Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Vestigios nada más

    » El Ciudadano

    Fecha: 13/10/2025 09:13

    Una propuesta como la de El gesto poético en el cine (Ciudad Gótica Editorial, Colección Cine, 2025) se sostiene como intención de quebrar la lógica causal de los relatos, su estructura narrativa decimonónica; también el lenguaje al servicio de lo descripto y un esquema confiable de acción y reacción, puesto que el lector siempre espera un resultado. Qué pasa si no pasa una cosa detrás de otra, sino varias cosas a la vez, y se comienza a dar cuenta de las discontinuidades de la experiencia vital y, al mismo tiempo, de la experiencia de escritura. Se rompe con la idea de lo continuo y, por ende, de lo cerrado que se usa para clasificar una identidad, una imagen, que tiende siempre a decir que solo es eso que muestra cuando, en realidad, puede ser un vestigio de otra cosa. La razón poética de María Zambrano, que plantea un pensar poético que desborde la razón instrumental para enlazar conciencia, alma y sentir originario, parece ser la senda elegida por el autor para desplegar una sensibilidad en su escritura e indagar en lo pasajero, lo fugaz, lo inaprensible, ver a “lo real como algo que oscile entre el sentido y lo sentido”. En la búsqueda de esas “imágenes desde la tierra del ocaso”, las revelaciones son inesperadas, insólitos los entusiasmos e imprevisibles las reacciones que despierta. Naturalmente, la provocación de ese estado de lectura es el menos apto para la visión rasante u objetiva; por el contrario, lo que se registra comienza a ser sorprendente o sobrecogedor, toda vez que el autor se vale de un lenguaje figurado y análogo; hay una imaginación activa para transformar el significado literal en connotaciones que aparecen “como enigma o conjuro”. Lo que de ensueño puede tener el gesto poético implicado en las imágenes, es un ejercicio doble de desfiguración de lo mimético como representación de la realidad, puesto que surge la “exigencia de inventar figuras inéditas cuya materia es el destiempo”. En todo caso, la poesía como gesto se proyecta sobre lo místico, o sagrado, sobre el mismo autor y sus sensaciones, cuando éste afirma que “se escribe para desaparecer sin tener necesariamente que morir”. Y, en ese sentido, es como si estos textos llamaran a un lector-autor, uno que al leer recrea, otra vez, lo que el autor escribe, porque se encuentra, en esa lectura, “con el lenguaje que busca tocar su límite para posibilitar el acceso a la exterioridad de lo insondable”. El lector de El gesto poético en el cine debe entrar en el itinerario propuesto, participar en el recorrido y al mismo tiempo ser él quien lo recorre. La experiencia lo roza convocándolo a vivirla, ya que no se trata de una representación; si se entendiera el texto como representación se quedaría prisionero de la argucia que trata de filtrar toda potencia ajena en su singularidad, mediante el encierro en una estructura esencialmente represiva; por el contrario, lo que surge es que “la imagen-huella no puede dar cuenta de las cosas sino al costo de perderlas, haciéndolas desaparecer, poniéndolas en fuga, borrándolas en el momento que se escriben…”. Por eso, poesía, imágenes, cine se tensan en un espacio de antagonismo con las vivencias sagradas de lo transhistórico y así comienza a desactivarse, aunque sea fugazmente, la pretensión de totalidad propia de la dominación técnica capitalista y neoliberal –el despliegue de una violencia como esencia de esa técnica–, volviéndola relativa e inscribiéndola en la lógica –siempre política– de la existencia de otro origen de las imágenes, ya como “imagen-huella que desbarata el sentido unívoco al saberse pura diferencia irresuelta, pura contradicción…”. El autor parece afirmar que el poder de la poesía no es una ilusión. Para creer en su poder, hay que creer primero en que “lo real es lo sagrado experienciable en el gesto poético”, porque se va a la poesía a buscar algo que ya pasó y que se espera reencontrar. En esa experiencia, la fiereza del mundo atenúa su hostilidad; frases e imágenes disimulan su veladura y en ese merodeo, entre capas de palabras, van develando que “la huella es una relación con lo radicalmente otro. Su posible identidad no es sino una pura alteridad…”. En esa línea, este libro descree de perfilar una significación patente y apuesta a crear una sugestiva urdimbre emotiva, un horizonte emocional para señalar que siempre “hay un afuera que se escapa, que no se deja apresar…, que la estructura de la huella es fragmentaria, discontinua y expansiva…”, como si fuese una presa huidiza que oscila entre lo definible y lo indefinible y que atesora en su forma, desde hace millones de años, su sentido secreto y sagrado. No es el sorprendente ensamble de los diferentes elementos que componen una imagen lo que hace que el ojo se detenga en su naturaleza, sino la recóndita vida que late detrás de su metamorfosis, de “la exigencia de lo que existe a destiempo”. Que no es otra cosa que el lugar donde se sitúa el encuentro entre la potencia, la virtualidad y la multiplicidad de lo posible, algo que trasciende ampliamente la descripción de esa imagen y hace que la visión se abisme en la profundidad de lo misterioso, de lo arcaico, donde se le otorga valor y sentido a esa sustancia escurridiza que suele llamarse poesía, para revelar “que el alma de toda imagen es su función simbólica”. En este libro el autor avanza siempre a tientas, prendado a lo conjetural, desoyendo advertencias, atento sólo a aquellos sobresaltos, intuiciones y pequeños deslumbramientos que podrían aumentar la calidad de sus preguntas, de sus indagaciones. Así, poco tiene que ver con las certidumbres, más bien apuntala la idea de desarmar el traumático olvido de la huella o vestigio, de levantar la clausura del misterio de lo arcaico que aísla en la espera, en la demora, tal vez, para encontrar el amor. No es que no le interese discernir lo que se encuentra “en la fecunda insuficiencia de las imágenes”, quizás lo que ocurra sea, simplemente, que acepta esa insuficiencia como una premisa inevitable, y por eso se concentra en extraer, de aquello que se pliega y se repliega, el secreto de la niña de Fátima, de la pequeña Dorothy, del erudito John Dee, del soñador y arqueólogo Pelayo Quintero, de la Dama de Cádiz, de la diosa Astarté, del fenicio Melkart, de Yamila la bella. Lo hace desde el fondo de la historia y la prehistoria, donde la imagen-huella no es otra cosa, dice el autor, “que un collar roto de 2500 cuentas. Cada una, en su misma insuficiencia, punto de partida para un asterismo inusitado”, aceptando así que “la gracia del mundo es la justa condición de lo inapropiable”, casi como una responsabilidad ética que atesora, en lo indecidible, su frágil certeza.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por