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  • De la sátira al desafío: la historia de la revista que hizo temblar al poder durante más de 20 años y fue empujada a la quiebra

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/10/2025 02:31

    Las tapas de Humor: sátira, ironía, actualidad y política en una Argentina que pocos la contaban Opositora a la dictadura, fue el punto de encuentro de grandes mentes que encarnaron una idea tan simple como temeraria: hacer periodismo en serio, disfrazado de chiste y amparado en la sátira. Lo lograron. Y molestaron al poder. El 18 de octubre de 1999 se apagó Humor®, una de las voces más valientes y lúcidas del periodismo argentino. Luego de más de dos décadas de lucha, ironía e inteligencia corrosiva, se publicó el último número de la revista que, a fuerza de ilustraciones mordaces, textos punzantes y verdades incómodas, se enfrentó a la censura del gobierno militar y a la corrupción de la democracia, sin perder nunca el pulso ni la dignidad. El proyecto editorial más osado de la historia reciente del país duró veintiún años. Había salido a la calle el 1 de junio de 1978, cuando Buenos Aires estaba desierta por el miedo de la dictadura, y el Mundial de fútbol intentaba tapar con papelitos la sangre de los desaparecidos. En ese clima irrespirable, el dibujante, ilustrador y visionario Andrés Cascioli fundó una revista mensual que parecía imposible. Se destacó por sus notas de actualidad y cultura escritas por periodistas e intelectuales de renombre, acompañadas por caricaturas y dibujos de destacados humoristas, lo que la convirtió rápidamente en un éxito de ventas. Pero, en 1999, quebró luego de perder dos juicios, con pagos judiciales exorbitantes, iniciados por el gobierno de Carlos Menem. En distintas etapas del país, decir la verdad con tinta, sátira y coraje La risa como arma política en tiempos oscuros En plena dictadura de Jorge Videla, con la prensa amordazada, Humor logró burlar la censura con una inteligencia afilada. No fue solo una revista de humor gráfico; fue un espacio de análisis político, de reflexión social y de denuncia permanente. Lo que no se podía decir en los diarios, se gritaba desde las viñetas. Y lo que se susurraba en voz baja en las redacciones, aparecía publicado sin anestesia en sus páginas. Todo comenzó cuando Andrés Cascioli buscaba lanzar un nuevo proyecto tras el cierre de Chaupinela, revista que había dirigido entre 1974 y 1975 y que nació como una de las dos divisiones de la redacción de Satiricón, clausurada durante el gobierno de Isabel Perón. En 1978, Cascioli decidió volver a arriesgarse en uno de los momentos más oscuros de la historia argentina: con la dictadura militar ya consolidada, la represión en su punto más brutal y el Mundial de Fútbol a punto de comenzar. Mientras el régimen intentaba lavar su imagen ante el mundo con estadios llenos de papelitos y propaganda, fundó Humor Registrado, una revista satírica nacida de una idea tan simple como temeraria. En ese contexto, donde en los centros clandestinos se torturaba y desaparecía personas, la publicación se animó a decir lo que nadie más decía. Primer número de la revista Humor Registrado El primer número salió en junio de ese año y sorprendió a todos con una tapa que combinaba al director técnico César Luis Menotti con el ministro de Economía Martínez de Hoz. Un juego visual tan provocador como efectivo: “Menotti de Hoz dijo: ‘El Mundial se hace cueste lo que cueste’”, se leía. Con solo una ilustración, Cascioli dejaba en evidencia el uso político del fútbol y la complicidad civil con el régimen. “Usé la tapa como editorial”, recordó Cascioli en una entrevista con el historiador Felipe Pigna durante un programa especial dedicado a Humor. “Ese primer número no tenía casi nada, lo único que había era eso: Menotti con las orejas de Martínez de Hoz. Y ya con eso tuve que ir a defender la revista. Nos fue bien, vendimos como treinta mil ejemplares, pero igual la calificaron de ‘exhibición limitada’. No se podía vender en los kioscos”, contó. Cascioli tuvo que presentarse en el Teatro San Martín ante una comisión de censura integrada por militares, representantes de la Iglesia y funcionarios del gobierno. En una gran mesa, las revistas eran revisadas con birome roja en mano, a modo de indicarle qué podía publicar y