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  • La subordinación a EE. UU., ¿un riesgo electoral con alto costo para el futuro del país?

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 18/10/2025 02:21

    1 / 1 Por el contrario, potencias emergentes como China e India impulsan un nuevo orden multipolar, con los BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros) como eje de un sistema alternativo al occidental. Este bloque, que ya representa casi el 40 % del PIB mundial en paridad de poder adquisitivo y más de la mitad de la población del planeta, ofrece nuevos mercados, fuentes de financiamiento y la posibilidad de reducir la dependencia del dólar y de los organismos multilaterales tradicionales. Digo esto porque aún hoy existe en amplios sectores de la dirigencia y de la opinión pública una mirada prejuiciosa y subestimadora hacia estos países, como si su crecimiento fuera transitorio o menor en calidad frente a las potencias tradicionales. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario: son estas economías las que más han crecido en las últimas dos décadas, las que impulsan la innovación tecnológica y las que concentran la mayor parte de la demanda mundial de energía, alimentos y minerales estratégicos. Ads Brasil: pragmatismo y autonomía estratégica Brasil ha sabido mantener una política exterior pragmática y equilibrada, sin romper sus vínculos con Estados Unidos y Europa, pero fortaleciendo al mismo tiempo su relación con China, India y Rusia. Este enfoque de “equilibrio activo” le permitió a Brasil diversificar mercados, atraer inversiones y ampliar su margen de maniobra internacional. China es su principal socio comercial, con exportaciones superiores a los 100.000 millones de dólares anuales, y también su principal inversor en infraestructura y tecnología. La célebre frase de Lula —“si Estados Unidos no quiere comprar, buscaremos nuevos socios”— sintetiza una visión moderna y soberana: no depender de una sola potencia, sino negociar con todas. Gracias a esa estrategia, Brasil no solo ganó autonomía política, sino también influencia global. Hoy puede dialogar de igual a igual con Washington, Bruselas, Pekín o Moscú. Argentina: cortoplacismo político con costo país Argentina, en cambio, ha optado por un alineamiento casi absoluto con Estados Unidos, un giro que parece responder más a necesidades coyunturales del gobierno de Javier Milei que a una estrategia de desarrollo nacional. La reciente ayuda financiera anunciada por Estados Unidos —que incluye avales para nuevos créditos, respaldo diplomático ante organismos internacionales, y ahora también la posibilidad de utilizar parte del swap en dólares, la intervención indirecta de la Reserva Federal comprando pesos para sostener la paridad, y la adquisición anticipada de bonos argentinos a futuro— se presenta como un salvavidas económico. Pero en realidad, profundiza la dependencia estructural del país y condiciona la política económica a los intereses de Washington. Lejos de representar un gesto de cooperación desinteresada, estas operaciones consolidan un esquema de tutela financiera sobre la economía argentina, donde cada decisión de política monetaria o cambiaria termina sujeta a la aprobación o el beneplácito del Tesoro norteamericano. Un hecho elocuente de esta subordinación es que tanto la instrumentación de las medidas como su anuncio oficial fueron realizados en Estados Unidos, por el propio presidente de la Reserva Federal, y no por el ministro de Economía argentino. La imagen de que las decisiones cruciales sobre la economía nacional se comunican desde Washington, y no desde Buenos Aires, retrata con crudeza el nivel de condicionamiento político y económico al que ha quedado expuesto el país. Por otra parte, el pedido de ingreso como “socio global de la OTAN”, la compra de aviones F-16, y la política exterior abiertamente alineada con Estados Unidos e Israel en el conflicto de Gaza, muestran que la Argentina ha pasado del alineamiento al sometimiento. Estar alineado con una potencia puede ser parte de una estrategia racional de inserción internacional. Pero estar subordinado y condicionado a sus intereses es otra cosa: implica perder autonomía y capacidad de decisión. El gobierno confunde la diplomacia con la obediencia. Busca en Washington una tabla de salvación política y financiera de corto plazo, cuando debería estar pensando en cómo reconstruir la economía real. Ads Lecciones del pasado: las “relaciones carnales” y sus consecuencias No es la primera vez que Argentina apuesta todo a Estados Unidos. En los años ’90, el gobierno de Carlos Menem hablaba de “relaciones carnales” con Washington. El resultado fue un endeudamiento récord, privatizaciones sin control y pérdida de soberanía económica. Décadas después, el gobierno de Mauricio Macri repitió el mismo camino: acudir al FMI con el préstamo más grande de su historia, sin resolver los desequilibrios estructurales de la economía. Hoy, la historia parece repetirse, aunque con un discurso liberal más extremo y un contexto internacional completamente distinto. La diferencia es que ahora el mundo ya no es unipolar. La idea de que Estados Unidos resolverá los problemas argentinos es un error de diagnóstico y una ilusión política. Los costos de la dependencia La política exterior del actual gobierno no solo limita el acceso a mercados emergentes claves —como los de Asia y Medio Oriente, esenciales para la exportación de litio, proteínas y gas—, sino que también debilita la soberanía nacional. Además, genera un costo moral y diplomático: al alinearse ciegamente con Washington y Tel Aviv en conflictos internacionales, la Argentina se distancia de la mayoría de los países latinoamericanos y del propio consenso global, que hoy busca equilibrio, no enfrentamiento. Y frente a este nuevo escenario que se abre, surge una pregunta inevitable: ¿cuál será el costo real de esta ayuda y de este “posicionamiento carnal” con Estados Unidos? Porque toda dependencia económica lleva implícita una forma de condicionamiento político —y es precisamente ese el precio que la Argentina no puede volver a pagar. Ads Conclusión: soberanía o subordinación El mundo ya no gira alrededor de una sola potencia. Estados Unidos sigue siendo influyente, pero su hegemonía se sostiene cada vez más en el poder militar y menos en la competitividad económica. Europa enfrenta sus propias crisis, y la multipolaridad es hoy una realidad irreversible. En este escenario, los países serios negocian con todos, no se subordinan a ninguno. La defensa de la soberanía debe estar por encima de cualquier coyuntura electoral o necesidad de caja. Basta observar lo que ocurre en el resto del mundo: potencias intermedias como India, Turquía o Arabia Saudita mantienen relaciones económicas y diplomáticas simultáneamente con Estados Unidos, China y Rusia, sin someterse a los intereses de ninguno. Sudáfrica negocia con Washington y con Pekín, mientras consolida su papel dentro de los BRICS. Incluso Europa, pese a su alineamiento histórico con Estados Unidos, comienza a discutir la necesidad de mayor autonomía estratégica en defensa y energía. La Argentina necesita abrir mercados, diversificar alianzas y definir una política exterior que responda a sus intereses estratégicos, no a las urgencias políticas del momento. Creer que el futuro argentino se resolverá en Washington es repetir los errores del pasado. El verdadero desafío es reconstruir un proyecto nacional soberano, con la mirada puesta en el mundo real: uno que ya no admite subordinaciones, sino inteligencia estratégica.

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