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Parana » ER 24
Fecha: 29/10/2025 06:07
Rosario Romero, la sacerdotisa de la oscuridad y artífice de la paliza de votos que masacraron al peronismo. Parásito político. Por ER24 Noticias Con una serenidad que bordea el misterio, Rosario Romero gobierna Paraná desde las sombras. Mientras otros buscan reflectores, ella avanza en silencio, tejiendo pactos, asegurando lealtades y fortaleciendo una red de poder que trasciende las fronteras de la capital entrerriana. En esa red aparecen dos nombres clave: Guillermo Michel y Adán Bahl, las otras piezas del tablero peronista que, pese a la tremenda derrota electoral, no resignan su control sobre la provincia. Un peronismo muy enojado con Rosario Romero, tal cual lo describe el hombre mas votado de la historia en la provincia, el candidato que nunca perdió, el exvicegobernador de Entre Rios y 7 veces elegido intendente de Santa Elena, Daniel Rossi Romero, que llegó a la intendencia con el respaldo del exgobernador Bordet y el exintendente Bahl, asumió el poder prometiendo gestión, transparencia y cercanía. Pero en la práctica, su administración se ha caracterizado por un hermetismo político inusual, una estructura cerrada donde nada se mueve sin su aprobación. En los pasillos municipales se habla de un estilo de conducción “en penumbra”: reuniones a puertas cerradas, decisiones compartidas solo con un círculo mínimo y un discurso público siempre calculado, nunca espontáneo. Mientras tanto, ahora electo y con fueros Michel continúa operando en la esfera económica y legislativa, protegiendo intereses personales y manteniendo vínculos en Buenos Aires que aseguran impunidad y recursos. Bahl, desde su lugar, intenta preservar influencia en el PJ entrerriano, aún sabiendo que su liderazgo perdió legitimidad tras la estrepitosa caída electoral que solo le sirvió personalmente para obtener fueros por el resonante caso de «contratos truchos». Los tres, en diferentes frentes, conforman una suerte de tríada de supervivencia política, un acuerdo tácito que busca mantener intactos los espacios de poder del viejo peronismo entrerriano, aunque el pueblo ya les haya dado la espalda en las urnas. Romero aparece así como la figura más sutil y peligrosa del grupo. No necesita gritar ni exponerse: le basta con moverse entre sombras, al amparo de la burocracia y la opacidad. Sus decisiones rara vez se discuten; su palabra, dicen en el Concejo Deliberante, “vale más que una ordenanza”. Y mientras el ciudadano común enfrenta calles rotas, servicios deficientes y una ciudad que retrocede, la intendenta concentra esfuerzos en blindar su estructura política, asegurando cargos, contratos y fidelidades. En Entre Ríos, el poder no se perdió: simplemente cambió de forma. Y en ese nuevo mapa, Rosario Romero emerge como la sacerdotisa de la oscuridad, una dirigente que domina el arte de la discreción y el silencio. Su templo no tiene vitrales ni altares: está hecho de oficinas cerradas, teléfonos encriptados y acuerdos que jamás verán la luz. La pregunta es si el peronismo entrerriano —con Bahl, Michel, Romero y un montón de dinosaurios y parásitos de la política como guardianes de su decadencia— será capaz de reinventarse alguna vez. O si seguirá rindiendo culto a la oscuridad, mientras el pueblo espera una luz que no llega.
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