18/10/2025 13:44
18/10/2025 13:44
18/10/2025 13:44
18/10/2025 13:44
18/10/2025 13:43
18/10/2025 13:42
18/10/2025 13:42
18/10/2025 13:40
18/10/2025 13:40
18/10/2025 13:39
Parana » La Nota Digital
Fecha: 18/10/2025 11:30
«Una vibración empieza a sentirse. Al instante se hace de noche, luego sale el sol y el rocío no parece molestar al público.» Pierre Simón y Toto miran hacia el cartel con un asombro desamparado. Diez metro de ancho por dos de alto no se les podría haber escapado de su vista cuando lo único que hacen, producto del aburrimiento, es vagar en bicicleta por toda la ciudad todo el tiempo que pueden. El cartel es de letras blancas sobre fondo negro que anuncia la llegada de “Pierre, el artista del descanso”. Lo miran dolidos, como si ese cartel les estuviera jugando una broma y fuera en verdad una ilusión. Lo tocan para asegurarse. Discuten estudiando las inmediaciones de la cuadra. Van de una esquina a la otra para ver si encuentran algún tacho con pegamento, o las marcas de una camioneta, o cigarrillos extraños, o los forros usados como suelen dejar los circos cuando se alojan en la ciudad. Cualquier cosa que les sirva para determinar el tiempo que lleva pegado el cartel en la pared de la construcción: en medio de la avenida principal, justo en frente de uno de los únicos semáforos y además, de semejante tamaño. Les preguntaron a algunos vecinos y ninguno supo brindarles información. Ahora que lo pienso, le dice Simón a Toto y el poco líquido que le queda en el tetra hace un ruido gracioso, es un cartel de mierda. Si, responde el otro igual de absorto, una campaña de marketing berreta. Berretísima. Aclara, levantando el dedo índice hacia el cielo. ¿Cuándo vienen entonces?, en tres días, dice, ¿sería el Sábado no? De una, este sábado. Tenemos que ir. Más vale. Primero se instaló como un rumor. Luego la idea se fue apoderando, como pequeños martillazos, en los oídos y en el dialecto de los sanelecinos. De a poco, durante las sobremesas, en las rondas de mate, en la cola del banco, se preguntaban casi sin querer, quién sería ese Pierre. ¿Será el apellido, o un nombre? ¿Será un apodo? Comenzaba a irritarlos la pedantería del nombre y lo atrevido del mensaje. ¿Le parecemos imbéciles? Es un sobrador, un grasa, ¡un cara dura! Entonan los más agresivos y escupen al suelo. Seguro que es otro de esos circos pedorros, esas ferias estúpidas con payasos y tigres flacos, dicen los más viejos, y los jovencitos: expectantes y ansiosos, que abrazan cualquier estímulo que provenga del exterior, rezan y se persignan para que llegue lo antes posible. Cuando llega el sábado a Toto le duele la panza. El aire es distinto, como si se concentrara la energía en un punto. Después se lo dice a Simón que lo espera en la esquina ya subido en su bicicleta derruida y oxidada y le asegura que había sentido lo mismo. Mira, le dice y extiende el brazo, me tiembla la mano. A mí me duele la panza. ¡Dale, vamos! Cruzaron la avenida principal rumbo al parque, pero a mitad de camino una multitud les corta el paso. El tumulto les llama la atención y deciden trepar un árbol para ver desde más arriba. Nunca habían trepado los de los de la plaza San Martín, les sorprende haber llegado tan arriba sin que nadie intentara bajarlos – nadie– ni siquiera los policías que intentan controlar a la curiosa multitud. El espectáculo es abrumador. Un punto uniforme de carne ampollada y violácea se presenta frente a ellos en un evidente escenario, elevado un metro del piso justo en el medio de la plaza. Un sillón de cuatro cuerpos hace falta para sostener a esa criatura. Respira y el mueble cruje dejando atónitos a todos los espectadores que empiezan a vociferar insultos a los artistas. Un hombre de traje naranja y con sombrero lo presenta como Pierre, el artista del descanso y señala con los