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Concordia » El Heraldo
Fecha: 22/11/2025 20:43
El economista Michael Roberts lo plantea sin rodeos: ¿no será el gran sector de la IA “una gran burbuja, financiada por capital ficticio que no se materializará con los ingresos y, lo que es más importante, con los beneficios para los líderes de IA”? Según sus cálculos, solo entre 2023 y 2025 empresas como Meta, Amazon, Microsoft, Google y Tesla habrán invertido más de 560.000 millones de dólares en proyectos vinculados a la IA, pero los ingresos generados directamente por estas iniciativas rondarían apenas los 35.000 millones. Una brecha demasiado grande como para no encender luces de alarma. Ads Mucho capital, pocas ganancias El corazón de la preocupación tiene dos caras. Por un lado, la desconexión entre la magnitud de la inversión y los resultados visibles en ganancias. El crecimiento de las utilidades de las grandes tecnológicas se ha estancado o ralentizado en los últimos trimestres, y los analistas ya anticipan caídas adicionales en 2025 y 2026. Es decir: las compañías valen en Bolsa como si estuvieran a las puertas de una nueva edad de oro, pero sus balances cuentan una historia mucho más modesta. Por otro lado, está el problema de fondo de la economía real: el crecimiento de la productividad laboral. En las economías avanzadas de la OCDE, esa productividad viene desacelerándose desde la década de 1970 y se ha debilitado aún más desde comienzos de este siglo. La promesa de la IA es precisamente revertir esta tendencia; sin embargo, hasta ahora los datos duros no muestran un salto significativo. Si la productividad no despega, el riesgo es que buena parte de las valoraciones actuales se sostengan más en expectativas que en resultados. Ecos de la burbuja puntocom La economista Gita Gopinath, en declaraciones recogidas por la revista The Economist en octubre de 2025, también compara el clima actual con la euforia de fines de los años noventa, que terminó en el estallido de la burbuja puntocom en 2000. Entonces, como ahora, la narrativa de la “nueva economía” justificaba precios desorbitados para empresas que acumulaban usuarios y promesas, pero pocas ganancias. Gopinath reconoce que la innovación tecnológica asociada a la IA está transformando industrias y elevando la productividad en algunos sectores. Sin embargo, advierte que los inversores tienen motivos fundados para preocuparse de que el repunte actual esté preparando el terreno para una nueva corrección dolorosa del mercado. Y lanza una alerta aún más inquietante: un eventual desplome hoy podría ser “mucho más grave y de alcance global” que el de hace un cuarto de siglo. La diferencia, señala, es que ahora hay mucha más riqueza en juego y un margen de maniobra política más limitado para amortiguar el golpe. Los gobiernos arrastran deudas elevadas tras la pandemia, la desigualdad se ha profundizado y el contexto macroeconómico internacional —marcado por tensiones geopolíticas, inflación persistente y cambios en el sistema financiero global— es más frágil. En ese escenario, una corrección brusca en los activos ligados a la IA podría actuar como chispa de una crisis más amplia. Ads ¿Burbuja inevitable o corrección necesaria? ¿Significa todo esto que la IA es puro humo? No necesariamente. La historia económica muestra que muchas grandes innovaciones —desde los ferrocarriles hasta internet— atravesaron fases especulativas en las que se “sobreinvirtió” y luego vino una fuerte corrección. Parte de ese capital se destruyó, pero otra parte dejó infraestructuras y capacidades que luego impulsaron nuevos ciclos de crecimiento. La cuestión clave es quién paga la factura cuando la burbuja se pincha. Si el auge de la IA está sostenido por expectativas irreales, las pérdidas recaerán sobre accionistas, fondos de inversión, ahorristas y, finalmente, sobre el conjunto de la economía a través de menores empleos, caída del crédito y ajustes fiscales. Los países periféricos, más dependientes del financiamiento externo y de la demanda global, suelen ser los más vulnerables a estos shocks. Al mismo tiempo, minimizar los riesgos tampoco parece una opción responsable. Gopinath subraya que las vulnerabilidades estructurales y el contexto macroeconómico actual hacen que cualquier corrección sea más peligrosa que en 2000. No se trata de frenar la innovación, sino de evitar que el entusiasmo se convierta en una excusa para inflar valoraciones sin respaldo y concentrar aún más poder en unas pocas empresas. Tres preguntas para el futuro inmediato De cara a los próximos años, hay por lo menos tres preguntas que deberían guiar el debate público: 1. ¿Quién controla la infraestructura de la IA? Si la mayor parte de las inversiones se concentra en un puñado de plataformas globales, el riesgo sistémico aumenta: cualquier tropiezo financiero o regulatorio puede tener efectos en cadena. 2. ¿Cómo se distribuyen los beneficios? Si la IA se traduce en ganancias extraordinarias para unos pocos y en precarización laboral para muchos, la tensión social crecerá, aun cuando no haya un colapso financiero inmediato. 3. ¿Qué regulaciones y políticas se necesitan? Los Estados pueden y deben intervenir para evitar abusos de posición dominante, promover la competencia, proteger datos y derechos laborales, y orientar la innovación hacia problemas sociales concretos (salud, educación, medio ambiente) y no solo hacia aplicaciones rentables en el corto plazo. Ads Entre la esperanza y la prudencia La discusión sobre si estamos o no ante una burbuja de IA no es solo un tema para especialistas en finanzas. Afecta a trabajadores, empresas, gobiernos y ciudadanos de a pie. El desafío consiste en aprovechar el potencial transformador de la inteligencia artificial sin repetir los errores de otras olas tecnológicas: creer que esta vez “es diferente”, que las ganancias serán infinitas y que las reglas de la economía dejaron de existir. Los datos que ponen sobre la mesa Michael Roberts y Gita Gopinath invitan a bajar el volumen de la euforia y subir el de la prudencia. La IA puede cambiar el mundo, pero eso no la vuelve inmune a las burbujas. Y si algo enseña la historia económica reciente es que las burbujas, tarde o temprano, siempre terminan explotando. La inteligencia artificial puede ser el motor de una nueva era económica, pero hoy los datos invitan más a la cautela que a la celebración. La desconexión entre inversión y resultados revive viejos fantasmas de burbujas pasadas. La clave será si el mercado encuentra sustento real antes de que la realidad lo obligue a corregir.
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