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Gualeguaychu » Nova Comunicaciones
Fecha: 22/11/2025 04:21
En Aldea San Antonio, donde la política se cuenta casi voto por voto, el intendente Mauro Díaz Chávez representa, en números reales, unos 200 votos. No mucho más. Y viene de un resultado que nadie envidiaría: una paliza en torno a 70–20, de las que quedan marcadas en cualquier carrera política. Sin embargo, lejos de la prudencia que suele traer la derrota, aparece ahora firmando pedidos de sanción y expulsión en el PJ de Entre Ríos, como si cargara detrás una marea de respaldo popular y no un bolsito discreto de sufragios. La postal se entiende mejor si se mira el guion: Díaz Chávez forma parte del elenco estable de Guillermo Michel. Es de esos dirigentes que no necesitan explicación: están siempre en la foto, siempre un paso atrás, siempre listos. Cuando Michel silba, él ladra. Es el clásico perro chico de la política: no importa cuántos votos tenga, lo importante es que haga ruido cuando el dueño se lo pide. En esa misma ronda aparece Sofía Shiglione, que trabajo con Sergio Massa, es decir, del Frente Renovador. No es exactamente el peronismo tradicional de Entre Ríos, pero igual se anota para decidir quién es leal, quién es traidor y quién merece ser expulsado del PJ. Un curioso tribunal ideológico sostenido por contratos, cargos y acuerdos, más que por historia y votos. El blanco de estos papeles disciplinadores incluye a dirigentes que sí pusieron resultados encima de la mesa. Entre ellos, Domingo Daniel Rossi, que en Santa Elena gana 60–40, que viene arrasando elección tras elección y mantiene encendida una de las pocas lámparas peronistas que todavía alumbran con votos propios. O históricos como Héctor Maya que es de los únicos dirigentes actuales que charló alguna vez con Perón mano a mano. Es decir: desde un esquema que junta 200 votos con esfuerzo, se pretende marcarle la cancha a quien le pone miles. En criollo: el intendente de los 200 votos firma documentos para “ordenar” al peronismo, mientras los que ganan contundentemente son señalados como problema. No parece el camino de la autocrítica, sino el catálogo de la obediencia: el que casi no pesa en las urnas se ofrece para hacer el trabajo sucio de disciplinar a los que todavía ganan. El riesgo para el PJ entrerriano es confundir volumen con lealtad: creer que el ladrido del perro chico vale más que la aritmética fría de las urnas. Porque una cosa es tener a mano alguien que ladre cuando Michel silba; otra muy distinta es entregar la conducción política a quienes, a la hora de contar votos, apenas llegan a 200. Y ahí, por más firmas y sanciones que se acumulen, la última palabra siempre la termina teniendo el mismo de siempre: el sobre cerrado de cada vecino. Fuente Informativa: La Caldera.
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