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    » Diario Cordoba

    Fecha: 21/10/2025 02:07

    Hoy no quiero escribir sobre estadísticas vacías ni sobre la retórica educativa de los protocolos. Quiero escribir sobre Sandra, la niña de 14 años que se ha suicidado porque en su colegio le hacían bullying. Quiero escribir sobre el silencio cómplice de una sociedad que no alza la voz hasta que se pierde una vida. Sobre las frases que anestesian nuestra sensibilidad y que permiten refugiarnos en la indiferencia: «Es cosa de niños», «el bullying ha existido toda la vida», «ahora es que no se puede decir nada». Y sobre todo, quiero escribir a los niños que viven con miedo. A los que se levantan cada lunes con el peso de un aula que no los mira, con la soledad ante los trabajos en grupo, con los compañeros que se burlan, con un grupo de WhatsApp que les recuerda cada día que no pertenecen. A los que sienten que no hay salida porque el mundo adulto -el que se supone que debe protegerlos- ha decidido mirar hacia otro lado. Como orientadora educativa, cada historia como la de Sandra me interpela. La realidad emocional de nuestros alumnos es alarmantemente frágil y compleja. Sus mochilas no solo llevan libros, llevan problemas con los que no deberían cargar, inseguridades ocultas, palabras que no se atreven a decir. Por eso, tenemos que aprender a cambiar nuestra mirada. La solución no es apagar el incendio cuando ya se ha expandido; es crear un espacio donde no suceda. Un espacio donde la prevención sea la base, donde exista seguridad, confianza y vínculos firmes a los que los niños puedan agarrarse. El peso de la prevención recae en todos nosotros porque el lenguaje crea realidades. Cuando un niño escucha a un adulto criticar, juzgar o insultar, aprende que esa es la forma correcta de relacionarse. Los niños observan cómo tratamos a las personas vulnerables, cómo respondemos ante una injusticia. Cada vez que elegimos la crítica en lugar de la empatía, la indiferencia en lugar de la acción, les estamos enseñando a dar la espalda al dolor ajeno. Si la infancia es el espejo donde se refleja el alma de una sociedad, ¿qué tipo de mundo estamos dejando que vean y que aprendan a imitar? Ojalá que la historia de Sandra no sea un titular viral que se diluya en una semana devorado por el ritmo acelerado de esta sociedad. Que sea un punto de inflexión para preguntarnos qué estamos haciendo —cada uno— para que ningún niño más crea que su vida no merece ser vivida. A ti, docente: observa, cree en su palabra, actúa. Conviértete en ese referente que siempre recordarán. A ti, familia: lucha, acompaña, pregunta hasta entender. Pero sobre todo, a ti, alumno: cuéntalo, grita hasta que te escuchen. Pide ayuda. Tu voz importa, tu dolor importa, tú importas. No estás solo, y nunca debería haberte tocado estarlo. Por Sandra, y por todos los que aún siguen esperando ser escuchados. *Psicóloga

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