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» El Ciudadano
Fecha: 11/11/2025 13:01
Por: Jesica Fernández Bruera Los árboles se cierran contra el cielo de la selva. Las flores, pequeñas y blancas de la yerba mate, se abren en el camino no para las personas sino para las abejas, las mariposas, la vida del lugar. Los trozos del ibirá pitá cortan lo que podría ser un sendero. La madera roja está fresca, revelando que no hace mucho el viento, o quizás la tormenta, desgajó los árboles frondosos que disputan el aire. La lluvia rosa, cada tanto, es sutil. Los brotes del lapacho caen contrariando el verde y el negro profundo, como desafiando su hegemonía o intentando distraer con belleza del horror que está por ocurrir. Porque la selva sabe. Ha visto muchos años de hombres entrar en ella solamente para romper, tomar y saquear. De golpe, la vida se interrumpe en un agujero de silencio. Lo que hace unos minutos era canto permanente de pájaros, de los cientos de especies de pájaros que habitan la selva paranaense, se transforma en suspenso. Toda la selva aguanta el aire. Entonces uno, dos, tres. Muchos disparos. Los animales gritan y aúllan porque lo rojo y rosa ya no es solo de la madera y las flores. Rojo y rosa ahora chorrean. Los cuerpos adultos que habían intentado defender a su comunidad, a su grupo, ahora están tendidos sobre la tierra como los brotes del lapacho. Los bebés que sobreviven son tomados a la fuerza, escondidos y secuestrados ilegalmente. Otra vez la selva y otra vez la masacre. *** Martín tiene el pelo castaño, o rubio casi. Algunos mechones son más oscuros, pero la combinación toda tiene sentido con los ojos color miel, con los que no te mira para juzgar pero sí con la resaca del terror de conocer extraños. Todas las personas que se acercan a él tienen que ser apropiadamente presentadas antes, para no gatillar los recuerdos del trauma lo que a veces hace que se esconda o que grite hasta que alguien pueda calmarlo. Julieta está a su cargo. Aparenta menos años de los que tiene, aunque ella diga que ya se siente cansada y que el cuerpo le pasa factura. Probablemente es porque está por cumplir 20 años en la docencia en escuelas primarias. Hoy enseña en 6to grado en la escuela San José. Pero la que está en San Francisquito- me aclara, para que no me confunda con su homónimo privado, la casa Salesiana San José en el centro de la ciudad de Rosario. La San José donde Julieta dedica su tiempo está en el barrio San Francisquito, declarado por un blog anónimo como “el peor barrio de Rosario, olvidado por los políticos”. Ella es quien se encarga de avisarle a Martin que alguien vino a visitarlo, que quieren verlo. Le cuenta que hay una periodista que quiere saber de su historia y, quizás también, tomar algunas fotos. Pero todo esto lo hace siempre después del ritual: cuando Julieta y Martín se encuentran juegan primero a la escondida. Ella lo llama mientras él se oculta en algún lugar, no hasta que lo encuentra sino hasta que él decide salir triunfal – ¡Ahí está Martin! – festeja. Y el orden del cosmos breve que habitan los dos queda ordenado. Todas las semanas le lleva juguetes diferentes con los que va a hacer los avances cognitivos que no pudo hacer durante su crecimiento. A veces mis hijos me acompañan y me reclaman que esos son sus juguetes- dice riéndose un poco, aunque después confiesa que ellos mismos muchas veces separan cosas para Martín. Hay un auto grande de plástico y juguetes que en algún momento tuvieron sonido, pero los que prefiere son aquellos que puede encastrar. Las torres apilables de muchos colores están llenas de hojas o de flores. Martín los apila, sí, pero por sobre todo juega a clasificar lo que encuentra: todas las flores dentro del cubo rojo, todas las hojas dentro del amarillo. La arena, dentro del azul. Los colores parecen parte fundamental de su vida, o por lo menos del tiempo que tiene que llenar en el lugar en donde está. Nunca son los mismos, él elige con qué pintar. Quizás por eso no es raro encontrar en los rincones garabatos que hizo mientras estaba solo. Los que llegan a la hoja de papel, están exhibidos para que todos puedan verlos, aunque él prefiere pintar cuando nadie lo ve. Cuando Julieta no está, hay un equipo encargado de Martín. Entre ellos Franco, que no duda en señalarlo como curioso y pendiente de todo lo que las personas hacen a su alrededor. Incluso, dice, espía por la medianera cuando los trabajadores están en el terreno lindero. Fueron Beba y Franco los que le pidieron a Julieta que se vinculara con Martín. Ella hubiera preferido cualquier otra cosa, dice, porque estar con él era demasiada responsabilidad y su propio miedo le hizo decir, hacia sus adentros, que no. Fue la fuerza de la rutina necesaria para Martin lo que la sostuvo con él. Hoy, 6 años después, ella es una de sus personas preferidas. Porque, como Franco me marca, no todas las personas son sus personas preferidas. A veces les tiene miedo, especialmente si están trabajando con elementos que no les son familiares. Es entendible: Martin fue arrancado de su madre dos veces y dos veces secuestrado de los lugares que conocía. Su vida es una vida de traumas entretejidos por la buena intención de algunos y la codicia de otros. Es que si pudiera presentarse quizás lo primero que diría es: “Mi nombre es Martín, soy un mono Caí y estoy en cautiverio”. *** Mundo