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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/11/2025 15:05
Buenos Aires ha atraído a un número significativo de personas de la comunidad LGBTQ rusas desde el inicio de la guerra con Ucrania en febrero de 2022. Las carrozas retumbaban al son de los argentinos que bailaban con bikinis de arcoiris, botas de cuero y alas de ángel bajo los florecientes jacarandás de Buenos Aires, mientras las faldas de lentejuelas de las drag queens centelleaban con la cálida luz de la primavera. Para los argentinos no era más que la celebración anual de la Marcha del Orgullo de la ciudad. Pero para una pareja gay rusa que se unió a las festividades de este mes, eran escenas de otro planeta. “Es la mayor libertad que he visto”, dijo uno de ellos, Marat Murzakhanov, de 23 años, quien es de la ciudad rusa de Ufa, cerca de los Montes Urales. “Queremos quedarnos aquí”. Anna Sokolova, a la izquierda, con su esposa, Antonina Lysikova, durante la Marcha del Orgullo. No son los únicos. Argentina se ha convertido en un refugio sorprendentemente importante, aunque geográficamente distante, para los rusos LGBTQ que huyen de la creciente represión antigay del presidente Vladimir Putin. Varias oleadas de exiliados desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, hace tres años —que buscaban evitar el servicio militar obligatorio o la represión— han fluido hacia Estados vecinos como Georgia, Kazajistán y Armenia. Pero a muchos rusos homosexuales les costó trabajo permanecer en esos lugares, pues se enfrentaron al estigma y a la falta de protección legal. Georgii Markelov en su departamento en Buenos Aires. Ante las restrictivas políticas de visados que les cerraban el paso a Europa y Estados Unidos, buscaron por todo el mundo un país donde pudieran entrar fácilmente y vivir libremente. Muchos descubrieron que la respuesta era un vuelo de larga distancia al otro lado del mundo. “Cuando les dije a mis padres que me iba a Argentina, se preguntaron dónde estaba eso”, dijo Anton Floretskii, de 29 años, un programador de Tolyatti, una ciudad industrial del oeste de Rusia. “Les expliqué que está en el hemisferio sur. Que tienen estrellas completamente distintas”. Igor Muzalevskii durante una fiesta rusa posterior a la del Orgullo en Buenos Aires. Floretskii dijo que en Rusia había sido perseguido, golpeado y humillado por ser gay. Ahora llevaba una camiseta sin mangas en la que se leía “mi novio es gay” y acudió a la reciente celebración del Orgullo junto a decenas de rusos de pelo rubio cobrizo, con corsés de encaje y lápiz labial, que cantaban himnos gays argentinos y compartían empanadas. “Es algo inesperado”, dijo Floretskii. “Argentina nunca estuvo en el mapa”. En los últimos años, Putin ha emprendido una represión cada vez más dura contra los derechos de las personas LGBTQ, en una campaña de opresión que se ha acelerado desde el inicio de la guerra en Ucrania, en febrero de 2022. En 2023, la Corte Suprema rusa designó al “movimiento internacional LGBTQ” como “organización extremista” a la altura de Al Qaeda, lo que provocó unanueva oleada de represión. Anton Floretskii, de 29 años, se trasladó a Buenos Aires desde Tolyatti, Rusia. Dijo que en Rusia había sido perseguido, golpeado y humillado por ser gay. Muchos rusos homosexuales dijeron que era la culminación de años vividos con miedo. Lesbianas llevaban anillos de boda para fingir que tenían marido, mientras que los chicos gays eran agredidos en los centros comerciales por su pelo teñido. Algunos decidieron marcharse. Floretskii se topó con Argentina como posible destino en 2022, cuando se incluyó en un documento de Google compartido entre rusos homosexuales en el que se enumeraban posibles países a los que emigrar. Marat Murzakhanov, izquierda, y su pareja Nikolai Soskov durante la Marcha del Orgullo en Buenos Aires. Argentina ofrecía fuertes protecciones a las personas LGBTQ, incluido el matrimonio igualitario y la autodeterminación de género. Georgii Markelov, de 27 años, gestor de redes sociales de Moscú, anotó Argentina en su agenda junto a otra decena de países conocidos por respetar los derechos humanos y en los que los rusos podían entrar sin visado. Giordani Taldyki, de 27 años, una psicóloga de Moscú que primero se había trasladado a Bangladés, leyó la Constitución argentina en un parque de Daca, la capital bangladesí. Desde la ventana de Floretskii en Buenos Aires se ve una iglesia ortodoxa rusa. “En la Constitución se incluyen los derechos de los inmigrantes”, dijo Taldyki. “Me dije, bueno, me gusta mucho”. La Constitución argentina, mencionada con frecuencia por los rusos LGBTQ de Buenos Aires como razón clave para mudarse allí, afirma que acoge a “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. La Constitución se adoptó en 1853, cuando Argentina intentaba poblar un vasto territorio escasamente habitado y abrió de par en par sus puertas a los europeos. Italianos, españoles y judíos de Europa del Este, entre otros, llegaron a montones en los barcos y convirtieron Buenos Aires en uno de los grandes centros mundiales de inmigración de finales del siglo XIX y principios del XX. Buenos Aires ha atraído a un importante número de rusos LGBTQ desde el inicio de la guerra con Ucrania. Las políticas liberales de inmigración de la nación atrajeron más tarde a refugiados de guerra y también a nazis de alto rango que