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» Tu corrientes
Fecha: 13/11/2025 15:25
La “envenenadora de Monserrat” pasó trece años en la cárcel, pero jamás admitió haber cometido los homicidios. Nunca se supo si el veneno estaba en el té o en las masas finas, ni si actuó con cómplices Tiene anteojos oscuros y bien grandotes, tan grandotes que parecerían exagerados para Guillermo Novellis, el cantante de La Mosca. Está sentada a la izquierda de la reina de los almuerzos televisivos y escucha a la locutora decir su nombre y contar, también, qué hizo para ser lo suficientemente relevante como para que Mirtha Legrand le asigne una de sus sillas. “La señora Yiya Murano”, dice la locutora. Deja ese nombre inscripto en la historia criminal argentina flotando unos segundos en el aire y sigue: “Estuvo presa, acusada de envenenar a sus amigas”. Murano empieza a sonreír cuando escucha lo de “estuvo presa”, y suelta una risa con lo que sigue. Lo que, en 1979, la convirtió en “la envenenadora de Monserrat” para siempre. Como alcanza con decir “Yiya” para que la famosa criminal aparezca en el inconsciente colectivo argentino, sólo esa palabra les resultó suficiente a los autores y productores de la serie sobre su vida que se estrena este jueves. Protagonizada por Julieta Zylberberg (la Yiya joven) y por Cristina Banegas (la Yiya vieja) y disponible en Flow, dramatiza los hechos que convirtieron a Murano en una estafadora y en una homicida. Y en una argentina famosa porque no sólo mató, sino que mató a tres mujeres de su círculo más cercano y lo hizo envenenándolas, haciéndoles creer que les convidaba masas finas o un té. Lejos de su padre, cerca de sus deseos María Bernardina de las Mercedes Bolla Aponte de Murano nació en 1930 en Corrientes y desde su juventud quiso instalarse en la Gran Ciudad. Su ambición por el dinero, por contactarse por gente importante y por tener todos los amantes que fuera posible la alejaron de su lugar de origen. El apellido de su padre, teniente coronel del Ejército y represor de quienes se oponían al golpe militar que había ungido a José Félix Uriburu como dictador, le resultaba una carga a la hora de involucrarse con todo lo que deseaba: dinero, sexo y acceder a cuanto círculo exclusivo pudiera. Así que a los 23 años, apenas se casó con el abogado Antonio Murano, adoptó su apellido. Era una forma de desasociar sus acciones a la trayectoria de su padre. Quería ser una mujer burguesa aunque los Bolla Aponte se habían fundido, y sabía que no iba a conseguirlo siendo maestra, título que obtuvo aunque nunca ejerció la docencia. Ya casada con Antonio, iba y venía por Monserrat con perfumes importados, tapados de piel y joyas y carteras de gran valor. No eran fruto del trabajo de Murano, que había instado a Yiya a ser ama de casa y que tenía un pasar sobrio. Eran regalos de los sucesivos amantes que pasaban por su vida. Convertida en un personaje mediático y ya en libertad, Yiya contaría que había tenido unos 250 amantes, incluso deportistas, actores y, dijo, “hasta algún Presidente de la Nación”. A algunos, cuando quería plata, les decía que no le alcanzaba para las necesidades de su hijo Martín. A otros, que ella misma estaba atravesando una enfermedad terminal. Conseguía de esos amantes lo que más quería: dinero. Pero para que Yiya hablara, con mayor o menor verdad, sobre su vida sexual y romántica todavía faltaba. Precursora de la estafa piramidal En algún momento, en los años del último golpe militar y en plena “plata dulce”, pergeñó otra vía para hacerse de dinero. Murano fue autora intelectual y material de una de las primeras estafas piramidales que se recuerden en la Argentina. Cautivaba a amigas, familiares y vecinas a las que les pedía dinero bajo la coartada de que invertiría ese dinero y se los devolvería con intereses. A medida que conseguía más “inversoras” -en realidad, víctimas de estafa-, devolvía lo invertido y algo más a las que le habían dado dinero antes. Se corría la voz de que “el negocio funcionaba” y tenía cada vez más personas interesadas en participar del supuesto negocio. Pero en algún momento el esquema