino; vende humo por toneladas y todo lo hace con una sonrisa segura, canchera y luminosa que elude presagios y condona malos presentimientos. Tiene setenta y siete años, nació en Gardnerville, Nevada, un pueblo del condado de Douglas que hoy tiene cuatro mil habitantes que eran muchos menos en 1948, cuando nació Dennis Hope, que ese es el nombre del dueño de la Luna y su principal y único agente inmobiliario, propiedad que extendió a otros planetas de la galaxia y a sus respectivas y silenciosas lunas. Su apellido significa esperanza en español, valga la ironía. Su historia, que tiene mucho de leyenda, dice que entrados los años 80 del siglo pasado, Hope no tenía demasiada esperanza en su destino. Era un muchacho treintañero que había dejado atrás su juventud, y viceversa; había fracasado como sociólogo, como zapatero sin suerte, como vendedor de autos y como productor de televisión. Se había casado y estaba en pleno trámite de divorcio, no tenía un peso encima, había querido triunfar como actor en el mundo del espectáculo, pero el mundo del espectáculo no quiso que triunfara, en esos días aciagos se ganaba la vida, una manera de decir, como ventrílocuo chungo y mal hablado en una compañía de variedades que paseaba sus shows descarados por pequeños pueblos norteamericanos. La suya no era una vida luminosa. La sentencia de divorcio dejó a Hope sin lo poco que tenía ahorrado y que cabía en una lata pequeña, así que recurrió a lo desesperado. En 2013 le confesó a la periodista Rachel Hardwick: “Pensé que podía hacer algo de plata si tuviera alguna propiedad. Vi la luna por la ventana y me dije que allí había un montón de propiedades”. Lo siguiente que hizo Hope fue consultar el “Tratado del Espacio” elaborado por Naciones Unidas firmado en 1967 con el título pomposo de “Tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y utilización del espacio ultraterrestre y otros cuerpos celestes”. Ahí queda eso. El documento decía y dice, entre otras cosas, que ningún país puede reclamar la propiedad de la Luna o de otros cuerpos celestes y que ninguno de ellos “podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera”. "Envié a las Naciones Unidas una declaración de propiedad detallando mi intención de subdividir y vender la Luna, y nunca he recibido respuesta", dice Hope La mente rápida de Hope, a punto de convertirse en un bucanero espacial, notó de inmediato que el tratado hablaba de naciones pero no de personas, de gente común, de simples ciudadanos como él. Lo siguiente que hizo fue llenar una solicitud de propiedad de la Luna, de los otros ocho planetas del sistema solar y de sus lunas y el 24 de noviembre de 1980, hace cuarenta y cinco años, se presentó en la oficina del registro de la propiedad de California. Con la aceptación de esos formularios, Hope se sintió dueño de la Luna y de gran parte del sistema solar. Después, envió un formulario a Naciones Unidas junto con una nota que decía que su intención era subdividir esos territorios y venderlas parcelas a quien quisiera comprarlas. Hope reveló a Hardwick que su nota había tomado la precaución de advertir a Naciones Unidas que, en el caso de que existiese algún problema legal, se lo hicieran saber. También admitió haber enviado comunicaciones similares al gobierno de Estados Unidos y al Kremlin de la Unión Soviética que todavía no se había derrumbado. Nunca nadie le dio una respuesta. Hope no parece ser de esos tipos que se deprimen ante el rechazo, el desdén o la indiferencia, sino que es de esa gente que hace del tropiezo una virtud: tomó la falta de respuesta de aquellos organismos mundiales tan trascendentes como una habilitación tácita para llevar adelante su negocio, como un visto bueno, una luz verde de las potencias y del organismo que las rige para llevar adelante su plan y su negocio. Hope loteó la Luna, (de nuevo por si alguien piensa que leyó mal: loteó la Luna), y también Marte, Mercurio Júpiter, Venus y etcétera, y empezó a vender esos lotes. Los primeros tiempos fueron duros, no se trató de una venta puerta a puerta, sino de bar en bar en la zona de San Francisco donde vivía avanzados ya los años 80: “Me sentaba en los bares con un fajo de escrituras en el bolsillo –confesó alguna vez– y me ponía a hablar con alguien. Cuando me preguntaban a qué me dedicaba, yo decía: ‘Vendo la Luna’. Fue una buena manera de empezar una charla y de hacer mis primeras ventas”. El Tratado Espacial de 1967 firmado por las Naciones Unidas. “Hay una laguna en el tratado: no se aplica a los particulares”, argumentó Hope (Naciones Unidas) Su poder de convicción obró milagros. Tampoco eran terrenos caros, más bien eran accesibles porque Hope tuvo siempre la intención de mantenerlos al alcance de todos. Aún en estos últimos años, con precios acaso variables, un terreno de los comunes en la Luna se podía comprar por treinta y cinco dólares más impuestos, por lo que un lotecito pasó a ser un regalo original o una inversión simbólica para los compradores que, pronto, pasaron de ser inversores comunes, y esperanzados hay que decirlo, a famosos, millonarios, celebridades, curiosos, diletantes y excéntricos. Entre los muchos compradores de Hope figuraron tres ex presidentes de Estados Unidos que no pudieron, y ya no pueden, disfrutar de su inversión: Ronald Reagan, James Carter y George W. Bush; además, se unieron a la lista varios famosos de Hollywood como Clint Eastwood, Tom Cruise, John Travolta, George Lucas, Tom Hanks y Mick Jagger. Lo de Lucas es entendible porque es el padre de Star Wars, la épica saga de películas relacionadas con la galaxia y la Luna le tiene que ser cercana, emotiva y afín. El resto de los famosos tal vez sucumbió a la curiosidad, a lo esnob y a la extravagancia de poder decir con soltura tengo un terreno en la Luna. Lo de terreno en la Luna no está bien dicho: deberá ser “lurreno, selerreno” o quién sabe cómo. Hay que ponerse de acuerdo con eso. Famosos mediante, Dennis Hope se convirtió en millonario. Vendió barato el humo de la Luna y se alzó en pocos años con once millones de dólares. Los tiempos duros terminaron con el auge de Internet y gracias a la picardía inacabable del bucanero galáctico. Hope hizo lo que todo buen empresario hace: fundó una empresa, la llamó “Lunar Embassy” y emitió “títulos de propiedad”, primorosos, impresos a todo color, atractivos como espejos y enviados por correo, a quienes compraran su parcela en la Luna. Los compradores también recibían un mapa con la ubicación exacta de su lote en tierra selenita, ubicación un tanto incomprobable si se quiere. Junto con el mapa, el comprador también recibía, atentos a la jugada, el ejemplar de una “Constitución Galáctica” redactada a que no saben por quién: acertaron, por Hope. Con su pasión por embaucar con elegancia y distinción, su genio para aprovechar el sesgo infantil de nuestros espíritus que no perdemos nunca, Hope alimentó un imposible: vivir en la Luna. No ahora, claro, el tipo no es tonto: se trataba de una inversión a futuro, pero a un futuro lejanísimo, tal vez para tataranietos y quién sabe. Él tejió la trama para vestir la idea como una posibilidad mediata. En el reportaje de 2013 a Hardwick, dejó impresas para la posteridad las huellas digitales de sus manos de genio del engaño, el timo y el enredo. A pesar de sus encantos, la Luna queda lejos; viajar allí no es fácil. Y regresar a la Tierra tampoco es sencillo; de hecho, fue la clave de la demora de la NASA en conquistar la Luna: podíamos llevar allí a un par de astronautas, el asunto era traerlos de regreso. La empresa Lunar Embassy emite títulos de propiedad y mapas de parcelas lunares, además de una Constitución Galáctica redactada por Hope. Esas chucherías no son cosas que intimiden a gente como Hope. Hace doce años habló de un sistema “Anti-Gravity Propulsion System” que apenas si pudo sostener con un alfiler oxidado, que consistía en viajar a la velocidad de la luz, o algo parecido. Le dijo a Hardwick: “No tengo la información técnica y si la tuviera no la compartiría con los medios porque ustedes la compartirían con el mundo. Pero va a cambiar la forma de viajar. La velocidad máxima que podemos alcanzar es la de cero coma noventa y nueve en relación con la velocidad de la luz. Eso quiere decir que de aquí a la Luna usted llegaría en un segundo cuarenta y tres centésimos. El problema es que ningún ser humano soportaría esa aceleración, pero calculamos que nuestro sistema funcionará en 2020. Ya veremos cómo. Luego haremos una nave para 400 personas”. Bueno, nada de eso se dio ni en 2020 ni, a ojos vista, se dará en los próximos años. Pero Hope no se dio por