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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/10/2025 05:04
Michael Fung, director del Instituto para el Futuro de la Educación del Tec de Monterrey, estuvo en Buenos Aires para participar de una cumbre regional sobre educación superior organizada por QS. Michael Fung es de Singapur, se formó en universidades de Estados Unidos y China, y trabaja en México. Doctor en Educación e ingeniero informático de base, Fung dirige el Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey, donde se dedica a impulsar la innovación pedagógica y la transformación de la educación universitaria. Antes, Fung fue director de Skills Future Singapur, un reconocido programa del gobierno de ese país que promueve el aprendizaje a lo largo de la vida y el desarrollo de habilidades para la inserción en el mercado laboral. De visita en Buenos Aires para participar de una cumbre regional sobre educación superior, Fung conversó con Infobae sobre cómo imagina la universidad del futuro, advirtió sobre el exceso de expectativas que genera hoy la adopción de la inteligencia artificial y explicó, a partir de investigaciones del Tec, que las experiencias más efectivas de personalización del aprendizaje son las que combinan tecnología con interacción humana. También advirtió sobre la brecha creciente entre las habilidades de los graduados y las demandas del mercado, y resaltó que las universidades deben mantener su relevancia social frente a la crisis de financiamiento que enfrentan no solo en Argentina, sino en varios países occidentales. –¿Qué podemos esperar de la IA en la educación universitaria y qué no deberíamos esperar de ella? –Creo que existe una urgencia artificial por implementar la IA a gran escala en todos los sectores. Lo vemos en los negocios, en la educación, en distintas industrias. El problema es la suposición de que la IA puede transformar todo y hacerlo mucho mejor. Mi predicción es que la IA será importante, pero será solo uno de los componentes que apoye la educación del futuro. No será el único ni tampoco el principal. La educación, por naturaleza, es un proceso humano. La IA puede ayudar a recuperar información o contenidos, pero para que un estudiante aprenda hay que considerar cuestiones como motivación, compromiso, reflexión, aprendizaje experiencial. Y estos son aspectos que no se resuelven simplemente “arrojando” tecnología al problema. Tenemos que ser cuidadosos y diseñar experiencias de aprendizaje pedagógicamente sólidas, basadas en evidencia sobre lo que motiva a los estudiantes, cómo se comprometen y cómo se logran mejores resultados. En algunos casos, la tecnología incluso puede conducir a peores resultados de aprendizaje. Por eso necesitamos un enfoque muy reflexivo al diseñar la educación del futuro. Mi temor es que, en este momento, todos se están lanzando a usar IA sin datos ni evidencia, lo que genera confusión. Además, falta inversión para poder estudiar en profundidad el proceso de aprendizaje y así orientar el tiempo y los recursos hacia los lugares correctos. –Hablando de motivación, cada vez escuchamos más sobre una crisis de salud mental en los jóvenes. ¿Deberían las universidades prestar atención a estos problemas emocionales y asumir una visión más holística del estudiante? –Sí. La universidad debe ser relevante en el contexto económico y social en el que está situada. Si sos una universidad regional, ¿cuáles son los problemas más importantes de la región? ¿Cómo estás contribuyendo a resolverlos? Esto es crucial, porque si las universidades no siguen siendo relevantes para su contexto más amplio, pierden la confianza y el apoyo público. Y eso ya se ve en algunas partes del mundo, como en EE.UU. o en Europa, donde la gente se pregunta: “¿Para qué necesitamos universidades? ¿Por qué ir a la universidad?”