31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
31/10/2025 05:21
» Diario Cordoba
Fecha: 30/10/2025 00:44
 
                            Estados Unidos anticipó la capitulación inmediata cuando levantó un muro arancelario frente a la principal potencia exportadora del mundo. Semanas después, Donald Trump pedía tablas. Le había bastado a Pekín cerrarle el grifo de las tierras raras para acercar a varias industrias estadounidenses al precipicio. En esos minerales se han empleado a fondo ambas potencias desde entonces: China, en preservar su monopolio; Estados Unidos, en romperlo. Por más que se esfuerce Trump, China seguirá contando con el as de bastos. Una década al menos, probablemente más. "En un año tendremos tantas tierras raras que no sabremos qué hacer con ellas", se felicitó Trump el pasado 21 de octubre. Acababa de firmar un acuerdo multimillonario con Australia, un socio fiable, para la extracción y procesado de tierras raras. "Costarán un par de dólares", anticipó Trump visualizando el desplome del precio por su abundancia. Está firmando acuerdos similares sobre tierras raras sin desmayo. Lo hizo este fin de semana con medio sudeste asiático (Malasia, Tailandia, Vietnam y Camboya) y el martes en Japón, ha embarcado a Pakistán y ansía las reservas ucranianas tras la guerra. Con los acuerdos, a menudo a través de 'joint ventures', busca Estados Unidos suministradores sólidos. Contra esa ofensiva ya ha respondido Pekín. Su última jugada, que descarriló momentáneamente las negociaciones cuando ya se atisbaba el armisticio, busca tapar las grietas. Es una fórmula parecida a la aplicada por Washington para que China no consiga sus semiconductores a través de terceros. Cualquier empresa extranjera necesitará una licencia de Pekín para comerciar con productos que contengan trazas de tierras raras chinas. Incluso del 0,1%. El trámite se extiende a los obtenidos con tecnología o equipamiento chino. Procesamiento Trump está inyectando financiación a una industria sin retornos inmediatos y ha abordado un asunto decisivo que despreciaron sus predecesores, pero no cumplirá su objetivo pronto porque la complejidad de las tierras raras no es arrancárselas al subsuelo. Su rareza termina en sus nombres (praseodimio, neodimio, gadolinio, samario…). Están esparcidas por el mundo y en cantidades "moderadamente abundantes", según por la Agencia Geológica de Estados Unidos. El problema es procesarlas. A diferencia de otros minerales no se encuentran aisladas, sino en amalgamas y en cantidades minúsculas. Separarlos es un proceso mortificante de baños químicos y filtrados con cientos de repeticiones. Es caro, difícil y peligroso porque libera sustancias radioactivas. China inició su industria tres décadas atrás en un contexto idóneo de salarios paupérrimos y legislaciones laborales y medioambientales laxas. Occidente, principal destino de las tierras raras, cerró sus fábricas encantado y cedió ese negocio áspero y poco rentable a los sufridos chinos. En este tiempo han mejorado los derechos de los trabajadores y la protección medioambiental en China mientras los adelantos tecnológicos y la experiencia han sofisticado el proceso. Disfrutan las tierras raras en China de un ecosistema integral que incluye las minas, las plantas de procesado, trabajadores formados y las cadenas de suministro. Es una industria elefantiásica dirigida y alimentada por el Gobierno desde que Deng Xiaoping, el arquitecto de las reformas, intuyera su relevancia futura. Dinero y tiempo Replicar en Occidente ese entramado, con la misma escala y velocidad, exigirá voluntad política, mucho dinero y, sobre todo, tiempo. Muchos de los proyectos firmados estos días nunca se concretarán, por su coste económico y ecológico, y el resto no estarán engrasados antes de 10 o 15 años. Occidente tendrá, en el mejor escenario, minerales raros más caros que los chinos tras sufrir un deterioro medioambiental. China concentra el 70% de su minería y el 90% de su procesado, según el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (Washington). Serán pronto más importantes que el gas y el petróleo y hoy son necesarias en la industria automovilística, médica o militar. Para resumirlo: casi todo lo que se enciende y apaga con un interruptor las necesita. No mitigará su relevancia geopolítica. Estados Unidos importa 10.000 toneladas anuales, Europa ya alcanza las 25.00 toneladas y su demanda se multiplicará en la próxima década. Estados Unidos, la UE, Japón e incluso la India se esfuerzan en asegurar su suministro, comprensiblemente inquietas por un mundo cada vez más incierto, pero las tierras raras exigen la estrategia a largo plazo que China borda con sus planes quinquenales. No es una materia que se aprueba con una noche de estudio apresurado antes del examen.
Ver noticia original