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» Diario Cordoba
Fecha: 17/10/2025 01:56
Mamá siempre está ahí. Es esa persona de la que venimos, y la primera en la que pensamos y a la que acudimos cuando tenemos miedo o necesidad. Un nuevo estudio liderado por la Universidad de Stanford ha demostrado algo a la vez sencillo y poderoso: escuchar la voz de la madre favorece el desarrollo del cerebro de los bebés prematuros. En concreto, mejora la maduración de las vías cerebrales relacionadas con el lenguaje. Dicho de otro modo, oír a mamá, incluso a través de una grabación, ayuda al cerebro del bebé a prepararse para comunicarse con el mundo exterior. Puede parecer obvio, pero lo que la ciencia está confirmando con datos de resonancias magnéticas es que el entorno sonoro de los primeros días de vida deja una huella profunda en la arquitectura del cerebro. Y la voz de mamá, con su tono, ritmo y musicalidad únicos, actúa como una especie de brújula neurológica y emocional. Los investigadores trabajaron con bebés nacidos más de ocho semanas antes de tiempo. Durante su estancia en el hospital, algunos de ellos escucharon grabaciones de sus madres leyendo un cuento. Y al cabo de unas semanas, las imágenes cerebrales mos-traron algo fascinante: las conexiones neuronales vinculadas al lenguaje estaban más desarrolladas en los bebés que habían oído esas grabaciones, comparados con los que no. El hallazgo es el primero que muestra una relación causa-efecto entre la exposición al habla materna y la maduración del cerebro a edades tan tempranas. En otras palabras, algo tan cotidiano como leerle a un bebé (aunque aún no pueda entender las palabras) puede marcar la diferencia en cómo su cerebro organiza el lenguaje y, más adelante, se comunicará con el mundo. Durante el embarazo, el feto comienza a oír alrededor de la semana 24. Desde entonces, el sonido de la voz materna se convierte en una presencia constante, un paisaje sonoro que acompaña su crecimiento. Esa familiaridad no desaparece con el nacimiento: los recién nacidos reconocen la voz de su madre y su lengua, y la prefieren frente a otras voces o idiomas. Pero cuando el parto se adelanta y el bebé pasa semanas en una incubadora, ese entorno auditivo se rompe. El hospital es un lugar de pitidos, alarmas y murmullos técnicos, pero no del sonido cálido y rítmico de una voz conocida. De ahí la importancia de esta investigación: demostrar que es posible recrear, aunque sea parcialmente, esa experiencia intrauterina que estimula el desarrollo cerebral. La implicación de este estudio va más allá de la neurociencia. Es también un recordatorio de algo profundamente humano: la madre (y, en general, el entorno afectivo) no solo alimenta al bebé con leche, sino también con estímulos, con presencia, con lenguaje sonoro. En un mundo que tiende a delegar la crianza en pantallas, dispositivos o rutinas médicas, este tipo de hallazgos devuelve el protagonismo al vínculo esencial. El desarrollo de un bebé no ocurre en el vacío, sino dentro de un entorno emocional y sensorial que moldea su cerebro tanto como la genética. Y aunque la ciencia lo exprese en términos de «maduración del fascículo arcuato izquierdo», lo que subyace es una verdad simple: la voz de una madre, su forma de decir, cantar, consolar o contar, es el primer lenguaje del amor. Los padres de bebés prematuros viven a menudo la hospitalización con angustia e impotencia. Pero esta investigación ofrece esperanza: incluso si no pueden estar presentes todo el tiempo, su voz puede acompañar a sus hijos y contribuir activamente a su desarrollo. Al final, lo que este estudio subraya es que el entorno, y especialmente la presencia afectiva de la madre, no es algo accesorio, sino una parte esencial del desarrollo humano. La vida lo sabe, el cerebro lo refleja, y la ciencia lo confirma. *Profesor de la UCO
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