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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 18/10/2025 05:03
Esta semana, el fiscal Ricardo Sáenz presentó su libro de microrrelatos: “15 metros” (Fotos: Fernando Calzada) En una de sus facetas más desconocidas, el fiscal Ricardo Sáenz (65) acaba de publicar 15 metros, un libro de microrrelatos que reúne textos inspirados tanto en experiencias personales como en la ficción. El título surge de una frase del escritor Arturo Pérez-Reverte que lo marcó profundamente: “Hay seres humanos que se quedan esperando el fin con resignación, y otros, los menos, que intentan echar a correr. Intentan ser libres y vivir durante 15 metros”. Esa metáfora —explicó Sáenz— se convirtió en el eje del libro: “La diferencia entre las personas está en cómo corren (o no) esos 15 metros. A veces nos paralizan los miedos, las relaciones, la familia, los vínculos. Pero en ese impulso breve está la libertad”, sostuvo. La presentación tuvo lugar en Dain Usina Cultural, donde el autor conversó con Delia Sisro —su editora y también escritora, autora de 500 palabras y Vidas pesadas— acerca del proceso creativo y las historias que dieron forma a la obra. Allí, entre otras cosas, contó que la publicación nació a partir de una práctica personal: escribir todos los viernes un relato en su cuenta de Instagram bajo el nombre El cuento de los viernes. “Llegué a juntar unos 60 o 70 textos y me propuse llegar a 100 para armar un libro”, dijo. "15 metros", el nuevo libro de Ricardo Sáenz Escribir cuentos Hasta la sorpresiva muerte de su hermana, en diciembre de 2016, su relación con la escritura era estrictamente profesional. Como fiscal general ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Ciudad de Buenos Aires, desde 1993, estaba acostumbrado a redactar dictámenes y documentos jurídicos con un lenguaje técnico, rutinario y despojado de toda emoción. Pero el duelo lo llevó a otro lugar: empezó a escribir sobre su familia, como si fuera un ejercicio de memoria, reconstruyendo anécdotas e historias. Eso que comenzó como un impulso catártico se transformó en el inicio de un camino inesperado. Meses después, en 2017, se sumó a un taller de escritura, donde su editora le hizo ver que sus textos tenían un denominador común: eran rígidos, distantes, “casi como informes judiciales”. Aprender a relatar con emoción y sensibilidad fue parte del proceso que lo llevó, dos años después, a publicar su primer libro de cuentos: Mucho que contar (editorial El cuento de nunca acabar). “Hay colegas que juegan al golf o al tenis. Yo soy el fiscal que escribe cuentos”, dice. Desde entonces, nunca dejó de escribir. A su ópera prima, le siguieron: Cuarentena. Ejercicio abusivo del poder durante la pandemia (2020), Bote salvavidas N° 6 (2021) y El espejo ovalado (2023). “Necesitaba dedicarme a algo menos duro. En la fiscalía, veo cosas tremendas todos los días: desde abusos intrafamiliares hasta homicidios. La escritura es una vía de escape”, sostiene. Con más cuarenta años de trayectoria en el Poder Judicial, además de ser especialista en Delincuencia Informática y exdocente de Derecho Penal en la UBA y la UCA, fue presidente de la Asociación de Fiscales y Funcionarios de la Nación (AFFUN) y vicepresidente en representación de los Fiscales en la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional (AMFJN). En 2015, ganó notoriedad pública cuando se convirtió en una de las voces más activas en el reclamo por el esclarecimiento de la muerte de su colega, Alberto Nisman. “En la fiscalía, veo cosas tremendas todos los días: desde abusos intrafamiliares hasta homicidios. La escritura es una vía de escape”, le contó a DEF A partir de ahí, mantuvo un alto perfil sobre el tema y, actualmente, se muestra activo en las redes sociales y en los medios con opiniones sobre la actualidad política. Sin embargo, detrás de su rol de funcionario judicial, existe otro