. Si no contribuyen a resolver problemas relevantes para la comunidad y el país, pierden sentido. Un segundo rol fundamental es preparar a una generación de aprendices para vidas productivas: ya sea para su primer empleo, para continuar los estudios o para un aprendizaje continuo a lo largo de la vida. Las universidades no son escuelas técnicas ni bootcamps de programación: tienen la responsabilidad de una formación integral. Yo uso la palabra “aprendices” porque creo que las universidades deben ir más allá de los estudiantes tradicionales y pensar en apoyar a las personas a lo largo de toda la vida. Puede ser su alumnado, sus egresados o incluso personas sin vínculo previo con la institución, pero que encuentran oportunidades de aprendizaje continuo. La pandemia de COVID visibilizó muchos de los problemas de bienestar mental: el estrés adicional, la incertidumbre, la reducción de las interacciones sociales. Y esa preocupación persiste incluso después. No estoy seguro de si aumentaron los problemas o si lo que creció es la conciencia sobre la importancia de la salud mental. En el Tec de Monterrey, invertimos mucho en apoyar el bienestar de los estudiantes y también en investigarlo. Tenemos equipos que trabajan con las áreas de vida estudiantil para identificar indicadores tempranos de riesgo, aplicar intervenciones y evaluarlas. Creo que esto forma parte de la responsabilidad de la universidad. Michael Fung explicó que, según investigaciones realizadas en el Tec de Monterrey, las experiencias más eficaces de personalización del aprendizaje son las que combinan tecnología con interacción humana. –¿Piensa que la universidad del futuro será una institución más abierta, con estudiantes que entren y salgan varias veces a lo largo de su vida? ¿Las carreras serán más cortas, se apuntará más a microcredenciales? –Creo que en el futuro veremos muchos modelos diferentes de universidades. Hoy tenemos un panorama bastante rígido: la mayoría de las instituciones ofrecen centralmente carreras de cuatro años a nivel de grado. En el futuro, la educación debería ofrecer múltiples trayectorias. Cada vez es más claro que no todos necesitan un título universitario de cuatro años para ser miembros productivos de la sociedad o de la fuerza laboral. Distintas personas deberían poder seguir caminos de aprendizaje distintos, con la posibilidad de continuar estudiando más tarde en la vida. El paradigma actual supone que hay que alcanzar el nivel educativo más alto en el primer intento, y después el recorrido de la persona queda casi fijo. Una mejor educación permitiría volver a la universidad más adelante, pasar de una certificación técnica a un título académico o, al revés, aprender una habilidad técnica después de un título universitario. El sistema del futuro debería ser más flexible, de modo que cualquier persona, sin importar sus antecedentes, tenga oportunidades de seguir aprendiendo durante toda su vida. Además, la educación será más personalizada y adaptativa. Ya tenemos la capacidad de entender cómo aprende mejor una persona. En unos diez años podremos desarrollar modelos mucho más ajustados a las necesidades de cada aprendiz, de modo que el proceso educativo será más eficiente. Pero hay un riesgo: si todo se delega a la tecnología, eso puede generar aislamiento. La solución está en un modelo combinado: un aprendizaje personalizado con humanos en el circuito. En un experimento que hicimos en el Tec de Monterrey con 3.000 estudiantes y 80 profesores, probamos distintos caminos de aprendizaje adaptativo. El mejor resultado –con un 35% más de logros de aprendizaje frente al grupo de control– fue el que combinaba componentes humanos y tecnológicos. Este año vamos a ampliar el estudio a 12.000 estudiantes. Esto muestra que la personalización funciona mejor cuando se integra la tecnología con la interacción humana, no cuando se sustituye a las personas. Así evitamos el aislamiento y la posibilidad de un aprendizaje mal orientado. Fung consideró que la crisis de financiamiento que enfrentan las universidades, sobre todo en Argentina pero también en otros países occidentales, plantea el riesgo de una fuga de talentos. Foto: Jaime Olivos –En Argentina, pero también en Europa y en Estados Unidos, las universidades públicas atraviesan problemas de financiamiento. ¿Qué solución imagina para enfrentar los recortes? –Es un tema muy importante que enfrenta la educación superior en gran parte del mundo. Mencionaste Argentina, pero también lo vemos en otros países. Por ejemplo, en México las universidades privadas tuvieron dos años muy difíciles cuando el expresidente eliminó mucho apoyo estatal para la investigación. En Australia no hubo un recorte directo, pero se