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» El Ciudadano
Fecha: 11/11/2025 13:00
Por Romina Sarti* En un contexto saturado de fake news y ridículo político, es fácil caer en la trama de lo inverosímil. Quizás ese es el deseo permanente rente a atropellos que rozan el absurdo. Pero no. El presidente yanki, Donald Trump, propuso negar la visa norteamericana a las personas mayores, gordas y enfermas. Como si el cuerpo fuera una amenaza para la tierra del Tío Sam, como si la biología o el paso del tiempo, definieran el mérito para cruzar fronteras. Digerido el primer impacto, la idea no sorprende tanto sabiendo de quien viene (y potencia el temor que opere como inspiración para cierto político nacional -y no popular-). El eco de esta propuesta, revela algo sumamente arraigado en la derecha: se pretende un mundo para quienes repliquen el modelo del varón blanco, joven, productivo y delgado. Seria interesante recordar que quienes quieren acceder a la visa lo hacen persiguiendo la posibilidad de una vida mejor: progreso económico, mayores oportunidades, tener alguna chance más que en el país de origen. Los cuerpos que no se ajustan no quedan bajo sospecha, directamente son descalificados. Esta acción promueve el valor hacia el rendimiento, la delgadez, la juventud. Amparados en el concepto de “carga pública”, el brazo político ejecuta el señalamiento y exclusión de corporalidades que se tornan sospechosas, controlando las fronteras de quienes detentan el privilegio de un pasaporte sanitario avalado para circular. En un mundo cada vez más hostil y desigual, lo de Trump no es una mera política migratoria, es una pedagogía del desprecio. Un recordatorio de la jerarquización corporal, que los cuerpos no valen lo mismo, que las personas no valen lo mismo. Que hay unos que son bienvenidos y otros que sobran. Que la gordura, la enfermedad y la vejez se leen como fracaso, como amenaza, como terroristas del orden heteronormativo. El cuerpo se vuelve campo de batalla, escenario de control, de mirada y de segregación. El cuerpo migrante —ya vulnerado y violentado— ahora también puede ser deportado por portación de canas, de grasa o de enfermedad. El cuerpo sigue siendo un campo de batalla. Allí donde se dibujan fronteras, se marcan también jerarquías. El cuerpo migrante, gordo, viejo o enfermo es el enemigo perfecto: visible, medible, descartable. Resistir, a veces, es tan simple —y tan radical— como no dejarse deportar del propio cuerpo, la permanencia también es una forma de insurrección. *** *Licenciada en Ciencia Política (UNR), militante por la diversidad corporal, anticapacitista, docente universitaria en UGR, trabajadora en la Secretaría de DDHH de la UNR. IG: @romina.sarti
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