perfil menos conocido: el del escritor que encontró en la literatura un refugio. En esta entrevista, habla sobre su pasión por las novelas, el proceso de escritura y el desafío de despojarse del lenguaje jurídico para narrar historias. —¿Por qué estudiaste Derecho? —Cuando era más joven, decía que mi deseo coincidía con el de mi padre. No sé si me engañaba con eso… Mi viejo era sindicalista, no abogado, pero se dedicaba a la política y soñaba con que yo siguiera su camino. Para él, la manera más directa de hacerlo era a través del Derecho. Creo que, en su momento, me convencí de que también quería ser abogado, aunque quizás era más su deseo que el mío. Pero, con el tiempo, la carrera realmente me atrapó y terminé disfrutándola muchísimo. Tanto es así que, en 1979, entré a Tribunales y quedé alejado del mundo sindical. —¿Qué autores o libros hay en tu biblioteca personal? —Mis favoritos son los autores latinoamericanos: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Además de Cien años de soledad, uno de mis preferidos es Vivir para contarla, donde García Márquez narra su vida hasta los 30 años y su camino al periodismo y la literatura. Lo mismo con Pez en el agua, donde Vargas Llosa cuenta su experiencia política y su campaña presidencial en Perú. Lo último que leí fue una novela de Arturo Pérez-Reverte, La isla de la mujer dormida. Me encanta su estilo. —¿Te gustaba leer cuando eras chico? —Leí mucho durante mi infancia y adolescencia. Hoy en día, también trato de hacerlo con frecuencia. Me gustan las novelas. La poesía nunca me atrajo. Igual creo que, en los últimos años, las plataformas de streaming compiten con la lectura. Trato de equilibrar ambas porque también disfruto de las series. Sáenz cuenta con más cuarenta años de trayectoria en el Poder Judicial —¿Cuándo empezaste a escribir ficción y por qué? —De grande. El detonante fue la muerte de mi padre en 2004. Ahí, comencé a escribir sobre mi familia: contaba historias y anécdotas, donde analizaba cómo era cada uno. En diciembre de 2016, después de que falleció mi hermana de manera repentina, empecé a hacerlo con más frecuencia. Al año siguiente, le llevé todos estos escritos a mi actual editora, Delia Sisro, para ver si podíamos hacer algo. Ella los leyó y me dijo que eran textos muy duros y sin sentimiento. Desde ese momento, empecé a trabajar para transformar mi estilo para que fuera más narrativo y menos rígido. —¿Cómo fue ese proceso? —Me anoté en un taller semanal de escritura con Delia. Ahí, aprendí a transmitir emociones en lugar de simplemente describirlas. Hay una técnica, por ejemplo, que consiste en “mostrar en lugar de contar”. En vez de escribir: “Ella estaba nerviosa y no paraba de fumar”, lo narrás de forma más sensorial: “Se paró, fue a la ventana, se quedó pensando. Encendió un cigarrillo”. Eso me quedó grabado. A partir de ahí, me enganché con la escritura de otro modo. —¿Escribís a mano o en la computadora? —Ambas cosas. Pero, cuando tengo el impulso de escribir algo y no me lo quiero olvidar, lo bajo a un papelito o a una servilleta. También, está el recurso de automandarse una nota de voz al teléfono. Eso me ayuda mucho. —¿Cuál es tu metodología? —No tengo una metodología fija. Si me entusiasmo, puedo escribir todos los días; si no, lo hago al menos una vez por semana en el taller. Ahí, por lo general, llevo lo que escribí y lo revisamos con Delia. Leí en algún lado que un escritor debería trabajar entre ocho y diez horas por día, y que una buena página puede llevar hasta ocho horas con las correcciones. Pero, bueno, eso es para los profesionales. Sus autores favoritos son latinoamericanos: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes —Ya publicaste cinco libros. ¿Todavía considerás la escritura como un pasatiempo? —Sí, es casi un hobby. Delia me dice lo contrario: “Si escribís, sos escritor”. En Mucho que contar, después del prólogo de Federico Andahazi, hay un