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Concordia » Realnoticias
Fecha: 18/10/2025 14:02
Desde Ciudad de Mexico A un año y centavos de asumir la presidencia, a más de nueve meses de padecer el acoso comercial, arancelario e inmigratorio de Donald Trump, Claudia Sheinbaum sigue contando con altísimos niveles de popularidad a pesar de un crecimiento económico que apenas superará el 1% este año y la cada vez más descarnada oposición de los medios, las clases acomodadas y una confusa derecha conformada por el asombroso rejunte de tres partidos que supieron ser enemigos jurados: el conservador PAN del ex presidente Vicente Fox, las migajas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó México durante siete décadas y el Partido de la Revolución Democrática, que alguna vez fue la izquierda del PRI. Como nadie más en el mundo con la excepción de China, el proyecto de Sheinbaum y su agrupación Morena sufre los embates diarios del cambiadizo Trump, que quiere renegociar o disolver el T-MEC (tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, que el mismo Trump forzó a renegociar en 2019). Si al principio de su mandato el presidente estadounidense hablaba de reformar el mismo tratado que él había impuesto en su primera presidencia, ahora amenaza con disolver la unión tripartita y firmar tratados bilaterales, uno con Canadá, otro con México. No importa que el T-MEC sea ley en los tres países: la impredecible voluntad y táctica de Trump están más allá de las minucias del Derecho Internacional. En medio de la gigantesca incertidumbre que han generado estos vaivenes de Trump, México no padeció la recesión que le pronosticaban los medios y consultores variopintos y hegemónicos de la derecha. Al aumento del 1,2%, se le ha sumado, según cifras oficiales, un discreto incremento del empleo formal (0,4%) y de la recaudación fiscal, cimentada esta última no en una suba impositiva sino en el simple recurso de cobrar a los que no pagaban impuestos. No parece alta política sino sentido común – que todos paguen sus obligaciones fiscales – pero en los estratos privilegiados de la muy desigual sociedad mexicana esto se vio tradicionalmente de otra manera. Con esta módica estrategia tributaria el gobierno recuperó en lo que va del año más de tres mil millones de dólares. A nivel macro México tiene la relativa paz que se puede lograr en un mundo convulsionado. La inflación es del 3,76% anual, el déficit fiscal bajó del 5,75 al 4,3%, el tipo de cambio se ha mantenido estable, tal como ocurrió en el sexenio de su predecesor de Morena, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Estos datos son indudablemente milagrosos para la Argentina de Javier Milei-Scott Bessent, pero esconden también problemas estructurales que el gobierno de AMLO combatió con cautelosos avances frente a una enorme resistencia político-mediática-financiera, pero que ahora requieren solución del gobierno de Sheinbaum. “En los últimos 40 años México ha crecido a un promedio del 1% anual. La industria que teníamos antes de la crisis de la deuda en los 80, ya no la tenemos. Ahora tenemos la maquiladora, el ensamblaje. El Hecho en México, es un ensamblaje de partes que vienen de Asia, en especial de China. No hay crecimiento real”, señala a Página/12 Fidel Aroche, economista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El maldito Tratado Como en el tiempo circular de los aztecas y los mayas, los problemas estructurales que enfrenta Sheinbaum tienen que ver con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el TLCAN, firmado en 1994 y más conocido a nivel global por sus siglas en inglés, NAFTA. “La promesa era que nos convertiríamos en un centro exportador gracias al acceso privilegiado que tendríamos a la más importante economía mundial. Y acá nos encontramos con una paradoja. Las exportaciones aumentaron, pero el crecimiento no. ¿Por qué? Pues porque las exportaciones eran ensambladoras con salarios miserables y sin producción genuina local. Mientras tanto crecían las importaciones porque todo venía de afuera”, señala Aroche. En su origen el TLCAN o NAFTA fue una de las joyas de los beneficios mundiales que traería la globalización, ese concepto que se universalizó en los 90 tras la caída del muro de Berlín, seguido por el Consenso de Washington. Este proceso global se montó en México sobre el descalabro que había producido la crisis de la deuda