buscaban desaparecer. Anteriormente, Argentina había acogido a migrantes rusos, incluidos disidentes políticos de la antigua Unión Soviética y quienes buscaban refugio tras su colapso. La última oleada comenzó tras la guerra contra Ucrania, y el gobierno argentino ha registrado más de 120.000 llegadas de rusos desde 2022. El grupo incluyó a muchas mujeres rusas embarazadas que esperaban asegurarse un futuro mejor y un pasaporte con menos restricciones para sus hijos. Esa tendencia acaparó la atención nacional en Argentina, pero se notó menos la oleada paralela, más silenciosa, de personas rusas homosexuales y trans que buscaban asilo político. La Marcha del Orgullo recorrió Buenos Aires. “Los rusos venían, venían y venían y venían”, dijo Anna Sokolova, de 43 años, quien es originaria de Siberia y dirige un negocio de adiestramiento de perros en Buenos Aires con su esposa. “Era como una bola de nieve”. Mariano Ruiz, director de un grupo que apoya a los solicitantes de asilo LGBTQ en Argentina, dijo que había ayudado a más de 1800 rusos desde que comenzó la guerra. El atractivo de Argentina reside en parte en su historia. Fue el primer país de Latinoamérica y uno de los primeros del mundo en aprobar el matrimonio igualitario en 2010. También aprobó una legislación histórica que permite a las personas cambiar su género en los documentos oficiales sin necesidad de aprobación médica o judicial. “Puedo ser una chica trans, puedo ser yo misma y no me siento juzgada”, dijo Alisa Nikolaev, de 24 años, quien creció en Siberia y se trasladó a Argentina el año pasado. Sin embargo, la inclusividad de Argentina no es una prioridad para su presidente de derecha, Javier Milei, quien ha arremetido contra lo que denomina “ideología de género” y ha endurecido las normas de migración. La marcha del Orgullo desde el aire. Aunque no ha intentado anular la igualdad matrimonial, el gobierno de Milei ha impuesto amplias medidas de austeridad que han sobrecargado algunos programas de salud pública, incluidos los que proporcionan terapias de hormonas y medicamentos contra el VIH. La tensión era palpable en la celebración del Orgullo, donde entre asados callejeros improvisados que vendían sándwiches de carne chorreantes de grasa, los asistentes llevaban gorras en las que se leía “Make Argentina Gay Again” (Hagamos a Argentina Gay de Nuevo). Para muchos rusos homosexuales, la apertura fue reconfortante e inesperada. “Me alegré mucho”, dijo Taldyki. “Aquí la gente lucha”. Había muchas más cosas que él, y otros, apreciaban de Argentina. Alisa Nikolaev se mudó de Rusia a Argentina el año pasado. Taldyki dijo que le encantaba cuando la gente le preguntaba: “¿Tienes novia o novio?”. Le encantaba cuando veía a un taxista trans y cuando dejaban de recordarle su sexualidad. “A veces aquí me olvido de que soy gay”, dijo. A Floretskii le encantaba entrar en una peluquería y encontrarse a un peluquero gay y a Lady Gaga a todo volumen por los altoparlantes. “Me decía: ‘Dios mío, ¿estoy en un país donde esto es normal?’”. Sokolova, la entrenadora de perros, dijo que le encantó que los médicos de la clínica reproductiva donde se estaba sometiendo a un tratamiento de fecundación in vitro le preguntaran por qué no había acudido con su esposa, Antonina Lysikova, de 37 años. La influente rusa Milana Petrova, segunda de izquierda a derecha, y sus amigas en un departamento antes de la Marcha del Orgullo. Cuando grabaron un video familiar este año, dijo Lysikova, el videógrafo que habían contratado les preguntó por qué no mostraban ningún tipo de afecto físico. “Solo recién entendimos que estamos acostumbradas a no abrazarnos en sociedad”, dijo Lysikova. Aun así, por muy integrados que se sintieran en la sociedad argentina, muchos rusos seguían atormentados por la idea de que tenían que viajar miles de kilómetros desde su hogar para disfrutar de derechos básicos. “Lo malo de la migración es que nuestro país no se interesa por nosotros en absoluto”, dijo Lysikova. “Quizá Argentina se interese por nosotros, pero Rusia nunca. No importa cuánto dinero ganemos, ni lo inteligentes que seamos. Rusia no nos quiere”. Giordani Taldyki en el desfile del Orgullo. Mientras el sol se ponía el día del Orgullo en Buenos Aires y se preparaba para salir sobre Moscú, parejas de lesbianas rusas con las faldas arrugadas y el maquillaje corrido tras un día entero de fiesta bailaban lentamente en el interior de un departamento estilo Beaux-Arts que acogía una fiesta rusa posterior a la del Orgullo. Una mujer se enjugaba las lágrimas. El DJ ruso siguió con “I Kissed a Girl” de Katy Perry. Junto a la pista de baile había una sala en la que se exhibían artículos de artistas LGBTQ rusos, como camisetas y bolsas, así como una caja de donativos para un ruso trans que se suicidó recientemente en Argentina. Participantes en la Marcha del Orgullo. Igor Muzalevskii, de 26 años, promotor inmobiliario de San Petersburgo, se asomó al balcón del departamento con un chaleco plateado reluciente y medias de red. Debajo de él, en la oscuridad, pasaba una de las últimas carrozas del desfile del Orgullo, aún abarrotada de gente que saltaba por sexta hora consecutiva. Uno no paraba de agitar una bandera arco iris. “Por esto vinimos”, dijo Muzalevskii, mientras señalaba hacia abajo. “Ahora sabemos que el mundo puede tratarte mejor”. (c) The New York Times
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