escrito que titulé “Un fiscal que escribe cuentos”. Ahí, cuento que empecé a escribir porque necesitaba dedicarme a algo menos duro. Así como hay colegas que juegan al golf o al tenis, yo escribo. En la fiscalía, veo cosas tremendas todos los días: desde abusos intrafamiliares hasta homicidios. La escritura es mi vía de escape. —¿Cómo trabajás la inspiración? —Siempre pensé que un escritor se sentaba frente al teclado y aparecía una especie de inspiración divina. Pero estaba equivocado, la escritura es un trabajo. En el caso de la narrativa, hay que pensar una historia, construir personajes atractivos y lograr que la lectura fluya de manera natural. El objetivo es que el lector se sienta dentro de la historia, que vea y sienta lo que viven los personajes. No es una tarea sencilla, de ninguna manera. —A excepción de tu segundo libro, Cuarentena, donde armaste una suerte de ensayo político con tus editoriales del programa radial Haceme el cuento, el resto de tus libros son de ficción. ¿Pensaste en escribir no ficción? —Cuando salió Mucho que contar, recuerdo que muchas personas que no lo habían leído pensaron que iba a revelar casos picantes de la fiscalía. Pero nunca consideré la no ficción como una opción real. Aun así, la escritura me ayudó a mirar mi trabajo con otros ojos y, a partir de entonces, entendí que estaba rodeado de historias. Por eso, la fiscalía es fuente de varios de mis cuentos. En El espejo ovalado, por ejemplo, hay tres o cuatro capítulos basados en hechos reales. Los protagonistas son un policía y una fiscal que resuelven casos. Entre ellos, obviamente, pasa algo. “Siempre hay que hablar de amor en los libros”, dice Delia. Y tiene razón. El amor garpa. —En tu primer libro, hay un cuento que está dedicado a tu hermana. Ahí, también hay ficción mezclada con realidad. —Sí. El primer relato de Mucho que contar es sobre mi hermana, Mabel. Lo titulé “Mar de Luna”. Ella murió de un infarto a los 60 años. Fue un golpe muy duro. Quise escribir sobre ella. También hay otros cuentos que están inspirados en mi infancia y adolescencia. Pero sobre mi vida adulta, no cuento nada. Aunque, como dice Delia, “uno siempre está hablando de uno”, porque todos terminamos dándoles características propias a los personajes. Es muy común. “Estudié Derecho por mi padre. Mi viejo era sindicalista, no abogado, pero se dedicaba a la política y soñaba con que yo siguiera su camino. Para él, la manera más directa de hacerlo era a través del Derecho”, dice Ricardo (Fotos: Fernando Calzada) —En alguna entrevista, dijiste: “El lenguaje judicial es insoportable”. ¿Cambió tu forma de escribir en la fiscalía a partir de que sos escritor de cuentos? —Sí. De hecho, tengo muy aleccionados a mis empleados para que eviten esas expresiones en latín que suelen usarse y que la gente no entiende. Estoy cada vez más convencido de que los dictámenes y las sentencias deben escribirse de forma clara, para que cualquiera pueda comprenderlos. Cuando era más joven, usaba frases, como per saltum (NdR.: significa “salto de instancia” y permite que un expediente judicial pase directamente a la máxima instancia sin atravesar las intermedias), que eran muy de aquella época. Recién con el tiempo, entendí que la mayoría no lo comprendía. Incluso, en las audiencias, se ve que los jueces les hablan de determinada forma a los imputados y, del otro lado, no los están entendiendo. —¿Te imaginás dejando la fiscalía para dedicarte tiempo completo a la escritura? —Es una fantasía que tengo, aunque no sé si la voy a concretar. Por un lado, me gustaría seguir en la fiscalía todo el tiempo que pueda. Por el otro, me preocupa que la escritura no logre ocupar todo mi tiempo. Cuando uno se jubila, tiene que tener claro qué hará con su día a día. No creo que la escritura, por más que me encante, pueda ser un refugio suficiente como para dedicarle ocho horas diarias.
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