de 1982, que terminó con la industrialización previa. “Este modo de desarrollo industrial había tenido entre 1950 y 1970 tasas de crecimiento que llegaron a promediar un 8% anual. A pesar de ello, el consenso hoy es que precisamente ese modelo constituyó la ruina de México y que hay que abrazar la globalización y las recetas macro del Consenso de Washington. Este consenso generalizado sigue existiendo incluso en el interior del actual gobierno”, dijo a Página/12 Aroche. La respuesta de AMLO El plan de AMLO al asumir en 2018 se puede resumir en una de sus frases más célebres. “Arriba los de abajo, porque así crece México”. AMLO se abocó a revertir el descalabro social que había producido el Nafta que, entre otras cosas, arrasó la producción rural de México, y profundizó niveles ya extremos de desigualdad. Con algunas audaces medidas tributarias que no modificaron la regresiva matriz impositiva, pero ayudaron a incrementar los recursos fiscales, AMLO facilitó una disminución de la desigualdad y la pobreza. AMLO terminó, por ejemplo, con las tradicionales amnistías fiscales que ocurrían al comienzo de cada nuevo sexenio gubernamental, por el que se le perdonaban a ricos y empresas las deudas fiscales que tenían con el estado. Con solo eso sumó alrededor de un 3% del PIB al erario mexicano que financiaron parte de sus programas sociales. Claudia Sheinbaum mantuvo esta política, pero, quizás consciente de los límites del modelo ensamblador, lanzó el Plan México que presentó la semana pasada ante más de 60 empresarios de 17 países entre los que se encontraba Larry Fink, el inefable director de Black Rock que no se pierde una. El Plan México es un cambio en lo que va de este siglo en el sentido de que el estado propone metas ambiciosas para amplios sectores de la economía, algo ausente en gobiernos previos. Entre los objetivos se encuentran la inversión en infraestructura ferroviaria, carreteras, aeroportuaria y portuaria, producir en el país el 50% de los productos que se consumen, la creación de 15 parques industriales y la recuperación de la soberanía alimenticia. Este plan, milagroso en nuestras Pampas, es una hoja de ruta imprescindible, pero insuficiente para los cambios que va a necesitar el país para enfrentar los actuales desafíos. “No se puede sustituir un modelo por otro de la noche a la mañana. El desempleo en Mexico es bajo, pero se sostiene con el empleo de bajísima calidad de las maquiladoras. Si se las eliminase habría un desempleo masivo. México necesita una política industrial propia con valor agregado y empleo de calidad. Se podría convivir un tiempo con ambos modelos, siempre y cuando junto a las maquiladoras haya una clara política alternativa. Si no, no volveremos a crecer”, señala Aroche. Nunca faltan obstáculos La virulenta oposición política que enfrentó AMLO y heredó Sheinbaum recuerda la que se empezó a gestar con fuerza en 2005 contra Néstor Kirchner y estalló de pleno con Cristina en 2008. La polarización crece día a día, el disparate discursivo de la gente común no tiene límites a la hora de responsabilizar al gobierno de absolutamente cualquier cosa. Este corresponsal no ha encontrado por el momento una oposición a la ley de la gravedad en Mexico, pero no le extrañaría que aparezca en los diálogos cotidianos, algo así como “es que las manzanas se me caen en la cabeza con este gobierno de la chingada, pues”. A nivel institucional toda política industrial tiene que caber en las estrechas reglas de la OCDE (Organización de la Cooperación y Desarrollo Económico) a la que México adhirió en 1994. Esta reglas limitan la intervención estatal porque “distorsiona la competencia”. Lo mismo pasa con el NAFTA-T-MEC. Si a esto le sumamos que nadie sabe que pensará o dirá mañana Trump, ni qué hablar, del año próximo, la situación se hace frágil e impredecible: México exporta el 80 % de su producción a Estados Unidos. Hasta en uno de los pocos medios que simpatizan con el gobierno, reina un tono entre cauteloso y pesimista. “El 2025 fue complicado. El 2026 lo será más aún. No hay ninguna garantía de que la negociación para renovar el TLCAN vaya a resultar bien como lo acaba de demostrar Trump al fijar un arancel a la exportación de camiones a Estados Unidos. Por el contrario, hay que prepararse para un mal resultado”, dice Orlando Delgado Selley en “La Jornada”.
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