cinco dedos levantados hacia la multitud; pasará cinco días sobre ese sillón a merced de ustedes. Deléitense ante el artista más reconocido del último milenio, dice el presentador y nadie comprende que hace ese monstruo semidesnudo esforzándose por respirar. Con ensayada cortesía la bestia le pide el micrófono al presentador. Acerca el aparato hacia a una abertura torcida e inexplicable, que de la cual se extiende una lengua rosa ancha y que se relame sobre algo parecido a unos labios carnosos. No se le distinguen los ojos, son dos pelotitas diminutas sumergidas entre la grasa del rostro. La luz del sol se refleja en su piel y lo hace parecer más blanco. De pronto expulsa una voz perfecta, afinada, parece un arpa, sostiene, erotiza, abraza, dibuja un ángel, una lira. Al instante amalgama cualquier duda o penuria y prejuicio del público. Comienza a generarse un vapor de amor por sobre las cabezas de los espectadores producto de lo tierna que es la voz de Pierre. Los invita a relajarse y escucharlo, durante horas, días, una vida. Simón y Toto se abrazan desde arriba del árbol y se acomodan con la intención de no bajar nunca más de ahí. Secan las gotas de sudor de sus mejillas y escuchan en silencio. Abajo la gente se aglomera aún más, hasta el punto que todos los ciudadanos de los barrios más alejados se acercan como si un resplandor los hubiera llamado. Pierre, ese bulto gigante de carne que se expresa como un erudito narra alguna de sus historias de vida, de su ejemplo y sus ganas de inspirar a los otros. Insiste en que no hay que bajar los brazos. Respira invitando a que la gente respire con él. Sus formas abultadas y sus cayos resultan grotescos, pero de esa fealdad horrenda se desprende una voz del cielo. Abominable bestia suave. Una nube de bellos refranes, un dialecto poblado de poesía y metáforas sencillas que hasta el peón analfabeto del campo pueda entender las dualidades del mensaje y al fin, olvidarse de emborracharse para matar al tiempo. Una vibración empieza a sentirse. Al instante se hace de noche, luego sale el sol y el rocío no parece molestar al público. La tarde parece un suspiro y la noche siguiente pasa en un santiamén. Así pasaron más que cinco días. Pierre, con manejo indudable del relato no deja que la anécdota se muera. Agregando vericuetos pomposos logra captar la mente completa de los oyentes al punto de poder jugar con sus mentes. Los primeros que lo ven cambiar de forma ayudan a los otros a verlo también y así, solo les resta ver y creer y amar, y gozar de su acto de magia más pura. Se asombran al verlo parecerse a un camello, luego les hace creer que es un insecto y así desliza su figura hacia la de un minotauro. Los invita a participar. Le piden que sea un super héroe, o una estrella de cine, o un jugador de básquet y Pierre acepta y corresponde todos los caprichos del pueblo. Sugiere dimensiones astronómicas y se propone a disfrazarse de Titanes griegos y los absortos pueblerinos extienden el cuello hacia lo más arriba que pueden y notar como Pierre se esconde entre las nubes y el sillón queda vacío de repente. El silencio es insoportable. Una jaqueca masiva los ataca a todos al mismo tiempo. Juntan las manos en las sienes para calmar el dolor y descubren que el cansancio es total: en cada hueso, en cada músculo, en cada rincón de sus molidos cuerpos. Desorientados intentan hablar. Avanzan como una pasta amorfa hacia sus hogares. Algunos no recuerdan donde viven. Avanzan, sintiéndose extranjeros de su pueblo. Rápidamente los primeros vecinos que se despiertan son aquellos que descubren las puertas de sus casas abiertas completamente vacías. Descubren, una vez que recuperan la cordura, que en lo único que pueden pensar es en la voz dulce del abominable Pierre. (*) «El lobo de la estepa pampeana»
Ver noticia original