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  • La eternidad en juego

    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/10/2025 13:09

    Aldous Huxley sostenía que se podía decir mucho más sobre ideas abstractas generales a través de personajes y hechos concretos (ficticios o reales) que hablando en términos propiamente abstractos. Subrayaba también que, siendo ese el caso, se elevaba la dificultad cuando había que atribuir un significado en un contexto y en unas circunstancias determinadas, cuando había que moverlas en un marco narrativo. Apoyaba su proposición en el ejemplo de Dostoievski, de quien afirmaba que era «seis veces más profundo que Kierkegaard porque escribía ficción». Hay una lectura del último libro de Karl Ove Knausgård que tendría ese encaje, el de buscar el acomodo de tales ideas en los personajes y en los hechos que conforman ‘Los lobos del bosque de la eternidad’. Y no solo porque Syvert Løyning, que acaba de regresar a casa tras el servicio militar, choque con un acontecimiento familiar de suma trascendencia cuando está leyendo, precisamente, Crimen y castigo. Syvert está en Noruega y el acontecimiento en cuestión lo vinculará con la otra protagonista, Alevtina Kotov, que vive en Rusia. Si bien lo anterior se aprecia de una manera más general en la vida de Syvert, con cuestiones existenciales que se van diluyendo en la trama, en la de Alevtina las situaciones que entrañan más preguntas que respuestas están en su propio discurso, el de una profesora de universidad que maneja el paso como puede para no tropezar con el lamento por no haber dedicado su esfuerzo completo al campo científico. Ambos entrarán en conflicto con el pasado familiar y deberán afrontar la relación con la muerte y la vinculación con la naturaleza desde posiciones muy dispares, tanto en lo profesional como en lo ideológico. El concepto de eternidad aparece tratado de manera más o menos explícita a lo largo de las páginas. Por ejemplo, a través de la relación con Joar, hermano pequeño de Syvert; un personaje secundario que tiene una evolución muy interesante durante los años que abarca la novela (desde mediados de los 80 hasta bien entrado el siglo XXI): «La vida siempre está completa en sí misma; siempre está completa, por corta o larga que sea. Una vez, Joar trató de explicarme que la eternidad no solo era eternidad, sino que había distintos grados. Dijo que tenía que ver con la teoría de los conjuntos. Yo no lo entendí, porque la vida era precisamente ilimitada, así que ¿cómo podía haber distintos tipos, de diferentes tamaños? Porque la vida era justo lo contrario, se me ocurrió un día. La vida era finita, no infinita y, aunque estuviera limitada en el tiempo, no era el tiempo el que establecía ese límite. Todas las vidas estaban completas en sí mismas, ninguna estaba más completa que otra». También en las clases que imparte Alevtina en la universidad, en las que trata de explicar a sus alumnos las múltiples formas de organismos vivos que fueron surgiendo en la Tierra desde hace millones de años: «Pensad en todo lo que ha ocurrido en nuestra historia desde el Imperio romano, y de eso hace solo dos mil años. Hace veinte mil años vivíamos en cuevas y ni siquiera se había inventado la rueda. Pero, en la historia de la evolución, veinte mil años no son nada. Una gota en el mar. Es algo que debéis tener en mente. Que la vida ha tenido a su disposición una eternidad de tiempo». Knausgård plantea estas situaciones mientras arma las tramas que estructuran la novela y que se apoyan en temas universales como el amor, la enfermedad, las relaciones familiares, el trabajo, la naturaleza, etc., y aprovecha de manera contenida y proporcionada pasajes aislados de esas tramas (vinculados con un trasfondo adecuado) para subrayar reflexiones y cuestiones filosóficas. Una amplitud que permite expandir la lectura con una mirada más completa: «Pero lo que descubrí, y he podido comprobar luego muchas veces, es que no importa en qué te enfoques ni en qué te fijes, independientemente de lo pequeño o limitado que sea el campo, siempre se abre hacia algo más grande», dice Alevtina, como si quisiera apoyar la decisión estructural del propio autor. En ‘Los lobos del bosque de la eternidad’, la existencia y el debate sobre el futuro de la humanidad entran en juego a través de los protagonistas, de sus circunstancias más inmediatas y de aquellas más trascendentales y que, sin embargo, se desbordan en la urgencia del presente. En ese tablero, resultan apropiadas las palabras de la escritora brasileña Nélida Piñon al tratar el concepto de eternidad: «En este instante de mi vida, ante la inminencia de partir hacia un lugar ignoto, me bautizo a mí misma, inclinándome sobre la pila de mármol de una capilla que visito por la tarde. Mientras me pregunto si estoy preparada para morir y quién llevará mi ataúd con celo y lo depositará en una tierra santa que no será Jerusalén». Y más adelante: «La prudencia, que es beneficiosa, además de respetable, me aconseja que me refugie en alguna cueva, lejos de los animales que buscan cobijo en mis entrañas». Una reflexión que podría ponerse en diálogo con la que cierra uno de los pasajes más profundos del libro del autor noruego, en el que tras abordar la muerte que llevamos dentro, la que va emergiendo porque en sí pertenece a la misma vida, se cita a la poeta rusa Marina Tsvietáieva: «Por mucho que alimentes a un lobo, siempre mira hacia el bosque. Todos somos lobos del bosque de la eternidad». ‘Los lobos del bosque de la eternidad’. Autor: Karl Ove Knausgård. Editorial: Anagrama. Barcelona, 2025.

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