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» Misionesopina
Fecha: 16/11/2025 02:18
Por Mónica Gómez* Hace pocos días participé de un congreso de cooperativas en Santa Rosa, en Río Grande do Sul, Brasil. Una ciudad que se encuentra a apenas 260 kilómetros de Posadas y a escasos 97 del límite fronterizo con Argentina. La cercanía geográfica contrasta brutalmente con la distancia en materia de políticas públicas orientadas al desarrollo productivo. “Orden y Progreso”, reza el lema de la bandera brasileña. Y aunque suene a frase hecha, en ese territorio cercano se puede ver cómo ese mandato se expresa, especialmente en el mundo cooperativo. Ya lo intuía cuando visité otras ciudades fronterizas, pero ahora lo confirmé con mayor claridad: mientras Brasil potencia y acompaña su economía productiva, en Argentina el sector agropecuario —y especialmente el pequeño productor— vive a contramano de lo que debería ser un ecosistema de fomento. Números que duelen Para dimensionar las diferencias, basta con algunas cifras. Brasil tiene más de 212 millones de habitantes; Argentina, 47 millones. La diferencia demográfica y territorial es evidente, pero lo que más impactó a quienes llegamos desde acá fue el contraste en el acceso al crédito: tasas cercanas al 15% anual en Brasil contra un 68% promedio en Argentina. Ese simple dato explica dos caminos divergentes: el crecimiento versus la supervivencia. A ello se suma un marco de políticas estables que incentivan la producción, tasas de morosidad del 1%, regulaciones claras y una economía social integrada a su estrategia de desarrollo. Resultado: un sistema cooperativista que se sostiene en el tiempo y demuestra, en la práctica, lo que tantas veces acá queda solo en discurso. Entonces, ¿cómo puede ser que a menos de 100 km de nuestras chacras exista un modelo que funciona, mientras que acá el Estado nacional solo mira la Pampa Húmeda y deja invisibilizada a una provincia productiva que comparte 900 km de frontera con ese país que nos muestra lo posible? El cooperativismo misionero: una política sostenida Dentro de este panorama desigual, Misiones se distingue. En los últimos años la provincia ha logrado consolidar una política pública que reconoce al cooperativismo como motor de desarrollo local. No es casualidad: aquí, las cooperativas no son un experimento, son parte del ADN productivo del territorio. Hoy Misiones cuenta con más de 1.300 cooperativas activas distribuidas en todo su mapa rural y urbano. Desde las emblemáticas cooperativas yerbateras hasta las de servicios esenciales, forestales, agroindustriales y turísticas, este entramado sostiene miles de empleos y genera arraigo en comunidades donde el Estado Nacional pocas veces llega. El Ministerio del Agro y la Producción junto a distintas carteras vinculadas al cooperativismo, articulan programas para los productores primarios de asistencia técnica, líneas de crédito accesibles y acompañamiento institucional que han permitido que muchas cooperativas sigan en pie pese al contexto económico adverso del país. Misiones entendió algo que en otras provincias todavía se discute: que el cooperativismo no es un parche ni un refugio, sino una herramienta estratégica para el desarrollo sustentable. En tiempos de incertidumbre macroeconómica, la provincia logró sostener un horizonte de políticas productivas que valoran el trabajo asociativo, promueven la formalización y fortalecen la soberanía alimentaria. Lo que Brasil enseña y Misiones aplica La experiencia brasileña demuestra que cuando el Estado planifica, el cooperativismo florece. Y si bien Argentina aún está lejos de esa estabilidad, Misiones ha sabido construir su propio modelo, con un enfoque de desarrollo territorial que prioriza la producción local por encima de las recetas centralistas. Las políticas de incentivo al asociativismo, los programas de capacitación y la promoción de cadenas de valor integradas muestran que se puede pensar un desarrollo rural inclusivo, con la mirada puesta en la frontera pero con identidad propia. Mientras en buena parte del país el cooperativismo sigue siendo una alternativa “de emergencia”, en Misiones se lo asume como política estructural. Esa diferencia es sustancial: significa entender que detrás de cada cooperativa hay familias, trabajo y soberanía. El desafío de la comunidad Claro que las políticas públicas no alcanzan por sí solas. En Brasil, los productores cooperativistas que conocí se muestran empoderados, orgullosos y conscientes de su papel en el entramado económico nacional. Hay un sentido de pertenencia colectiva que se traduce en acción. En Misiones, ese espíritu también está presente, aunque muchas veces necesita renovarse. La cultura del trabajo cooperativo —basada en la confianza, la transparencia y la participación— es el cimiento para que el sector siga creciendo. El desafío es fortalecerla desde la educación, la comunicación y el compromiso social. Tan cerca y tan lejos Cuando uno cruza el puente, no solo cambia el idioma: cambia la perspectiva. Brasil demuestra que se puede producir, exportar y desarrollar economía social en serio. Que el cooperativismo es una herramienta poderosa cuando el Estado acompaña y la sociedad se involucra. Mientras tanto, en Argentina seguimos discutiendo lo básico: si apoyar o no al que produce. Tal vez la respuesta esté más cerca de lo que creemos. A 97 kilómetros, Brasil muestra lo que se puede lograr. Pero en Misiones, con esfuerzo y visión política, ya se está demostrando que también desde este lado de la frontera se puede construir desarrollo con identidad, cooperación y futuro. *Periodista
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