vencido. Su idea de hace doce años era la de construir una ciudad en la Luna: “Creemos que debería ser una pirámide de cuatro lados cerrada, de tres kilómetros de superficie en la base y dos kilómetros y medio de altura, con sesenta y dos billones de metros cuadrados en su interior. Las dos primeras plantas serían para la agricultura y la ganadería; la agricultura nos ayudaría con el reaprovisionamiento de oxígeno del edificio, además de disponer de depuradoras de oxígeno. Será completamente segura y todos los elementos serán probados antes de alojar a nadie”. Y añadió: “Allí vivirán unas setenta mil personas, por lo que cada gobierno de este planeta estará representado y tendrá una oficina en la Luna. Habrá restaurantes, hospitales y teatros. Todas las cosas que puedas encontrar en cualquier ciudad de este planeta”. Sobre la ciudad piramidal tampoco hay noticias hasta hoy, cuando la NASA recién empieza a pensar en enviar de nuevo astronautas a la Luna y no precisamente para fundar allí una ciudad. Pero Hope sostuvo con esos planes a largo plazo su negocio millonario que resumió así: “Tenemos cerca de seis millones de clientes de ciento noventa y tres países. Negociamos con casi dos mil empresas, vendimos seiscientos once millones de acres de tierra de la Luna, trescientos veinticinco millones de acres en Marte y otros ciento veinticinco millones de acres entre Venus y Mercurio”. Aclaración, un acre son cuatro mil metros cuadrados. A pesar de denuncias por fraude en varios países, la justicia desestimó la mayoría de los casos por tratarse de negocios entre particulares Seamos sensatos, tampoco es cuestión de naturalizar el disparate. Vivir en la Luna no es fácil. Allí todo flota. Al menos, todo flotaba cuando Neil Armstrong y Edwin “Buzz” Aldrin la pisaron por primera vez el 20 de julio de 1969. Y, que se sepa, todo sigue igual. ¿Cómo delimitar una parcela en la Luna, una de las tantas que vendió Hope? No hay que pensar en postes y alambrado; ni en cercos vivos o muertos, mucho menos en medianeras ni en nada: todo flotaría de un lado a otro, los límites quedarían así difusos, indefinidos y confusos; cualquier tormentita lunar los sacaría de órbita y los mandaría de viaje por la galaxia. ¿Cómo se sabría entonces quién vive dónde en la Luna? Luego, habrá sido y es territorio de poetas, enamorados y soñadores. Pero la Luna es en esenciase un territorio, lunatorio tal vez, hostil. Allí no hay nada: ni luz (bueno, la del sol, pero es un reflejo y del otro lado de la Luna reinan las sombras), ni gas (los hay, pero el que falta es el gas para cocinar y calentar el agua de la ducha), ni agua (la hay, pero en los casquetes polares de la Luna, no se trata de agua corriente), ¿cómo vivir allí entonces? Si algo de bueno sí tiene la Luna, es que sobra espacio para estacionar. Pero allí no se puede andar con auto porque todo muy poceado; más que eso, está lleno de cráteres, algunos muy hondos y peligrosos: no hay amortiguador que aguante. Y después están las provisiones: allí no hay supermercados y por ahora no planea instalarse en la Luna ninguna gran cadena. ¿Cómo abastecerse de pan, champán, sopa y esas cosas? Habría que viajar a la Tierra, meterse en un Coto de Buenos Aires, en un Carrefour de París, en un MSM de Londres o en un Whole Foods de New York, quién sabe adónde nos depositaría la nave que seguro debe haber pensado para nosotros el bueno de Hope, cargarnos de víveres y retornar a la Luna: el viaje de ida y vuelta sólo demoraría dos segundos ochenta y seis centésimas, mucho menos de lo que habría que esperar en la cola de la caja del súper. Si todo saliera bien, y no hay por qué pensar lo contrario, luego habría que descargar los víveres en la Luna y atesorarlos de algún modo donde todo flota: imaginen, nadie se arriesgaría a perder una lata de tomates, o un vino del Rin o un foie gras de Normandía a que se fugaran al espacio sideral, sin retorno, gracias a la falta de gravedad lunar. Tampoco es cuestión de estar todo el día atajando comida de un lado a otro de la parcela lunar, como el Dibu Martínez el día de la final del Mundial 2022 contra Francia. Los lotes que Dennis Hope vende a través de su página de Internet: hay posesiones disponibles en la Luna, en Marte, en Mercurio y en Venus Todas estas dudas, inquietudes y desasosiegos, lógicos