09/11/2025 15:33
09/11/2025 15:30
09/11/2025 15:30
09/11/2025 15:30
09/11/2025 15:24
09/11/2025 15:21
09/11/2025 15:20
09/11/2025 15:19
09/11/2025 15:19
09/11/2025 15:16
» Diario Cordoba
Fecha: 09/11/2025 12:21
«Salirse de la cárcel no es lo mismo que salir de la condena: muchos se quedan fuera, pero sin un lugar donde ir». Así define Pablo Arenas, de Prolibertas, la situación que viven muchos presos de la cárcel de Córdoba. Su fundación cuenta con dos programas para que, una vez en libertad, los presos puedan rehacer su vida. Otras entidades, como la Fundación Don Bosco, complementan esa labor con orientación laboral y prácticas en empresas. Para Prolibertas, la vinculación con personas reclusas se remonta a los orígenes de la entidad, ya que cuando salen del centro penitenciario «muchos acaban cayendo en situación de calle», explica Arenas. Desde hace dos años trabajan directamente con el Centro Penitenciario de Alcolea mediante dos programas: Red Inserción y App Libertad. El primero está enfocado a personas en segundo grado, mientras que App Libertad se dirige a quienes se encuentran en el tercer grado. En Red Inserción, el trabajo se centra en personas que, además de la privación de libertad, «no tienen ningún tipo de arraigo familiar ni social», lo que hace más difícil su regreso a la sociedad. Con ellos se trabaja en grupos de unas diez personas, donde reciben formación sociocultural y aprenden a resolver situaciones de la vida diaria -como trámites burocráticos o gestiones por internet-. «El ritmo de vida fuera es mucho más elevado que en prisión», señala. Una vez obtienen la libertad, el acompañamiento continúa de manera transversal, con especial atención a «evitar recaídas y reingresos». En App Libertad, por su parte, se imparten diferentes cursos dentro del propio centro penitenciario. Durante el trabajo con ellos, los presos reciben formación en diferentes oficios de acuerdos a sus cualidades. / Córdoba El perfil es muy diverso, tanto en delitos como en edades -desde veintipocos hasta más de cuarenta años, con una media en la treintena-. En el último taller, los trece integrantes «lo finalizaron con éxito», destaca. En algunos casos, el acompañamiento continúa fuera de prisión. Dos de los participantes, tras pasar por el programa de vivienda, «han salido con su propio plan de ahorro, alta laboral y vivienda de alquiler», cuenta Arenas con orgullo. Uno trabaja actualmente en hostelería, mientras que el otro lo hace como oficial de primera en una obra. La Fundación Don Bosco también trabaja con reclusos para facilitar su inserción laboral. Además de ofrecer competencias básicas para desenvolverse fuera de prisión, su labor se centra más específicamente en el aspecto laboral, detalla Pilar García, una de sus orientadoras. Al igual que Prolibertas, cuentan con dos programas. Por un lado, Reincorpora, dirigido a personas en tercer grado, que comienza con una entrevista en la que «detectamos sus necesidades» y, a partir de ahí, «activamos un protocolo para ofrecerles una formación en competencias básicas». En estos talleres se trabajan también el autocontrol, la autoestima y la capacidad de relación. «Salen muy alienados», insiste García. A esto se suma el riesgo de las primeras salidas, en las que las recaídas en el consumo de alcohol y drogas «son un peligro evidente». La mayoría de los reclusos del programa han cometido delitos relacionados con el hurto, delitos contra la salud pública o fraudes eléctricos. «La mayoría proviene de familias desestructuradas», lamenta García, que indica que el 90% de los usuarios son hombres. El segundo programa está dirigido a reclusos de hasta 35 años. Se trabajan los mismos aspectos, pero adaptados al perfil de los jóvenes, ya que, explica García, «es muy diferente tratar con jóvenes; ellos priorizan el ocio. Es fundamental crear un entorno positivo con ellos». Con los presos en tercer grado se realizan diferentes dinámicas para que no entren en ambientes tóxicos. / Córdoba En ambos programas, el seguimiento es «una parte fundamental». Para ello, las familias juegan un papel clave: «Creamos vínculos con ellas», explica García, lo que permite detectar posibles recaídas. Tras el primer análisis, se trabaja con los reclusos de manera más enfocada al mundo laboral. Para ello se elabora un perfil de la persona, a la que se le suman preferencias personales, delitos cometidos y, en algunos casos, su currículum, para orientarlo hacia una salida laboral que «evite factores de riesgo». En el caso de los jóvenes, se fomenta especialmente «la vuelta a los estudios». A partir de ahí se ofrecen diferentes cursos de formación centrados en las principales salidas laborales, que van además acompañados, en muchos casos, de prácticas en la empresa. Las alternativas más comunes son la construcción, los almacenes y, en el caso de las mujeres, la ayuda a domicilio. La hostelería, en cambio, no es un entorno propicio, ya que existe el riesgo a recaída en muchos de ellos. El éxito de estos programas (medido cuando un recluso consigue un contrato de más de un año) «se sitúa en torno al 65%», señala García, que actualmente trabaja con «57 personas en segundo y tercer grado», siendo la mayoría del último.
Ver noticia original