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Usuhahia » Diario Prensa
Fecha: 13/10/2025 12:22
Voces del Presidio del Fin del Mundo. Entre los muros fríos del antiguo Presidio, uno de los penados —el número 91, Octavio Fernández Pico— encontró en la palabra un modo de resistir. Su poema “A Ushuaia” revela la sensibilidad de quien, pese al castigo y la distancia, logró ver belleza en la hostilidad y ternura en la soledad del extremo sur. El Presidio de Ushuaia funcionó entre 1902 y 1947, y su historia se entrelaza con la del crecimiento de la ciudad. Los presos- criminales sanguinarios como el Petiso Orejudo y muchos más condenados por causas políticas – participaron en la apertura de calles, el trazado de cañerías y la producción de pan. Esta tarea fue continuada muchos años después de que se cerraran los portones de la cárcel, por personal de la Base Naval, conservando la receta de aquel pan fueguino – de miga esponjosa y perfumada, y corteza crujiente y dorada – que aún hoy recuerdan los antiguos pobladores. Pero además de obreros y reclusos, entre sus muros también hubo hombres que escribieron y supieron descubrir belleza, pese a los barrotes. En el silencio del confinamiento surgieron versos, pensamientos y relatos que hoy son testimonio de un tiempo en que el sur era sinónimo de castigo y redención. En esta poesía, fechada el 25 de mayo de 1931, Fernández Pico – el Penado Nro. 91 – describe, en tono de poesía, un territorio áspero pero hermoso, y con su voz describe la esencia de Ushuaia —sus animales, su clima, su gente— con una mirada tan íntima como dolida. A USHUAIA Yo también soy poeta de tus cumbres nevadas, de tus claros arroyos que se cubren de escarcha, de tu mar muy pequeño, sin rumores ni alas, que circundas y oprime en boscosas montañas. Yo también soy poeta de tus noches sin sombra, de tus noches muy negras, de tus lunas muy bajas, de tus días sin cielo, de tu sol sin altura, de tus vientos que tienen resoplidos de fragua. Yo también soy poeta de tus bueyes escuálidos que rumian tranquilos antropófagos santos, los pedazos más duros de sus propios hermanos que les brindan los tristes leñadores del bosque con cariño y con pena, a la hora del rancho. Yo también soy poeta de tus vacas milagros, que no sé dónde viven ni sé dónde pastan, y de plácidas ubres y de cuernos tan grandes que en las noches de luna, si en las lomas nevadas se detienen y fijan, aparentan fantasmas. Yo también soy poeta de tus flacas ovejas, que remueven la nieve con sus débiles patas, y que van siempre tristes, cual si fuesen cansadas, atridas de anemia y agobiadas de lana. Yo también soy poeta de tu única mula, tan gastada y tan vieja, que no sé si ve la carga, y que pronto, la pobre, con su lomo de llagas, será sólo un recuerdo de haber sido una lástima. Yo también soy poeta de tus lobos marinos, tan confiados y torpes que cualquiera los mata, cuando al sol se recrean, atorrantes con capa, en los sucios islotes, solitarios del agua. Yo también soy poeta de tus grandes gaviotas, que en verano se ausentan a formar sus nidadas en peñascos desiertos, sin arenas ni algas, y en invierno vigilan, con mendiga constancia, desde el techo nevado, la enrejada ventana, y que cantan en coro, anunciando los tiempos con grotesco aleteo y pueril algazara. Yo también soy poeta de tus casas metálicas, sin jardines ni huertas, de ventanas cerradas, donde mueren soñando en brillantes comarcas, con un rey en el gesto y un lacayo en el alma los que han visto otros soles y han bebido otras aguas. Yo también soy poeta de tus niños claustrados, que ni rompen la ropa, ni se ensucian la cara, ni hacen hombres de nieve, ni al salir de la escuela como bravos guerrean a certeras pedradas. Yo también, Ushuaia, soy poeta y te canto en labradas estrofas, con la voz de mi hacha, desde el fondo más triste de tu selva desierta, de dolores fecundos y de música de alas. Y el poeta es poeta de sí mismo: si muere, una noche muy fría, pero blanca, muy blanca, te suplica rendido con dulzura cristiana, que al llevarlo a la tumba de tu gran camposanto, en su cruz pongas este pesaroso epitafio: “Aquí yace un enfermo que bien pudo ser sano, y que un día hizo flores con pedazos de trapo”. (25 de mayo de 1931)
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