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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 22/11/2025 06:40
Elon Musk es el principal impulsor de la colonización de Marte Observando los programados gastos multimillonarios en dólares para instalar asentamientos humanos en la Luna o Marte y cuando ya se ofrecen viajes orbitales alrededor de la Tierra a 100 millones de dólares por persona, deberíamos empezar a preguntarnos seriamente sobre nuestro futuro civilizatorio. Cuál sería el sentido de monstruosas inversiones (o gastos) en nuevos sistemas de armas y de los múltiples desarrollos de Sistemas de Inteligencia Artificial (IA), que, con gran despilfarro energético, afectará la ya crítica situación ambiental. Además del caos económico que traería la eventual explosión de una nueva burbuja financiera, por las disparatadas valuaciones de las empresas que impulsan la IA. Habría que preguntarse más específicamente, en qué contribuye a la calidad de vida de la población general toda esta parafernalia de inversiones tecnocráticas. Porque parecen focalizarse sólo al beneficio especulativo de una ínfima minoría. Precisamente por estar a favor de un sano desarrollo tecnológico, como puede leerse en mi libro Conocimiento y Poder (1995), es que critico este enfoque elitista y contrario al Bien Común. Grupos financieros concentrados planifican y conducen este rumbo catastrófico para la mayoría de los seres humanos, porque claramente buscan reemplazar o desechar a los humanos y en caso extremo, pareciera deducirse que piensan escaparse de la Tierra hacia otros planetas. Otro gran disparate publicitario. Cuentas financieras, asientos contables sin respaldo material alguno, son las que mueven este desarrollo absolutamente desigual, que concentra el poder mundial en muy pocas manos. Hasta a las naciones poderosas les cuesta llevar un cierto control sobre ellas. ¿Que nos ha pasado, que hemos aceptado mansamente esta transición hacia una civilización nihilista? En Occidente el capitalismo financiero fue desplazando al capitalismo industrial. Son muchas sus diferencias. En el capitalismo industrial, la reproducción biológica integraba el engranaje productivo. La infraestructura giraba alrededor de la población, que genera la fuerza de trabajo y el consumo, garantizando así el crecimiento económico y cierta distribución. La familia era su base y la natalidad era un asunto de Estado. La escuela generaba conocimiento. El Estado garantizaba ordenamiento social. La integración era parte de sus fundamentos. El progreso continuo era el objetivo ideológico. El núcleo ideológico del capitalismo financiero contemporáneo (financiarización, automatización, robotización y digitalización) mercantiliza toda actividad humana, dejándola sin alma, sin sentido trascendente, y sin esperanza. No prioriza el progreso social, ni siquiera la explotación directa del trabajo; sólo se interesa en administrar la crisis permanente que produce y en evitar que los excluidos de la actual sociedad rompan el sistema. El ser humano deja de ser el fundamento del cambio, su fuerza productiva pasa a segundo plano; no interesa demasiado integrarlo socialmente; se trata de administrar su exclusión. Las herramientas básicas del control social son ahora los algoritmos y las redes sociales. Este desarrollo no armónico destruye las identidades nacionales, produciendo sociedades estresadas, fraccionadas en múltiples grupos de intereses que se expresan cultural y socialmente en una baja natalidad, con el argumento que el destino es demasiado incierto. Las poblaciones de los países más desarrollados están disminuyendo. Italia y Chile tienen índices bajísimos: 1,1 nacimientos por mujer. La combinación de baja natalidad y menos trabajadores trae dos problemas a futuro: crisis de las futuras jubilaciones y migraciones descontroladas. El capitalismo financiero, que sobrevuela a todas las naciones, rechaza cualquier tipo de responsabilidades sociales (por eso quiere pagar mínimos impuestos) y maneja su poder para que la política, de derecha, de centro o de izquierda, administre eternamente la crisis. Su ideal es la libertad absoluta de movimientos globales de capitales financieros. Para ello necesitan políticos anarco-libertarios, que odien a la sociedad, y que le faciliten la tarea. Ya no necesita reproducir cuerpos, sino datos, flujos y algoritmos. Desde su lógica, explican que no es posible sostener una expansión material infinita, sustentando así, ideológicamente, la constante precarización del trabajador, que a la larga se quiebra: queda a la intemperie, deja de habitar un mundo con sentido, apenas sobrevive en un escenario de recursos limitados. La esperanza se transforma en resignación. Los marginados sociales adquieren centralidad, lamentablemente, en ciclos crecientemente regresivos, dentro de la nueva civilización nihilista. Hasta Trump se ha dado cuenta que una nación, sin industrias y sin empleo, sin cultura y sin identidad, es inviable y camina a su completa destrucción. El proletariado ha dejado de ser un actor político principal: ahora lo son los trabajadores precarizados y los excluidos. Proletariado proviene de prole: quienes garantizan la continuidad de la descendencia, el incremento poblacional, parte indispensable del capitalismo industrial. Pero para el capitalismo financiero, la