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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/11/2025 06:31
Javier Milei (Christian Heit) Escucho atentamente diversos análisis de la decadencia argentina. Uno de ellos sostiene la peor de las torpezas: la convicción de que nuestra etapa industrial estaba agotada por la falta de una dimensión de mercado propio. Lo central de la decadencia Argentina, desde el nefasto Ministro de Economía de la última dictadura José Alfredo Martínez de Hoz, y hasta el presente, no tiene que ver con el mercado ni con lo privado. Se trata esencialmente de la concentración de la riqueza en pocas manos. En otros tiempos, vivíamos en una sociedad cuya riqueza no era desmesurada, pero cuya estructura de distribución permitía integrar a la totalidad de su población. Cuando enumero las etapas de su destrucción, insisto en la instalación de un sistema bancario desproporcionado que, con el tiempo, demostró su impotencia para otorgar créditos, es decir que somos un país con una enorme estructura bancaria y sin ninguna capacidad crediticia. Esta imposición de la renta por sobre la producción es el eje de nuestra ruina. Hasta 1976, la política se ocupaba de pensar el proyecto de sociedad que queríamos, luego de lo cual vino la demencia de la guerrilla, y su atroz contracara, la masacre de la Dictadura. En esas dos estructuras irracionales, se encerró la pequeñez de nuestro pensamiento. El proyecto menemista de privatización fue simplemente el de la apropiación, el de generar una “burguesía parasitaria” que, en verdad, es simplemente una “burguesía delictiva” , constituida por quienes se apropiaron de aquello que era de todos para convertirlo en bienes privados. Así, hoy nos encontramos con una sociedad en decadencia donde la miseria es el inhumano y cruel reverso de la riqueza de los grandes grupos económicos. El crecimiento de los barrios privados se produjo a la par que el de las villas miseria, el dinero que se llevaban unos era el que les faltaba y les faltaría a los otros. Y no estoy con esto instalando un pensamiento ni marxista ni socialista, simplemente concibo la riqueza de una sociedad a partir de la forma en que es distribuida. Por eso, cuando el señor Presidente dice “cien años”, se refiere a la época en que había ricos a los que él admira. Lo cierto es que la discusión tiene exactamente 50 años: se remonta a 1976, momento en que se decidió secuestrar y asesinar no solo a los guerrilleros, sino también a sindicalistas, estudiantes, intelectuales, científicos, escritores para descartar cualquier intento de pensamiento medianamente progresista e imponer un proyecto de país donde la minoría no tuviera la responsabilidad de hacerse cargo de la mayoría. He conocido a una buena cantidad de ricos de nuestra sociedad, mejor dicho, “enriquecidos”. Sin embargo, para la burguesía industrial, representada por Don Mario Hirsch, dueño de Bunge & Born, la industria era parte del sector que no necesitaba la dimensión enorme de un mercado, sino que cubría las necesidades laborales y económicas de una sociedad, que luego, cuando decide ocuparse de importar lo que producía, se endeudará sin límites. No es que se hubiera agotado el proyecto industrial, se había agotado algo peor, mucho más grave: la conciencia política de la sociedad. Lo que pasó en Nueva York define, muestra, desnuda, la pequeñez de nuestro pensamiento, de nuestras limitaciones mentales. Algunos salen a denunciar a socialistas y comunistas -como si estuviéramos en la Guerra Fría y no se hubiera producido la caída del muro de Berlín- mientras otros descerebrados levantan su siempre pronto dedo acusador contra quienes denominan “antisemitas” por atreverse a discutir la difícil problemática de Medio Oriente, como si el reconocimiento del Estado Palestino no permitiera a las comunidades judías maduras votar por alguien que lleva adelante ese proyecto. Planteo lo de Nueva York porque en la idea de muchos de nuestros ricos y sus empleados pontificadores, distribuidores de su pobreza de pensamiento, esa opción que hoy está en la capital del mundo, no entraba en sus mentes. Lo que tienen los imperios, como EE.UU, es que todavía están vivos. Cuando vi la película “Apocalypse Now”, pensé que la derrota en Vietnam los había llevado a una autocrítica, y que esa autocrítica registraba la vigencia de su vitalidad. Como lo marca este triunfo de Zohran Mamdani en Nueva York por más del 50%. Claro está, debemos tolerar -para eso vivimos en democracia- que salga nuestra colección de economistas y mediocres tuiteros a repetir con su cortedad de miras, su profunda ignorancia de la historia y del mundo, su infinita necedad, que este triunfo va a espantar a los ricos, que se van a ir a vivir a otro lado, como si las limitaciones de nuestras mentes pudieran ser valoradas en el espacio universal. No puedo negar que cuando escucho a Cristina o a Milei, ambos me generan la misma sensación de pobreza de espíritu y de degradación de aquel sueño que fue la política. Cristina supo desarrollar el antiperonismo que necesitaba para que los gorilas nos odiaran definitivamente. Ella es la responsable de estructurar la caricatura de lo que nuestros enemigos creían que éramos. Pero claro, si luego, escucho atentamente a Andrés Malamud, sin duda uno de los analistas políticos más prestigiosos e inteligentes del presente, me queda claro que habla de todo, pero de una manera sesgada, porque lo único que no cuestiona