qué no... “Me encontré con un equipo de cinco personajes... marcaban nombres, dibujos, títulos. Lo más insólito: nos daban pautas de vestimenta de las caricaturas. Una vez nos dibujaron una señora en malla para explicar hasta dónde podía llegar la bombacha. Nunca entendí nada... Y todo eso lo decían a los gritos”, revivió el creador de una de las publicaciones más preciadas antes de la vuelta de la democracia. Andrés Cascioli, fundador de la revista Pese a todo, Humor logró seguir su curso y quedarse. A fuerza de ingenio, ironía y resistencia, se convirtió en una voz incómoda para el poder y en un refugio para los lectores casi de nicho que necesitaban respirar un poco de verdad entre tanta propaganda oficial. “Amenazas hubo siempre”, dijo Cascioli en esa misma entrevista para Archivo Pigna. “Hubo amenazas de bomba y la policía trabajaba como brazo ejecutor... Cuando cerrábamos tarde, a la una o dos de la mañana, siempre había un Falcon verde en la puerta. Nos agarraban, nos revisaban los bolsillos, nos hacían poner las manos sobre el capot. A las chicas las molestaban... Era para que supiéramos que estaban ahí, vigilando”, recordó el excepcional dibujante que murió el 24 de junio de 2009, a los 72 años, en Buenos Aires. Desde el primer número, la revista jugaba con los límites sin caer. Decía, a veces sin decir, y otras veces, los de la vereda de enfrente no entendían el mensaje ni los chistes. O decía, y punto. Pero siempre lo hacía desde un lugar incómodo: el de la crítica real que no distingue banderas si hay injusticia de por medio. Las notas de la revista Humor (revista.humor) Un semillero de genios incómodos Humor Registrado fue mucho más que una revista satírica: fue un espacio de resistencia y creatividad en medio de la oscuridad, y un semillero de voces que marcaron la cultura y el pensamiento crítico de las últimas cuatro décadas. Entre sus colaboradores más destacados estuvo Alejandro Dolina, quien en diálogo con Pigna recordó sus inicios en la revista: “Yo escribí por primera vez en el número dos de Humor, no porque me hubieran convocado tarde, sino porque empecé entregando tarde”. Dolina, que en esos años trabajaba como redactor publicitario en Radio Rivadavia, cumplía con los plazos en medio de la presión y hasta le tocaba escribir con el cadete que Andrés mandaba a su casa para buscar la nota en papel que “supuestamente ya estaba terminada”, pero que no lo estaba. “Entonces, el cadete se instalaba detrás de la máquina de escribir y yo escribía. A veces lo mandaba de vuelta. Yo hablaba siempre con Tomás Saar… Y pasaba más tiempo tratando de inventar pretextos para no entregarle a Tomás que tratando de inventar temas para las notas”, se sinceró. El escritor a menudo intentaba renunciar para evitar la presión inmediata, pero fue justamente en esa urgencia donde encontró su voz: “En esa interacción entre el material que empecé a saquear para cumplir con plazos difíciles, apareció un estilo que correspondía a la revista. Salieron como especie de ensayo ficcional, porque el lenguaje era ensayístico y las historias que se vislumbraban eran historias de barrio con su épica, que hablaban de la época de alguna manera”. Para Dolina, lo más valioso fue haber encontrado “una entonación, un lenguaje austero para referir cosas muy sentimentales” que luego le sirvió para toda su carrera. Cascioli ilustraba cada tapa y no se moderaba. Videla, Viola, Galtieri, Menem o Cavallo: nadie se salvaba del lápiz filoso del fundador, que lograba condensar en una imagen más información que muchos editoriales Demandada, presionada, ahogada. Pero jamás domesticada “La revista tenía un valor moral muy grande: atreverse a una oposición en un país en que nadie se atrevía, absolutamente nadie”, destacó Dolina. Los reportajes imprescindibles quedaron en la mano de la periodista Mona Moncalvillo, que encontró en Humor la oportunidad para romper el silencio impuesto en la dictadura y luego de que desaparecieran a su hermano: “A mí me habían echado de Télam. Tenía un hermano desaparecido y nadie me daba trabajo. Era imposible ir a ningún lugar... Un dibujante me dijo: ‘Están buscando gente para hacer reportajes, vos sos la persona indicada. ¿Por qué no vas a hablar con Cascioli?’”, recordó en el programa especial para la revista de Felipe Pigna. Allí fue. Hizo una propuesta para trabajar