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  • ‘In memoriam’ de José Manuel Cuenca Toribio

    » Diario Cordoba

    Fecha: 21/11/2025 19:21

    El egregio profesor cordobés de Historia, de anchurosos horizontes, ha fallecido. Con él muere una parte importante de la Historia de empaque, la de los docentes de sólida autoridad académica y nombre propio. El viejo profesor José Manuel Cuenca Toribio simboliza el final de una era universitaria y de un magisterio de perfiles nítidos, de próceres de hondo calado humanista, capaces de abarcar amplios temas históricos con sensibilidad y rigor. No escribo desde el ensalzamiento del último día, pues no lo conocí personalmente ni fui su discípulo; soy simplemente colega en las lides de la Historia, y mi conocimiento procede de su obra, de su presencia historiográfica y de sus intervenciones periodísticas. El catedrático cordobés, de larga trayectoria (Valencia, Barcelona, Madrid, Sevilla...), no fue nunca una figura discreta en el decir y pensar: deja una profunda huella en el ámbito académico general y en el cordobés en particular, con una personalidad reconocible y un pensamiento firme. No pertenece a esa categoría de profesores que pasan inadvertidos, sino a la de quienes imprimen carácter, con ideas claras y docencia exigente. A menudo escuché referencias a su rigor académico y a la disciplina que pedía a unos estudiantes que, desde hace décadas, han ido perdiendo la constancia, la seriedad y el trabajo que caracterizaron a generaciones anteriores. En el terreno científico, su legado es amplio y aristado: trabajos conceptualmente densos, arduos, con reconocimiento historiográfico y premios diversos. Fue un trabajador infatigable, de profunda formación y vasta cultura, que abordó importantes ámbitos de la Historia de España -eclesiástica y civil-, de Andalucía y de Córdoba. La Historia, como siempre, dictará sentencia sobre sus quilates académicos, ya reconocidos por los especialistas sin impostura. En su faceta más pública destaca su inagotable esfuerzo como articulista. Durante décadas desplegó un ingente caudal de escritos de temas diversos, con fruición intelectual y un conocimiento histórico aplicado con tino. Nunca fue un escritor superficial: su prosa era enjundiosa, de ideas bien definidas y argumentación sólida. Su autoridad académica, indiscutida, le permitió una escritura libre y abundante en distintos medios, donde trató cuestiones de historia, política, economía o educación con paso firme y convicciones arraigadas. Siempre me llamó la atención su peculiar lenguaje periodístico -lo que cariñosamente denomino «palabros»-, propio de los escritores tradicionales de letra impresa. Su vocabulario singular no era pedantería ni verborrea, sino el uso natural de un lenguaje atildado, fruto de un profundo conocimiento lingüístico hoy inusual. Ese estilo, unido a su cultura exquisita, hacía de él un intelectual de gran personalidad, más allá de sus ideas o posiciones. La impronta académica del profesor Cuenca, la seriedad de su desempeño y la contundencia de su dedicación representan los últimos estertores de una generación de maestros universitarios que está desapareciendo. No sé si fueron mejores o peores que los actuales, pero sí distintos en las formas y el fondo. El recuerdo del profesor Cuenca —que tantos echaremos de menos en artículos y debates de altura— quedará con letras de bronce, junto a su extenso legado historiográfico y la voz de un docente de altos vuelos, de mirada personal y penetrante hondura intelectual. Descanse en paz.

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