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» Diario Cordoba
Fecha: 13/11/2025 03:45
Consagró su vida al estudio de los hechos y personajes que hicieron de este país lo que es, tanto desde su cátedra de Historia Contemporánea en la Universidad de Córdoba como en sus libros y artículos, que fueron muchos. Una ingente tarea de plena entrega a la docencia y la investigación que lo acreditaron como uno de los más reputados historiadores españoles. José Manuel Cuenca Toribio, sevillano que durante cinco décadas ha hecho de Córdoba una serena atalaya desde donde contemplar el mundo y explicar los hilos que lo mueven, fallecía el pasado lunes a los 86 años en el hospital Reina Sofía por las secuelas de una mala caída. Académico distinguido, dejaba tras de sí la estela de un intelectual de fiera independencia y compromiso irrenunciable con el pasado, que siempre se refleja en el presente. Lástima que al veterano profesor, que decía sentirse cada día más libre de corazón y palabra, no le diera tiempo de acabar las memorias que ya tenían título, La España de un historiador. Hubieran sido el compendio de intensas vivencias contempladas desde esa perspectiva del que está de vuelta de todo que él llamaba «saberes de atardecer». El testamento de un hombre honesto que, armado con una cortesía antigua –a todos hablaba de usted-, no se arredraba al poner los puntos sobre las íes en cuanto le dictara su conciencia. Se le quedó en el tintero al ex decano de Filosofía y Letras ese libro, a modo de colofón de una vida dedicada a perseguir la verdad por encima de intereses ocultos o versiones interesadas; algo que, convertido en figura incómoda, le ocasionó más de un disgusto («He sido un enemigo a batir por mi reluctancia al sectarismo», lamentaba en una de las últimas entrevistas que le hice, cada vez más pesimista en su juicio de los políticos de uno y otro signo, indignos según él del «buen pueblo español»). Pero fueron numerosos los volúmenes que sí dio a la imprenta, cercanos al centenar, con los que se adentró en casi todos los dominios modernos y contemporáneos de su amada Clío. Nada de lo humano le resultaba ajeno, si bien la musa lo guio preferentemente hacia temas relacionados con Andalucía y la Iglesia. Quizá por haber impartido enseñanza en las facultades de periodismo de Pamplona, Barcelona y Valencia antes de llegar a Córdoba en 1975, a Cuenca Toribio le atraían con fuerza los periódicos -por supuesto en papel, porque ni escribía en ordenador, que para eso tenía a su mujer, la entrañable profesora Soledad Miranda-. Grafómano irreductible, ha sido un prolijo articulista hasta su último aliento; publicó cada semana en Diario CÓRDOBA durante cuarenta años por lo menos, y en otros medios cuando se le antojaba, pues el catedrático emérito gozaba de un privilegio rarísimo entre los colaboradores, el de la múltiple militancia. Como columnista su empeño era trazar una especie de mapa sociológico aproximándose a la cotidianeidad que un día será historia. Y nadie piense que en este afán bajaba el listón del rigor y la exigencia -cualidades que a sus alumnos infundían admiración y su poquito de miedo-. Ni siquiera para ganar lectores suavizaba su peculiar estilo, el de un señor de formación actualizada al siglo XXI pero parapetado en una elegancia ilustrada que empezaba por el lenguaje, retorcido como un bosque de columnas salomónicas. No se libraba del barroquismo ni el taxista imaginario con el que solía entablar sus «conversaciones», que de haber existido fuera del artículo solo habría entendido lo del «¿qué le debo?» al llegar a destino. Pero bajo el verbo exuberante y la apariencia circunspecta, casi severa, de José Manuel Cuenca latía un alma blanca y afectuosa, y la firme lealtad hacia sus amigos de un hombre noble. Descanse en paz, querido profesor. Le echaremos de menos.
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