fraudulento que había organizado empezó a pasar por un cuello de botella. Y a principios de 1979, en ese escenario y habiendo firmado pagarés a varias de sus supuestas “clientas”, decidió que, para no honrar sus deudas, su siguiente paso sería convertirse en una asesina serial. De estafadora a asesina serial Entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979, Yiya asesinó a tres mujeres. Una fue Nilda Gamba, su vecina. Otra fue Lelia “Chicha” Formisano de Ayala, amiga de la familia, y la tercera fue “Mema”, Carmen Zulema del Giorgio Venturini, su prima segunda. Murano usó, según se confirmó en la autopsia de una de sus tres víctimas, cianuro. Todas sus víctimas habían consumido un té que Yiya les había preparado, y masas finas que les había convidado. Nunca se pudo determinar si el veneno estaba en el té o en las masas. Sí se supo, con el correr de la investigación, que Gamba, su primera víctima, sintió dolores agudos y náuseas después de tomar el té con Yiya. La homicida, a cambio de una “propina”, convenció al médico de la cochería para que firmara un certificado de defunción causada por un paro cardíaco no traumático. Logró así evitar la autopsia. “Chicha” fue encontrada muerta por las amigas con las que iba a ir al teatro. Cerca suyo, había masitas, una taza de té y también pescado. Murano había estado allí, y había logrado, de nuevo, un certificado de defunción adulterado que evitaba la autopsia. “Mema” también tuvo náuseas y dolores abdominales agudos. Rogó por ayuda en el pasillo del edificio en el que vivía, pero ya era tarde para salvarla. Yiya, que había estado horas antes en la casa de su víctima y que había llevado masitas, volvió al lugar. Tenía un objetivo central: hacerse del pagaré en el que constaba la cantidad de dinero que debía devolverle a su prima segunda. Un vecino vio movimientos raros de parte de Murano y alertó a la hija de “Mema”. Diana María Venturini encontró al menos un pagaré firmado por Yiya y ató cabos: las muertes que se habían producido en el barrio algunas semanas antes tenían características similares. Y Yiya aparecía como hilo conductor entre los tres fallecimientos. El cuerpo de “Mema” fue exhumado para que se llevara a cabo una autopsia, que logró confirmar la presencia de cianuro alcalino en sus vísceras. Había muerto por envenenamiento. En ese momento, con la información recién revelada, los investigadores policiales llegaron a sostener que podría haber “diez o más” víctimas mortales de Yiya Murano, aunque sólo hubieran trascendido tres casos. De la cárcel a la fama La autopsia certera de “Mema” fue un antes y un después para el destino de Yiya. El 27 de abril de 1979, con los resultados recién revelados, fue detenida en su casa de la calle México. Pero en 1982 fue absuelta por falta de pruebas y liberada. Su destino volvería a cambiar tres años después, en 1985, cuando la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional anuló el fallo absolutorio y la condenó a prisión perpetua. El tribunal la encontró culpable de los delitos de estafa y de tres homicidios calificados por envenenamiento. La libertad llegó antes de lo esperado. En 1995 salió de la cárcel por una reducción de la pena y por la aplicación de la ley del “dos por uno”. Había pasado, en total, trece años en prisión. Yiya no se privó de agasajar a los jueces que intervinieron en su liberación: les envió una caja de bombones para agradecerles su decisión. Nunca pudo establecerse cómo había obtenido el veneno para asesinar a sus víctimas. Se contempló la posibilidad de que un médico o un amante -o un amante médico- le hubieran facilitado el acceso a los frascos de cianuro, esa sustancia con aroma a almendras amargas que había usado para matar. Negar todo Yiya Murano murió en 2014 y, desde las muertes de sus amigas, familiares y vecinas en 1979 hasta el fin de sus días, se la pasó negando su culpabilidad. Negaba, incluso, que hubieran sido muertes por envenenamiento. Sostenía que, si había una sustancia mortal en medio de los casos, el médico que le había practicado respiración boca a boca a una de las víctimas debería haber muerto