Aparte no debería existir, pero es necesario que lo haga. Desde el 2001 se yergue como un bosque preservado en los márgenes de la ciudad, dándole hogar a los animales que fueron arrancados de su hábitat, ya sea por zoológicos, circos o por adoptantes humanos que, con buena o mala intención, quisieron hacerlos parte de su familia. En este predio de interpretación ecológica, como se define en su página web, residen entre otros una pareja de monos carayá, un aguará popé que quisieron entrenarlo como perro, Chacho un Guacamayo azul y amarillo que fue comprado por un hincha de Rosario Central y que nunca aprendió a volar, dos pumas macho que conviven para sorpresa de todos y Prince, el tigre de bengala, que es por supuesto la atracción central. Martín, mono Caí, es parte de los miembros fundadores: 23 años en cautiverio y uno más en una casa de familia. Martín llegó al predio en el 2002, cuando María Esther y Alejandra se encontraban todavía preparando la reserva. Mundo Aparte nació por un convenio con la municipalidad para cuidar a los animales que habían sobrevivido al cierre del zoológico de Rosario en 1997, cuando Hermes Binner hizo cumplir la ordenanza en contra del cautiverio de animales. María Esther había sido su última directora. Entre el cierre y la oficialización del traslado a la nueva reserva los animales pasaron sus días en un basural. Muchos fueron asesinados en el mientras tanto, fundamentalmente por el descuido del poder político que no quiso involucrar a los guardazoos que habían estado trabajando con ellos. Martín no tenía más de un año. Ese tiempo lo había pasado dentro de una jaula de un metro de altura con forma de barril. Desde ahí aprendió a copiar los gestos corporales de los hombres que vivían con él, todos de tinte sexual. Fue en parte esta la razón, además de temer ser denunciados, lo que hizo que eligieran entregarlo a la reserva en Rosario. Un mes después esa misma familia quiso visitarlo. Bastó con que Martin los viera llegar para que se suba a la rama más alta y les dé la espalda. María Esther, Beba, supo entonces que ya no era el mismo mono asustado que había llegado un tiempo atrás. A partir de ese momento su carácter cambió, abandonó los gestos obscenos que los machos le habían enseñado y comenzó a ser más gentil con las personas que lo rodeaban. En Argentina, el tráfico de fauna silvestre genera, de acuerdo al ex Ministerio de Ambiente, entre 15 y 20 mil millones de dólares anuales, quedando en el cuarto puesto de comercio ilegal detrás de la venta de drogas, la falsificación y el tráfico de personas. Es un problema radical, por un lado porque la reciente modificación de la resolución 62/1986 le abre la puerta a la legalidad del tráfico de animales vivos. Por el otro porque la explosión de las redes sociales ha habilitado la facilidad para el comercio. Mientras que subir críticas a un genocidio actual puede valerte la censura y cierre de la cuenta social, las publicaciones de venta ilegal de animales (algunos de ellos en peligro de extinción) crecieron entre 2015 y el 2024 un 585%, con un aumento de 44 especies más ofrecidas según la organización Aves Argentinas. Si ya la presencia del Estado era flaca, la anomia virtual habilita cualquier tipo de transacción desde el anonimato. Sin embargo, el 90% de los animales no llegan a ese punto. Mueren por estrés e inanición mucho tiempo antes. Quizás por eso, de nuevo, otros hombres vieron a Martín como una forma de ganar plata. Un tiempo después de haber llegado a Mundo Aparte, ocultos como siempre por la noche, un grupo de personas desató los alambres del recinto y se lo llevó. -Yo sentí que la vida se me iba del cuerpo- dice Beba, no solamente por la responsabilidad, sino porque ella sabía que si Martín se estresaba iba a atacar a quienes lo retenían, y las opciones después de eso siempre son la herida o la muerte. Fue Ariel Bulsicco, periodista de la ciudad, quien la ayudó a poner a la luz la historia. Al tercer día un niño de no más de 10 años tocó el portón de la reserva con las palabras que le desataron a Beba el nudo en la garganta. Él sabía dónde estaba Martín. No fue un momento de cuidado ni de análisis para ella. Se subió al auto junto con el chico y manejó por calles que pedían más una camioneta que un vehículo pequeño. El lugar era una casa antes de Provincias Unidas, en un barrio que todavía no era barrio. La puerta la abrió un hombre con uno de los brazos vendados que le señaló a Martin encerrado en un chango de supermercado envuelto en alambres de púa. Después de una promesa de dinero, Beba rompió la regla fundamental del vínculo con los animales y lo tomó en brazos. O más bien Martín saltó a ellos para esconder su cara entre el pelo de Beba y contarle en el idioma que podía lo que había pasado. Durmió un día y medio. Después de eso él tuvo otro cambio- dice -a las personas que ve de lejos ya no las llama-. La reserva se sostiene con la colaboración económica de las personas que entienden que este no es el lugar ideal para los animales, pero que es necesario. Porque en Mundo aparte los pájaros no hacen silencio. No es necesario. No hay hombres con armas derramando rosa y rojo. Socios Si querés hacerte socio y colaborar con Mundo Aparte, podés hacerlo acá o con una visita al predio para conocer a Martín y el resto de los habitantes
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