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» Diario Cordoba
Fecha: 29/10/2025 09:57
Noviembre entra en mi alma y me hace evocar a quienes físicamente ya no están, aun cuando sus sombras nos acompañen entre la niebla. En esta España que se dice católica muchos asisten a misa únicamente para celebrar actos sociales: bodas, funerales o sufragios por los fieles difuntos. La mayor parte del año los templos aparecen casi vacíos. Sólo algunas personas mayores asisten a misa a diario; en las de precepto los jóvenes brillan por su ausencia. Además, parte de quienes se declaran católicos consideran anticuada la doctrina de sus pastores. Un octogenario presbítero de Ciudad Rodrigo señaló hace años que se abusa de la eucaristía, la cual es utilizada como caldo para todos los guisos y con motivos que poco tienen que ver con ella, lo que hace que poco a poco se devalúe. El Concilio Vaticano II la concibió como el sacramento del amor y la fraternidad, cumbre de la vida cristiana. Pero no es eso lo que sucede a diario, pues no es seguro que muchos de los que van a ella deseen compartirla de forma solidaria. Hace tiempo un amigo me comentaba que se había reunido con compañeros para celebrar una comida en recuerdo de Jesús. Y recordó que el Maestro no les había prescrito ir a misa, ni comulgar, ni cumplir esta clase de formalismos. Pues de poco sirve acudir a ella si no se toma antes el pan y se reparte entre quienes más lo necesitan. Mi llorado Antonio Barcos observaba con asombro los distintos tipos de gentes que asisten al banquete: los ricos entran y salen ricos; los desfavorecidos, si acuden, salen igual de pobres. Pensaba que la eucaristía pierde así su sentido como sacramento que iguala a quienes creen en el mensaje jesuánico, el cual exige para ser válido partir, repartir y compartir. Probablemente se ha perdido en ella ese significado profundo sin el que jamás podrá consumarse la reforma de la Iglesia. Tal y como sea la misa lo será la institución romana, y viceversa. Si ésta desoye el mensaje del Evangelio, la eucaristía queda reducida a un rito piadoso y aburrido, remozado sólo en tiempos postreros (aun cuando hay muchos nostálgicos de Trento), en lugar de ser, como afirma Juan Luis Herrero del Pozo, «un convite festivo de la comunidad de creyentes convocada (por la Iglesia) por la memoria de Jesús para construir -junto a toda persona honesta- una humanidad más fraterna y convivial (el reino como objetivo)». De ahí que sea preciso recuperar una misa que sea en verdad significativa, sobre todo para los jóvenes. La mesa compartida es eucaristía y «Dios se hace presente realmente en la comunidad sólo en el amor que la acción simbólica de compartir el pan puede hacer emerger en sus miembros si éstos se abren libremente a ella». Ésta es la esencia del sacramento. El resto es rito adobado a lo largo de la historia. Como tantos otros, no alcanzo a comprender la presencia de un Dios vivo, al que crucificamos a diario, si no es a través de hechos y de palabras dirigidos hacia los más débiles. Sería deseable que la eucaristía de quienes se sienten próximos a la Buena Noticia mantenga un compromiso con la justicia social y con la moral. Porque más rico que la mera presencia real o mágica de Jesús en la mesa es el pacto que sus fieles logren mantener con él y con lo que representó mientras habitó entre nosotros. Hoy toca a sus seguidores contribuir a que las condiciones de convivencia en el mundo sean mejores. Es decir, a llevar a cabo el reino aquí y ahora. *Catedrático
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