también por entrar en contacto con el cianuro. Después de su liberación, no se privó de la fama que había crecido alrededor de sus antecedentes. Se sentó en la mesa de Mirtha Legrand no una sino dos veces, y llegó a ser columnista de moda, nutrida de lo que había aprendido cuando les exigía tapados y carteras a sus amantes. “Los asesinos nunca dicen la verdad”, decía en algunas de sus apariciones públicas. Era una forma de advertir sobre sus propios dichos. La máxima responsabilidad que llegó a reconocer públicamente fue la de haber sido “usurera”, pero insistía en que era absolutamente inocente respecto de las tres muertes por las que se la había condenado. No dudaba en prometerles “la verdad del caso” a distintos medios de comunicación a cambio de dinero o de un almuerzo. “Si nadie pone plata, me la llevaré a la tumba”, advertía. Era una nueva vía para recaudar dinero, algo que desveló a Yiya durante toda su vida. El juego de té, a subasta La “envenenadora de Monserrat” tuvo un solo hijo: Martín Murano. Martín, actor y doble de riesgo, escribió dos libros sobre el caso. No dudó en referirse a su madre como “asesina perversa” y en contar que Yiya le había confesado que el veneno estaba en los saquitos de té. Martín, que se refiere a su madre no como “mamá” sino como Yiya, contó también que ella lo llevaba a algunos de sus encuentros con amantes. Le decía que visitarían a un “tío lejano” y le exigía que se portara bien “para que nos hagan lindos regalos”. Él veía todo en silencio, inmóvil. “Hasta intentó matarme”, repitió Martín infinidad de veces en sus apariciones en medios de comunicación. Según cuenta, Yiya tenía previsto asesinar a su propio hijo, que en ese entonces tenía unos diez años, con una torta envenenada. “Se arrepintió a último momento, cuando yo ya estaba por comerla”, contó el actor. Helena, hijastra de Yiya, también refirió un intento de envenenamiento. Conciente del mito que había crecido alrededor de su madre, Martín Murano ofreció en subasta el juego de té con el que Yiya invitaba a sus amigas: seis tazas, una tetera, una azucarera y un recipiente para la leche. Recibió una oferta de 10.000 dólares y donó lo recaudado a un refugio de perros y gatos de Mar del Plata. El deseo de ser recordada siempre Yiya Murano murió el 26 de abril de 2014 a los 83 años. Había pasado los últimos años de su vida en geriátricos de Caballito y de Belgrano. En su vejez, le diagnosticaron demencia senil, lo que le fue haciendo perder el recuerdo sobre su propia historia e identidad. Su familia decidió que la prensa no tuviera acceso a ella en medio de ese deterioro. Murano había expresado su deseo de que la recordaran y hasta había previsto que en su tumba figurara el nombre que la había hecho famosa, aunque su fama se hubiera montado sobre la base de una estafa y de tres asesinatos. La familia decidió, en cambio, que la tumba del Cementerio de la Chacarita dijera “Mercedes Bolla” en lugar de “Yiya Murano”, para evitar cualquier tipo de aglomeración o vandalismo. Yiya sí murió de un paro cardíaco y está enterrada en el mismo cementerio que sus tres víctimas. Nunca se supo -ni se sabrá- si tuvo cómplices o si mató a más personas. Sí se sabe que esa correntina que decidió instalarse en Buenos Aires para hacerle lugar a ese deseo de una vida alejada de su apellido paterno y en busca de dinero y sexo tenía dos perdiciones: las novelas de Alberto Migré y los libros de Agatha Christie. En los libros de la reina de las novelas policiales había leído decenas de veces sobre víctimas cuyas muertes eran dificilísimas de dilucidar: es que las habían envenenado. Sentada en la mesa de Mirtha Legrand, Yiya le ofreció masitas e insistió para que las aceptara. Mirtha se rió, le dijo que estaba “a régimen” y que “las masitas engordan”. Le pidió a su producción que se las llevaran y todos en la mesa se rieron. Empezando por Yiya, que se había reído un rato antes, cuando escuchó a la locutora presentarla con esos antecedentes criminales que Murano no admitió nunca pero que la llevaron a la cárcel y también a la fama.
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