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  • 100 años después: la historia de los estudiantes que estuvieron 60 horas sin dormir para demostrar que el sueño era “una pérdida de tiempo”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/11/2025 10:48

    El experimento evidenció que la privación extrema de sueño no deja secuelas inmediatas, pero no demostró que sea saludable prescindir del descanso (REUTERS/Kevin Lamarque) Durante dos días y medio del verano de 1925, siete estudiantes universitarios pusieron a prueba los límites de su resistencia física y mental. Motivados por la idea de que el sueño era un obstáculo para la productividad, aceptaron el desafío de permanecer 60 horas despiertos bajo la atenta mirada del profesor Frederick August Moss, en la Universidad George Washington. El experimento: una cruzada contra el sueño y a favor de la productividad En agosto de 1925, Moss reunió a siete jóvenes decididos a demostrar que la fuerza de voluntad podía imponerse sobre la biología. Entre ellos sobresalían Louise Omwake, una estudiante de 17 años reconocida por su talento académico y deportivo, y Thelma Hunt, quien ya mostraba características que la llevarían a convertirse en referente de la psicología. El grupo dedicó las 60 horas de vigilia a actividades físicas y recreativas, como partidos de béisbol y caminatas por la campiña de Virginia, además de cantar y realizar tareas cotidianas diseñadas por Moss para evaluar sus capacidades bajo presión, incluyendo pruebas de reflejos y maniobras al volante. El experimento fue documentado por Popular Science, que relató cómo, lejos de someterse a una simple vigilancia pasiva, los participantes atravesaron diversas evaluaciones periódicas. Moss se enfocaba en medir las fronteras del agotamiento, monitoreando el estado físico y cognitivo del grupo en cada etapa. La experiencia no solo puso a prueba la resistencia individual, sino que también evidenció la importancia del respaldo institucional y metodológico en investigaciones de esta naturaleza, aportando datos concretos sobre la respuesta humana ante la privación del sueño. Omwake y Hunt: desafío personal y apertura de caminos en la ciencia La participación de Louise Omwake y Thelma Hunt en el experimento no se limitó al ámbito académico. Para ambas, significaba una oportunidad única para traspasar los límites impuestos a las mujeres en la universidad y en la ciencia. Omwake, posteriormente, se convertiría en una figura notable en el campo de la educación, mientras que Hunt alcanzó posiciones de liderazgo como psicóloga, médica y jefa de departamento en la propia Universidad George Washington. El experimento de 1925 en la Universidad George Washington desafió los límites del sueño y la productividad estudiantil Este desafío evidenció cómo la búsqueda de superación personal se entrelazaba, en su caso, con el objetivo de ganarse un espacio en entornos tradicionalmente dominados por hombres. La energía particular de Hunt, quien llegó a afirmar que su gran vitalidad provenía de su constitución fisiológica, también expuso la diversidad de respuestas individuales ante situaciones extremas. “Toda mi vida he tenido una enorme cantidad de energía, creo que en gran parte por mi constitución fisiológica, así que puedo hacer muchas cosas y no agotarme de inmediato”, señaló, según Popular Science. Una época fascinada con la eficiencia y el valor de cada minuto La prueba de Moss fue un producto directo de la época que la vio nacer. Estados Unidos, inmerso en los años 20, atravesaba un período de fervor por el aprovechamiento máximo del tiempo y la productividad, influenciado por figuras como Thomas Edison, emblemático defensor de dormir apenas cuatro horas diarias. La cultura del rendimiento impulsó experimentos que pretendían demostrar que la reducción del sueño era posible sin efectos secundarios. Sin embargo, ya entonces surgían voces escépticas. Desde el propio ámbito médico se empezaba a establecer que cualquier intento de disminuir de manera significativa el tiempo de sueño acarreaba consecuencias negativas para la salud. ¿Qué demostró realmente el desafío universitario? El desenlace inmediato del experimento sorprendió tanto a los organizadores como a los participantes: ninguno de los estudiantes reportó problemas para dormir cuando finalmente se les permitió descansar. Este resultado contradecía la suposición, muy extendida en la época, de que la falta extrema de sueño podía dejar secuelas inmediatas e irreparables. Sin embargo, no existió evidencia real que respaldara la hipótesis de que se podía prescindir del descanso nocturno sin consecuencias para la salud. Lo que sí logró el experimento fue abrir nuevas preguntas sobre las funciones biológicas y psicológicas del sueño. La investigación de Moss, y otros ensayos similares, sentó las bases para futuras líneas de estudio sobre cómo el cuerpo y el cerebro reaccionan ante la privación prolongada. Aunque no se resolvieron todos los misterios, quedó claro que la resistencia a no dormir tenía un costo que todavía debía medirse en profundidad. La cultura de los años veinte en Estados Unidos promovía la eficiencia y la reducción del sueño como símbolo de éxito y productividad (Imagen Ilustrativa Infobae) La ciencia moderna: el sueño como pilar vital e irrenunciable Con los avances de las últimas décadas, la ciencia ha rebatido a fondo la idea de que el sueño puede ser sacrificado sin consecuencias. Popular Science subraya que dormir no es una pausa pasiva, sino un proceso intensamente activo y necesario. Durante el descanso, el cerebro reorganiza y consolida recuerdos, elimina toxinas potencialmente perjudiciales —como las asociadas al Alzheimer— y dirige la reparación y el crecimiento celular. El sistema inmunológico se refuerza mientras las hormonas mantienen el equilibrio metabólico. Las nuevas tecnologías han permitido observar estos procesos a nivel microscópico, confirmando que la salud depende en gran medida de la regularidad y calidad del sueño. Estudios epidemiológicos recientes han descubierto una relación en forma de “U” entre la cantidad de horas dormidas y el riesgo de enfermedad: tanto la falta de sueño como el exceso aumentan la probabilidad de desarrollar problemas graves de salud o de enfrentar muerte prematura. El rango recomendado está entre siete y nueve horas por noche, subrayándose la importancia de rutinas estables y ambientes apropiados para el descanso. Dormir, invertir en salud: la lección que permanece 100 años después La experiencia de los estudiantes de 1925 permanece como símbolo de una búsqueda constante: comprender hasta dónde puede empujarse al ser humano antes de que la naturaleza fije sus propios límites. La evidencia científica coincide en que intentar recortar horas de sueño bajo el pretexto de la productividad sólo conduce a problemas físicos, cognitivos y emocionales. El sueño no es una pérdida de tiempo, sino una inversión indispensable para la salud y el bienestar. De algún modo, la inquietud de Moss y sus voluntarios sigue viva en el mundo contemporáneo, donde las presiones sociales y laborales tienden a subestimar el descanso. Sin embargo, la ciencia ha dado su veredicto: las horas dedicadas al sueño son, en realidad, horas ganadas para vivir mejor, pensar más claro y preservar la energía para los verdaderos desafíos. Dormir, lejos de ser un lujo, es el recurso esencial que sostiene la vida misma.

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