población ya no es necesaria en su doble función como trabajadores ni como reproductores, pero si como consumidores, en un umbral de conciencia mínimo. Lo que fue la pobreza como “ejército de reserva” para bajar los salarios, ahora la exclusión legitima el control social, maximizando el miedo al futuro, combinado con la dependencia de la ayuda del estado. Ya no hace falta disciplinar; alcanza administrar (asistencialismo + algoritmos) a los que quedan fuera de los niveles aceptados de productividad, atrapados en deuda, vigilancia y consumo. El muro ya no separa clases, sino formas de humanidad: los que tienen la ilusión de estar aún dentro del sistema y la masa sobrante desposeída de su dignidad. El conflicto central ya no es por el salario, sino por la posibilidad de seguir existiendo dentro del sistema; la supervivencia se vuelve mercancía. Precariedad, indigencia y soledad funcionan como un sistema de control: el algoritmo que excluye, la burocracia que no resuelve y la indiferencia masiva. Esta angustiante situación de inestabilidad permanente, sustrae a las mayorías de enfocar políticamente su energía en desarrollar otro modelo que trascienda la lógica que claramente no los beneficia. Salir del guion del espectáculo de la grieta permitiría salir del laberinto creado por las cúpulas para seguir preservando sus privilegios. Surge una nueva pregunta, ¿cómo es que nadie se da cuenta de lo que ocurre y por eso todo sigue igual? Es que no es así. Los más jóvenes se dan cuenta que su futuro está bastante comprometido y se rebelan. Los estallidos en Chile (2021), las “primaveras árabes”, las actuales rebeliones de la Generación Z, son la prueba que existe un estado de conciencia, y que las poblaciones más jóvenes en particular, se dan cuenta que caminan rumbo al abismo. Está claro que encender la chispa es la parte fácil de las revoluciones, que hasta pueden arrasar gobiernos y partidos políticos, pero lo realmente difícil es concretar las demandas en transformaciones reales. Esta dificultad tiene dos causas claras: 1) hay demasiadas demandas diferentes y a veces contrapuestas (fraccionamiento de la sociedad); 2) hay demasiada ansiedad y exigencias de inmediatez en todas las sociedades (derivado del uso de las redes). No hay tolerancia a las propuestas y es difícil hacer política a la antigua. Nótese que esta característica abarca todo tipo de sociedades, de culturas y tipos de gobierno. En Sudamérica casi un 80% de elecciones presidenciales fueron ganadas por la oposición, sea de derecha, de centro o de izquierda. Eso significaría que en realidad la gente interpreta que las razones (o las culpas), que su futuro se vuelve inviable para vivir dignamente, no está asociado a una ideología, sino que la verdadera rebelión es contra las élites de cualquier signo y en consecuencia van probando todo tipo de variaciones políticas para ejercer su combate. Prueba y error. Más error que aciertos, pero así es la vida. La clave del poder del capitalismo financiero es mantener un alto fraccionamiento, generando demandas y dolores, en múltiples actores, pero sin ninguna voz en común. En particular las protestas de la Generación Z que han sacudido varios países de Asia, África y América durante 2025 fueron realizadas por jóvenes, nativos digitales, frustrados por actos de corrupción sumados a desigualdades sociales, que rechazan la política tradicional y organizan movimientos sin líderes. Los descontentos, como los chalecos amarillos europeos, se conectan y amplifica sus protestas a través de plataformas digitales (TikTok, Discord), a la que sumaron un símbolo muy particular: la bandera pirata del anime One Piece (una calavera con un sombrero de paja), convertida en un emblema global de resistencia, desde Katmandú hasta Lima. Esto remarca el papel de la tecnología y las redes sociales en los movimientos de protesta, que, siendo muy eficaces al inicio para movilizar, no han sido de utilidad práctica para crear estructuras políticas estables a largo plazo. El caso Mamdani en Nueva York es interesante por la combinación de tres acciones: mantuvo actividad política tradicional, visitando físicamente los barrios y los sectores sociales; realizó una intensa actividad en las redes y aplicó su carisma transmitiendo autenticidad en sus declaraciones. Tal vez, éste último sea lo más apreciado por los votantes. Sus propuestas fueron pocas y muy simples (congelamiento del precio de los alquileres, transporte público gratuito y guarderías universales), de tal manera que logró encontrar el mínimo común denominador de tantas fracciones y grupos sociales, donde cada uno tiene sus propias necesidades y reclamos. Expresó lo que esos diversos, heterogéneos y a menudo contrapuestos grupos de interés de NYC querían escuchar y logró unirlos para formar un bloque táctico de votantes mayoritarios. Unificó y simplificó; y además transmitió con autenticidad lo que proponía. Dicho todo esto, tampoco le será fácil lograr que las mismas se vuelvan realidad efectiva. Los pueblos no se suicidan. Siempre habrá esperanza, aunque los ciclos se vuelvan largos y las esperas sean agotadoras. Solo hay un camino: salir del individualismo que desprotege, dialogar para entender, concientizar para organizar, educar para construir, unir para crear más comunidad.
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