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  • La batalla cultural en Argentina: entre la disputa simbólica y la exclusión social

    CABA » Plazademayo

    Fecha: 20/10/2025 20:08

    En su columna en AM530, el sociólogo Artemio López analizó cómo la batalla cultural es usada por sectores conservadores para ocultar la pérdida de derechos y avanzar con modelos regresivos. Mientras Argentina atraviesa una crisis profunda y persistente, la disputa política ya no se da solo en el plano económico o electoral, sino también en el terreno simbólico. La denominada batalla cultural se ha convertido en una herramienta clave para los sectores dominantes, que buscan imponer un sentido común que legitime la desigualdad. Así lo planteó el sociólogo Artemio López en su habitual columna de análisis en el programa Sin Diarios (AM530, sábados de 9 a 11). “Estamos en una crisis donde se discute si habrá un cambio de régimen o solo un recambio electoral”, sostuvo López. En ese contexto, la figura de Javier Milei, aunque en declive, sigue siendo el vehículo de un proyecto que no está agotado, advirtió. Según su análisis, los sectores de poder no abandonarán fácilmente una propuesta que permite profundizar reformas estructurales regresivas. Un modelo de país y un sentido común en disputa El sociólogo historizó la situación actual dentro de una secuencia de transformaciones que afectaron la estructura económica y social del país. Desde el “Rodrigazo” en los años ‘70 hasta la llegada de Néstor Kirchner en 2003, la Argentina transitó un largo período de ajuste estructural, marcado por el crecimiento de la desigualdad y la caída de la participación del salario en el PBI. Ese proceso, interrumpido temporalmente entre 2003 y 2015, volvió a intensificarse a partir del regreso de políticas neoliberales. Sin embargo, López advirtió que el fenómeno no es exclusivo de Argentina: “La originalidad argentina es relativa. Lo que pasa acá también ocurre en EE.UU. y Europa”, afirmó, señalando la expansión de la ultraderecha en países centrales como reflejo de una tendencia global. ¿Batalla cultural o abandono material? El debate sobre la batalla cultural no es nuevo, pero se ha instalado con fuerza en los últimos años, como un argumento para justificar derrotas electorales o descontento social. En EE.UU., tras la derrota demócrata frente a Donald Trump, se popularizó la idea de que el progresismo había “ido demasiado lejos” con las políticas de género y migración. Sin embargo, como explicó López, estudios posteriores demostraron que la clave fue el abandono de las mejoras materiales para las bases populares. El mismo análisis puede trasladarse a la Argentina: “En 2023 hubo una doble derrota, del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio, porque el gobierno de Alberto Fernández incumplió el contrato electoral con los sectores populares”, remarcó López. Pese a eso, hubo sectores conservadores que redujeron el debate a una supuesta “exageración” en las políticas de género y feminismo, en una clara estrategia de distracción. Un sentido común que se construye desde los medios La batalla cultural no se libra solo desde los discursos políticos. Los medios de comunicación, las redes sociales, el lenguaje cotidiano y la cultura popular se han transformado en terrenos donde se disputa qué es posible imaginar como sociedad. De allí, según López, la importancia de no ceder el terreno simbólico ni naturalizar discursos que culpabilizan a los sectores populares por su situación. La disputa por el sentido común es, en última instancia, una disputa por el poder. La derecha ha sabido construir un relato efectivo, aunque ficticio, que mezcla meritocracia, negacionismo y valores conservadores. Frente a esto, la batalla cultural que deben dar los sectores populares no es un accesorio, sino una herramienta esencial para disputar el rumbo del país. Una batalla que no es solo simbólica López concluyó su análisis con una advertencia: la batalla cultural es inseparable de las condiciones materiales de vida. No alcanza con tener el relato más justo si no se mejora la calidad de vida de las mayorías. Por eso, la tarea pendiente para los sectores progresistas es doble: recomponer el tejido social y, al mismo tiempo, reconstruir un horizonte de sentido transformador.

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