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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 20/11/2025 14:36
El 20 de noviembre no es una fecha decorativa del calendario cívico: es un recordatorio incómodo, desafiante, y profundamente político. Ese día, en 1845, en la Vuelta de Obligado, la Confederación Argentina enfrentó a las dos potencias más grandes de la época —Inglaterra y Francia— en defensa de algo que hoy sigue en disputa: la soberanía nacional. Se perdió la batalla, pero se ganó la guerra simbólica y política. Porque desde ese día quedó claro para el mundo que este territorio no era una colonia disponible para abrir a los cañonazos. Hablar de soberanía no es un ejercicio de nostalgia histórica. Es una discusión actual que atraviesa nuestra economía, nuestros recursos, nuestra memoria y nuestro futuro. Cada vez que se pone en agenda la entrega del río Paraná, la subordinación de decisiones económicas al poder financiero internacional, el deterioro de la producción local o el vaciamiento cultural, vuelve a emerger la pregunta fundante: ¿quién manda en la Argentina? La soberanía no es una consigna romántica de tiempos pasados. Es la condición material para decidir cómo queremos vivir. Sin soberanía territorial, nuestros puertos quedan en manos ajenas. Sin soberanía económica, nuestras decisiones quedan atadas a planillas de Excel extranjeras. Sin soberanía cultural, terminamos repitiendo discursos importados que nos enseñan a desconfiar de nosotros mismos. El presente argentino exige recordar Obligado no para repetir un discurso épico vacío, sino para recuperar una brújula política. La autodeterminación no es gratis: requiere planificación, producción, educación crítica, un Estado capaz y una sociedad dispuesta a no resignarse al rol de espectadora. Defender la soberanía hoy no implica empuñar sables ni cañones, sino construir industrias estratégicas, proteger recursos naturales, apostar a la ciencia local, garantizar la alimentación del pueblo, fortalecer la democracia y promover una identidad cultural que no se rinda ante la agenda global del descarte. La soberanía no se declama: se ejerce. Y como en 1845, habrá presiones, sanciones y campañas para desestimarla. Pero la enseñanza permanece intacta: un país vale lo que vale su decisión de no entregarse. Cada 20 de noviembre nos obliga a preguntarnos si estamos dispuestos a sostener esa decisión. Porque sin soberanía, no hay Nación; apenas hay territorio. Y la historia demuestra que los territorios sin voluntad se los quedan otros.
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