como a ella le gustaba, más allá de lo irónico. “Le dije a Cascioli que esta era una época de mucho oscurantismo, con listas negras que borraban a gente vinculada a la cultura. Que Humor podía ser la vidriera ideal para volver a contar esas historias”, contó Moncalvillo. Quería ir más allá del humor escatológico que había marcado los inicios de la revista, y buscaba un periodismo que recuperara voces silenciadas. Las tapas de la década de 1990. Las revistas aún se venden por internet (Mercado Libre) Finalmente, Cascioli aceptó. Así comenzaron una serie de reportajes que mezclaban lo gracioso con la crudeza de la realidad. “Uno de los primeros fue sobre el censor de Tato. Y aunque tenía cosas muy graciosas, era meterse en un mundo de censura tan siniestro que daba escalofríos”, recordó la ya fallecida periodista sobre el funcionario Miguel Paulino Tato, quien, trabajando para el gobierno represor, prohibió, editó y censuró cientos de películas entre 1974 y 1980. Pero además de nutrirse del talento de grandes escritores e intelectuales, Humor también le dio voz a los lectores, y eso marcó la diferencia. Llegaban cartas de denuncia sobre secuestros y desaparecidos, y ellos las publicaban íntegras. “Llegaban cartas hablando de desaparecidos, de familiares que los iban a buscar y no podían encontrarlos. Les decían que no estaban, que algo habrán hecho... El tema de siempre. Y yo las publicaba. En cuanto se publicó eso, empezaron a aparecer otros periodistas que querían ser parte de Humor”, recordó Cascioli. Humor Registrado fue, así, una trinchera hecha de tinta, papel y coraje. Una cuna de periodistas, dibujantes y escritores que enfrentaron la censura, la represión y el olvido con creatividad, valentía y una dosis justa de ironía. Aún es uno de los legados más poderosos que dejó el periodismo argentino. Prestigiosos periodistas, intelectuales e ilustradores se sumaron al proyecto conscientes de los riesgos que asumían, Alejandro Dolina, Hugo Paredero, Carlos Abrevaya, José Pablo Feinmann, Sandra Russo, Aquiles Fabregat y Héctor Ruiz Nuñez, todos ellos dirigidos por Tomás Sanz. En las ilustraciones e historietas colaboraban, Garaycochea, Fontanarrosa, Tabaré, Trillo, Grondona White, Izquierdo Brown y Rep entre otros, que crearon inolvidables páginas del humor gráfico como “Picafeces”, “La clínica del Dr. Cureta”, “Las puertitas del Sr. Lopez”, “Boogie, el aceitoso”, “Protección al menor”, “Don Chipote de la Pampa” y “Paja Brava”. También una cuna del humor gráfico argentino, donde brillaron artistas como Fontanarrosa, Tabaré, Rep, Grondona White, Izquierdo Brown, Trillo, Garaycochea El fin de Humor: lo que no lograron los militares, lo logró un presidente con juicio fácil El final de una voz incómoda Durante la dictadura, Humor caminó por la cornisa. Fue clausurada en varias ocasiones, sus redactores vigilados, sus textos monitoreados. Pero sobrevivió. Supo esquivar balas, burlarse de lo intocable y decir sin que pareciera que decía. La ironía fue su blindaje. Paradójicamente, su peor enemigo no fue un general, sino un presidente democrático. Durante el gobierno de Carlos Menem, la revista enfrentó una persecución sistemática: una batería de juicios impulsados por el propio mandatario y funcionarios de su entorno buscaban un solo objetivo (acallar la crítica) y para eso usaron una herramienta más efectiva que la censura, el ahogo económico. Las causas, que recayeron en jueces cercanos al poder —algunos de ellos, exintegrantes del estudio jurídico del entonces presidente— condenaron a la revista a enfrentar pagos judiciales exorbitantes. Lo que no pudieron las armas, lo logró la corrupción y así acabaron con un rincón incómodo de la cultura y de la lucha. En octubre de 1999, Humor Registrado se despidió de los kioscos para siempre. Una tapa que no pierde trascencia Hoy, la revista es materia de culto y de estudio en universidades, citada en carreras como Comunicación, Sociología o Ciencias Políticas. Sus tapas están en museos. Sus personajes, en el recuerdo de quienes crecieron acomodándose en algunas esquinas para leerla a escondidas... Su espíritu sigue presente entre quienes creen en un periodismo de raíces que se atreve a incomodar al poder de turno. A 26 años de su cierre, Humor sigue vigente e interpelando.

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