es la concentración de la riqueza, como si ese elemento esencial fuera desdeñable, cuando es el único que debe ser tomado en cuenta. A veces, algunos hablan del balance de pagos en el futuro pensando en el momento en que tengamos una gran producción de hidrocarburos. Una sociedad no se caracteriza por sus ingresos, la nuestra los tuvo enormes en su tiempo y a los gobiernos de corte liberal no se les ocurrió invertirlos en pos de la justicia social ni de la revolución industrial. La verdadera pobreza no es económica, sino mental, y es la que más se ha instalado. En EE.UU las pequeñeces de Trump han engendrado la jugosa, digna y profunda presencia de Mamdani. No sabemos si vencerá o no, pero sí que esa reacción es dueña de una riqueza de debate político que nuestra burocracia de La Cámpora y demás empleados públicos, hasta el momento, no ha sido capaz de engendrar. Participé recientemente de un programa televisivo donde el economista Carlos Melconian expresó algunos conceptos con los que es imposible no acordar. En primer lugar, que el Gobierno había engendrado un valor de dólar que lo hubiera llevado a la debacle si no lo salvaba EE.UU, y eso no era culpa del pasado (cliché repetido hasta el hartazgo), sino de su propia política, basada en la necesidad de endeudarse para poder sostener un dólar falso. Y la segunda verdad que dijo Melconian fue que ni el Gobierno tiene proyecto, si no lo conoceríamos, ni a la oposición se le ocurrió forjar uno más profundo que el de estar en contra. Lo que me queda claro es que en estos 50 años, se han ido gestando los nuevos ricos corruptos, cuyos nombres todos conocemos. Políticos de un lado y del otro de la casta, que es casta de verdad, esa que el presidente Milei no describió para enfrentarse a ella, sino por ser uno de sus más conscientes y expertos partícipes. Nuestra sociedad carece de reflexión, son muy pocos los momentos en que nos sentamos a debatir sin confrontar. Por una parte, poco puede brindar el bloque del kirchnerismo que queda, y por otra, los gobernadores tienen absoluta vigencia y conciencia de sus necesidades, pero también una triste debilidad generada por sus derrotas electorales. Algunos de ellos deberían retirarse, pero hay otros que están naciendo en el dolor de la conciencia de que por encima de la provincia está siempre vigente la visión nacional. Por lo demás, el miedo a un posible retorno de Cristina terminó dándole más votos a Milei que la adhesión a un proyecto que la mayoría no sabe ni en qué consiste ni para qué sirve. Si hay algo que tengo claro, conociendo a varios poderosos, es que esta dimensión del poder económico jamás produce derrame. Somos una sociedad donde los grandes grupos económicos se ocupan de evadir, llevarse el dinero al exterior, y las inversiones no se han dado en correspondencia con las ganancias. El rédito es enorme, las inversiones nulas y la mediocridad se impone, hasta en el oscuro personaje que se queja de que le sacaron su jubilación privada, como si una sociedad como la nuestra pudiera darse el lujo de tener un sistema previsional donde los ricos no aporten porque construyen el suyo propio. Digamos que la concreción del barrio privado de las jubilaciones sería el cierre, el paso decisivo para la miseria del resto del país. Si hay algo evidente es que nuestros empresarios y, en su mayoría, nuestros gerentes y economistas sueñan –si les es dado hacerlo- con la mímesis de otra sociedad, y son absolutamente impotentes para engendrar un proyecto susceptible de desarrollar la nuestra. Los proyectos políticos deben ser originales a partir del país y de la población que necesitamos ocupar. Gobernar es pensar en el conjunto de la sociedad, y si tenemos que fabricar a pérdida algunas cosas que les molesten a los ricos, debemos hacerlo porque por encima de sus deleites y sus obsesiones por sacar capitales afuera, está la necesidad de los argentinos de contar con fuentes laborales. No niego que el sistema de educación es el que más profundamente debemos discutir y que está ausente de la idea del Gobierno y de la oposición, porque las verdaderas propuestas no se avizoran en todo el estamento vigente. De todos modos, ante tanta ignorancia y el cúmulo de prejuicios retrógrados que caracterizan a Milei y a los suyos, es preferible que esperemos la llegada de otra administración para pensar en una reforma educativa. Ante la pobreza intelectual y moral de los ricos que nos rigen, debemos ser capaces de ayudar al nacimiento de una dirigencia política que no dependa del pensamiento estrecho, patético y extranjerizante de semejantes monstruos apropiadores de lo ajeno. Los poderosos capaces de gestar riqueza tienen, como los pueblos que la producen, conciencia patriótica. Los banqueros son otra raza muy distinta, y los apropiadores del Estado son enemigos que a la larga o a la corta, otras generaciones van a tener que recuperar. Sigo insistiendo en que Martínez de Hoz y Menem fueron los dos instrumentos centrales de nuestra destrucción, y hasta el momento, no veo más que la obnubilada e infantil admiración de Milei hacia ese proceso. Para la liviana mirada actual, Nueva York se llenó de peligrosos socialistas; para la mía, Buenos Aires está plagada de necios, desconocedores de la historia e incapaces de pensar por sí mismos. Muy lamentable. Nací en un país de pensadores, y habito en el que administran los contadores. Esto sí que es decadencia.
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