les pidió reducir la matrícula de estudiantes internacionales, y como dependen tanto de ellos, eso funcionó como un recorte. En EE.UU. también hay amenazas de reducción de fondos. Fuera de algunas regiones de Asia oriental, donde todavía hay gran inversión en educación superior, el resto del mundo enfrenta recortes o desafíos financieros serios. En mi visión, hay dos cuestiones centrales. Primero, la relevancia para los estudiantes. Si una universidad depende de los aranceles, debe ser relevante para lo que los estudiantes necesitan. Si no, los estudiantes no irán. En Estados Unidos muchos eligen community colleges o directamente no van a la universidad. La relevancia se mide en dos cosas: ¿consigo un buen empleo después de graduarme?, ¿la experiencia universitaria, la vida estudiantil, me da un valor integral? Si la respuesta es no, la legitimidad se erosiona. Lo mismo ocurre en China: no porque falte calidad en las universidades, sino porque hay demasiados graduados y no hay suficientes puestos adecuados, lo que genera una sobreoferta. Por otro lado está la cuestión de la brecha de habilidades. En América Latina y otras regiones hay una crisis creciente: lo que saben los graduados y lo que necesita la industria no coincide. Si las empresas sienten que los egresados no tienen las habilidades –técnicas o blandas– que requieren, no los contratan. Eso baja las tasas de empleo y disminuye el valor percibido de la universidad. En el Institute for the Future of Education trabajamos en dos frentes: para apoyar a las universidades en su transformación para seguir siendo relevantes, y para construir ecosistemas de habilidades, que no incluyan solo universidades, sino también empresas, academias corporativas, instituciones técnicas y vocacionales. La solución no puede venir solo de las universidades: necesitamos una red amplia de actores que construyan juntos las competencias que demandan las sociedades y las economías. “Si la universidad no es relevante para su comunidad, pierde la confianza y el apoyo público”, advirtió Fung. –La escasez de docentes es una preocupación importante en la educación básica, ¿cree que las universidades enfrentarán pronto este desafío? –Depende de la región y del nivel de desarrollo de la institución. En general, los profesores universitarios están mejor pagos y con mejor equilibrio laboral que los docentes de primaria o secundaria, que suelen tener más carga administrativa y mayores dificultades para motivar a los alumnos. Por eso, no veo hoy una crisis inmediata en las universidades, salvo quizás en instituciones regionales pequeñas y con pocos recursos, donde puede ser más difícil atraer y retener profesores. Pero si las universidades pierden relevancia y el financiamiento se reduce, entonces sí podrían enfrentar el mismo problema: salarios más bajos, menos beneficios, y en consecuencia, la docencia universitaria se vuelve menos atractiva frente a la industria. Ya pasó en áreas como informática o finanzas, donde era muy difícil contratar profesores porque las empresas privadas ofrecían mejores condiciones. Cuando la industria es mucho más atractiva que la academia, se produce una fuga de talento. –En el Tec rediseñaron los planes de estudios de todas las carreras y los reorganizaron por competencias. ¿Ese modelo resulta más efectivo para reducir la brecha de habilidades? –Sí. El diseño curricular tradicional se basa en resultados de aprendizaje generales, que no siempre permiten identificar con precisión qué competencias adquirió un estudiante. Al final, solo tenemos un analítico con nombres de materias, pero no sabemos si la persona realmente puede desempeñarse en un puesto específico. En cambio, con un modelo de competencias, cada curso se diseña para que los estudiantes adquieran habilidades concretas y medibles. Esto permite ajustar el currículum con más agilidad cuando cambian las necesidades de la industria, en lugar de revisar todo el plan de estudios. Llamamos a este modelo Tec21: combina competencias, aprendizaje basado en retos, trayectorias flexibles y una experiencia estudiantil integral. Así, la universidad puede adaptarse mejor a las transformaciones del mercado laboral y reducir más rápido la brecha de habilidades.
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