en la mente de todo aventurero que sueña con su parcela lunar, no recibieron jamás respuesta alguna de Hope. Por el contrario, el tipo apostó más fuerte. Después de presentar la Constitución Lunar, eso fue en 2004, conformó la “Nación Galáctica” a la que dotó de bandera y todo; entonces volvió a escribir a la ONU para que su proyecto fuese reconocido como una nación más del organismo. Esta vez no esperó respuesta, que tampoco llegó, y empezó a emitir por su cuenta pasaportes lunares que así acreditan a su dueño como ciudadano de la Luna; requisitos para obtener el pasaporte lunar: ser titular de una parcela y pagar los veintiún dólares que costaba entonces el documento. No hay noticias de que el trámite haya aumentado. Hope también envió una solicitud para que su nación ingresara al Fondo Monetario Internacional, que fue el único organismo del planeta que le dio una escueta respuesta por escrito: el FMI le negó el ingreso a la Nación Galáctica porque “no cumple con las condiciones necesarias”. A esos chicos no se los sorprende con la guardia baja por más bucanero que se sea. Como nación consolidada, el gran negocio de Hope ajustó entonces tarifas y parcelas en la Luna. La más sencilla, llamada “acre simple”, cuesta hoy unos treinta dólares. Luego se cotiza el “Acre Moon Rabbit”, que son parcelas situadas en una meseta lunar con forma de conejo, con precios que van desde los treinta y cinco a los seiscientos cinco dólares. La empresa también vende parcelas cerca del “Mar de la Tranquilidad”, donde alunizó el módulo “Eagle” de la Apolo XI en 1969, con precios que van de los cuarenta a los novecientos cinco dólares. Y, por último, una parcela lunar en las zonas muy vecinas al alunizaje de Apolo XI y del resto de las misiones lunares estadounidenses, tienen un precio que empiezan en los cincuenta dólares y no tienen tope. En síntesis, a sus setenta y siete años, Hope se dice “presidente electo” de la Nación Galáctica, afirma mantener relaciones con gobiernos que no tienen su base en la tierra “no puedo decir mucho sobre ellos”, las sucursales de Lunar Embassy que venden terrenos lunares fuera de Estados Unidos son consideradas “embajadas de la Nación Galáctica”; ha enfrentado en Estados Unidos denuncias por fraude, no muchas, que en casi todos los casos fueron desestimadas por los tribunales por tratarse de negocios entre particulares; también lo acusaron de fraude en Alemania y en Suecia donde la justicia de ese país juzgó que no estaba en jurisdicción de analizar siquiera las denuncias. Hope fundó la autodenominada Nación Galáctica, con bandera, pasaportes lunares y solicitudes de reconocimiento ante la ONU y el FMI Hope pasa sus días con el golf de compañero mientras disfruta de sus millones y defiende su esfuerzo: “Me llamaron, corrupto, estafador, que había urdido un fraude. Se equivocan. Sólo tuve una idea y la seguí, trabajé para que se hiciera realidad. Y, además supe tratar a mis clientes”. Una última historia de corsarios. Virgiliu Pop es un abogado espacial, así se define, y escritor rumano de cincuenta y un años que reivindica para sí ser dueño del Sol. Trabaja para la Agencia Espacial rumana y participa en la promoción de la exploración espacial en su país. Es autor, entre otras obras de ¿Quién es el dueño de la Luna? Bienes raíces irreales – Los hombres que vendieron la Luna”, además de algún libro de poemas. Lo de ser dueño del Sol es una ironía de su parte, una chicana que usó siempre para cuestionar los derechos de propiedad extraterrestre que Hope, y otros varios, se adjudicaron. Pop afirma que la Luna es un bien común, que nadie puede adueñarse de ella ni del resto de los planetas, pero teme que todo eso cambie si la explotación lunar se convierte en un negocio: a futuro larguísimo, pero negocio al fin. Hace unos años, y para molestarlo un poco, Pop, como dueño del sol, le envió a Hope una factura por treinta millones de dólares en concepto de “energía suministrada a sus tierras lunares durante tantos años”. Lejos de verse en un aprieto, Hope contestó: “Señor Pop, usted me disculpará, pero luego de discutir con el resto de los propietarios lunares, hemos decidido que no queremos su energía. Apáguela cuando quiera”. Un crack. No puede decirse de Hope que viva en la Luna.
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