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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 31/10/2025 04:57
 
                            El libro del día: "Chasing the dark", de Ben Machell Hace unos meses, mientras esperaba un pantalón en la sastrería, una mujer mayor que estaba en el mostrador le contó al dueño, con quien parecía tener confianza, que en su departamento había un poltergeist. Según explicó, los objetos se movían solos. A veces, cuando se bañaba, el poltergeist le arrojaba cosas a la cortina de la ducha, incluso arena para gatos. En un momento, intervine en la conversación para preguntarle si tenía un detector de monóxido de carbono que funcionara. Sugerí que a veces pequeñas fugas pueden generar experiencias aparentemente paranormales en la casa. Dudó un instante, pero me dijo que sí lo tenía. Igualmente, le sugerí que revisara las pilas. En el nuevo libro de Ben Machell, Chasing the Dark: A 140-Year Investigation of Paranormal Activity, abundan los poltergeists, pero el monóxido de carbono nunca se menciona, y otras explicaciones ambientales para episodios inusuales son casi igual de escasas. Eso no quiere decir que el libro carezca por completo de escepticismo, pero en el fondo y en el estilo resulta muchas veces demasiado crédulo. El relato de Machell se enfoca en la Sociedad Británica para la Investigación Psíquica (British Society for Psychical Research), fundada en 1882 para investigar “la telepatía, los poderes psíquicos, el espiritismo, los fantasmas” y otros fenómenos. “El objetivo no era probar ni refutar nada”, escribe Machell, “sino examinar este mundo de forma racional y sin prejuicios”. Entre los miembros de esta organización, que todavía existe, hubo primeros ministros, poetas y científicos. Algunos, como Arthur Conan Doyle (“un defensor a ultranza del espiritismo”), fueron fieles creyentes, pero la mayoría solo estaba abierta a la posibilidad de que la verdad pudiera estar en algún sitio desconocido, aunque no tuviera forma definida. Tony Cornell, protagonista de "Chasing the Dark.." (Foto: IMDB) A pesar de su subtítulo, que sugiere una perspectiva amplia, Chasing the Dark narra sobre todo la carrera de un solo investigador británico, el veterano autodidacta de la Segunda Guerra Mundial Tony Cornell. Nacido en 1924, empezó a trabajar con la SPR en los años cincuenta y, según Machell, hasta “su muerte en 2010 fue uno de los parapsicólogos más prolíficos del mundo, es decir, alguien que investiga fenómenos psíquicos y otras afirmaciones paranormales”. Para contar esta historia, Machell, periodista en The Times de Londres, recurre a los numerosos registros que su protagonista conservó durante toda su carrera, hoy resguardados en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, y los complementa con entrevistas a algunos colaboradores y familiares. Cornell solía ser el primero en acudir cuando alguna familia buscaba alivio para una experiencia extraña que no podían explicar. Una vez, lo convocó una pareja cuyo hogar se inundaba a veces con agua sin una fuente clara. Los incidentes coincidían frecuentemente con la presencia de su hija de 13 años, que parecía celosa de la atención dispensada a su hermano menor. Aunque Cornell y un colega nunca lograron determinar qué sucedía, sometieron a la niña a pruebas que los convencieron de que, como mínimo, podía influir mentalmente en el resultado de tiradas de dados. Machell concluye ahí el episodio, sin aclarar cómo se relaciona la manipulación inconsciente del azar con la supuesta hidrocinesis. En todo momento, Cornell se muestra como una persona profundamente compasiva, y esa compasión no excluía el escepticismo. En 1967, tras acudir a la casa de una pareja de Norwich acosada por un poltergeist, descubrió que la mayoría de los episodios coincidían con “periodos de hostilidad silenciosa” posteriores a peleas. Lo que parecía un fenómeno sobrenatural quizá era solo el resultado de la fricción doméstica. Al resolver el conflicto, el espectro invisible desapareció para siempre. Descubrió que la mayoría de los episodios coincidían con “periodos de hostilidad silenciosa” posteriores a peleas (SLM Production Group/Warner Bros. Pictures) En otra ocasión, investigó el caso de un hombre que aseguraba sufrir ataques de un perro negro invisible para el resto de su familia, y que le dejaban heridas profundas. Pronto descubrió que el propio hombre se cortaba con una cuchilla oculta bajo la ropa. En estos y otros casos, la ayuda necesaria era psicológica, no paranormal. De hecho, Cornell, a quien el autor califica como “escéptico natural”, parecía explicar con facilidad las experiencias ajenas, pero tenía más dificultades con las propias. Según Machell, su interés en lo sobrenatural surgió tras una visita a la India durante la guerra, donde en las Montañas Nilgiri conoció a un ermitaño al que le atribuían poderes mágicos. Tras expresar su escepticismo, el ermitaño desapareció para luego aparecer en una loma al otro lado de un río. Cuando Cornell apartó la vista un momento, el hombre surgió repentinamente a su lado otra vez. Ese episodio lo acompañó el resto de su vida. Si alguna vez se le ocurrió la explicación más obvia —que el hombre visto a distancia era otro con ropa similar—, Machell nunca lo menciona. Tanto el autor como su protagonista son poco críticos ante otros episodios, como cuando Cornell comunicó con un “espíritu” que le respondía con golpes en la pared, o cuando dialogó con un colega fallecido de la SPR a través de una ouija. A pesar de su disponibilidad para aceptar la verdad, queda claro que Cornell quería creer en lo sobrenatural, y por momentos Machell también parece querer creer —o al menos desea que sus lectores disfruten la posibilidad de que algo permanezca oculto en las sombras. Escribe casi siempre en presente, logrando que los relatos de apariciones y visitas tengan inmediatez, incluso cuando quedan desmentidos unas páginas después. Da la impresión de que el asombro inmediato importa más que los datos comprobables, a los que a veces recurre de manera apresurada, como si escribiera a disgusto. Sesión espiritista Incluso la duda se convierte en una forma de creencia tanto para ambos. En un capítulo, narra una visita en 1959 a una sesión de espiritismo donde una trompeta parecía volar en la oscuridad. Cornell notó que cada vez que pensaba que era un truco, el objeto caía al suelo. Esto sucedió las suficientes veces como para que supusiera que era “estadísticamente significativo”, lo que implicaba que la trompeta estaba realmente en el aire y que él mismo, con su escepticismo, la hacía caer. Su propio escepticismo, en otras palabras, le daba motivos para cuestionar su propio escepticismo. De forma similar, décadas después, desarrolló un instrumento llamado SPIDER (Spontaneous Psychophysical Incident Data Electronic Recorder), que causó impacto entre los investigadores, pero tras más de mil horas de uso no registró ningún evento relevante. De manera inusual, esto se presenta como una prueba de su eficacia. “¿Si la duda o el escrutinio pueden hacer fracasar ciertos fenómenos, podría el SPIDER ser una encarnación física de la duda?”, se pregunta Machell, quizá parafraseando a Cornell, pero compartiendo la reflexión como propia. Tal vez. Pero también cabe la posibilidad de que los fantasmas simplemente no existan. Por mucho rigor que exhiba en su investigación, Chasing the Dark demuestra que el escepticismo puede consolar paradójicamente a quienes desean creer. Si a veces es posible descubrir el truco tras la cortina o los hilos bajo el suelo, resulta más fácil maravillarse cuando no hay artimañas aparentes. Donde Cornell dejaba espacio a la duda, Machell deja abierta la puerta para la convicción. Sus lectores se encontrarán solos ante enigmas materiales por resolver. Fuente: The Washington Post
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