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  • Un Rey disruptivo, a contracorriente

    Gualeguaychu » FM Maxima

    Fecha: 23/11/2025 14:58

    Publicamos la columna de domingo de Monseñor Jorge Lozano* En los cuentos de hadas y fantasías, la pobreza y la humildad suelen tener un golpe de timón para derivar en riqueza y esplendor, tanto de príncipes como de princesas. Lejos de la imagen tradicional de la realeza asociada a palacios, poder y fortuna, la figura de Jesús rompe todos los esquemas. Su reino no se impone por la fuerza ni se sostiene por privilegios; es un reinado profundamente disruptivo, que desafía las expectativas humanas y, al mismo tiempo, propone una forma de vida radicalmente nueva. Jesús no nació en la comodidad de un palacio ni bajo el amparo de una familia influyente y rica. Su llegada al mundo fue silenciosa y sencilla, en la periferia del imperio romano. Mientras los poderosos dormían en camas confortables ubicadas en habitaciones lujosas, el Hijo de Dios irrumpía en la historia humana acostado en un pesebre, rodeado de animales y bajo el cuidado de María y José. No hubo fiestas en la corte, ni trompetas estridentes; sólo el susurro del viento, los ángeles dando gloria a Dios ante la mirada asombrada de unos pastores. Este comienzo nos revela que la verdadera grandeza no depende de los privilegios ni de la fama, sino de la capacidad de abrazar la vulnerabilidad y lo pequeño. Lejos de tener la vida servida en bandeja, vivió en Nazaret como uno más. Aprendió el oficio de carpintero de manos de San José, trabajando la madera y ganando el pan con el sudor de la frente. Su vida cotidiana fue un testimonio de esfuerzo, sencillez y cercanía. En el taller, entre martillos y tablas, aprendió el valor del trabajo honesto y la dignidad de lo simple. Esta experiencia marcó su mensaje y su manera de mirar a las personas, reconociendo la belleza escondida en las tareas más humildes. Si algo distingue a Cristo Rey de cualquier otro monarca es la ausencia de poder terrenal. No contó con un ejército poderoso que lo protegiera ni con riquezas acumuladas. Nunca buscó conquistar territorios ni imponer su autoridad por la fuerza. Por el contrario, su propuesta fue revolucionaria: invitó a seguirlo desde la libertad y el amor, sin coacción. Jesús jamás utilizó la violencia ni el miedo para atraer seguidores; su liderazgo se sostuvo en la confianza, el servicio y la entrega. Su Reinado se expande como el amor y la alegría. Crece en el corazón de quienes deciden abrirse a su mensaje, en las comunidades que practican la fraternidad y la solidaridad. No hay fronteras ni límites para su influencia, porque su poder no reside en la imposición, sino en la capacidad de transformar vidas desde adentro. Donde hay perdón, paz y justicia, allí florece el Reino de Dios. Este crecimiento silencioso y contagioso es la verdadera revolución que propone Jesús: cambiar el mundo no por la fuerza, sino por la ternura y la generosidad. En contraste con las coronas relucientes de metales preciosos que llevan los reyes terrenales, Jesús recibió una tejida de espinas. Fue el resultado del desprecio, la burla y la traición. Lejos de simbolizar gloria y poder, esa corona representa el dolor asumido por amor, la entrega total y la solidaridad con quienes sufren. En la cruz, Jesús no se defendió ni culpó a sus enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Eligió el camino de la compasión y la misericordia hasta el final. Su Reinado se hace visible en la capacidad de perdonar, de abrazar la fragilidad y de transformar el sufrimiento en esperanza. La justicia de Cristo Rey también es disruptiva. A lo largo de su ministerio, se acercó a los marginados, a los pecadores, a quienes la sociedad había desechado. En vez de señalar y excluir, abrió caminos de reconciliación y sanación. Su justicia es sanadora, restauradora, capaz de abrir puertas nuevas aun cuando todo parece perdido. Por eso su mirada tierna al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43). Es una invitación constante a levantar la mirada y descubrir que, para Dios, nadie está fuera de la posibilidad del amor. La Acción Católica celebra hoy su día. Demos gracias a Dios por ser camino concreto de santidad para hombres y mujeres que en el bautismo reciben la hermosa vocación de construir la Iglesia y renovar la sociedad según el Evangelio. Recemos para que sean discípulos misioneros de Cristo Rey y Servidor. *Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo Temas COLUMNA

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