Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Liudmila Pavlichenko, la francotiradora soviética temida por los nazis, que desafió al machismo y a la historia

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 10/10/2025 04:59

    Con 309 enemigos abatidos, incluido un récord de francotiradores, se convirtió en una leyenda viviente, temida por el ejército alemán y venerada en la Unión Soviética “Los nazis muertos son inofensivos”, dijo Liudmila Pavlichenko, francotiradora de profesión. Tenía apenas 25 años cuando la Alemania nazi invadió el territorio soviético en 1941 y un título en Historia por la Universidad de Kiev. Sin embargo, no quiso quedarse detrás de un escritorio para contar la historia, sino que puso su propio nombre en un apartado de los libros que la describen como la mujer que desafió las órdenes iniciales de Stalin, que prohibían el alistamiento femenino, y convenció a los reclutadores de que una mujer también podía ser letal en el frente. A partir de ese momento, su nombre comenzaría a ser parte de la leyenda. El 10 de octubre de 1974, en un modesto departamento de Moscú, murió en silencio la que se convirtió en una de las mujeres más temidas por el ejército alemán y más veneradas en la Unión Soviética. En poco más de un año en el frente, mató a 309 alemanes, incluidos 36 francotiradores enemigos; y fue herida por un proyectil de mortero. Convertida en heroína oficial y emblema propagandístico, recorrió Estados Unidos como parte de una gira diplomática e incluso compartió escenario con la primera dama Eleanor Roosevelt. Fue una ucraniana al servicio de la Unión Soviética. Hoy, casi medio siglo después de su muerte, vería su tierra natal arrasada por aquellos a quienes sirvió con tanta devoción. Su historia, cruzada por la gloria, el sacrificio y la contradicción, sigue siendo una de las más poderosas del siglo XX. Una de las últimas imágenes de Liudmila (khronoshistoria.com) El origen de una leyenda Liudmila Pavlichenko nació el 12 de julio de 1916 en Bila Tserkva, una pequeña ciudad del entonces Imperio ruso, hoy parte de Ucrania. Desde niña, mostró una curiosidad insaciable por la historia y la cultura, lo que la llevó a estudiar y graduarse en Historia antes de que la guerra trastocara su destino. Pero su camino no sería el de una académica ni el de una mujer relegada a la retaguardia. Todo lo contrario. Cuando en junio de 1941 la Alemania nazi lanzó la Operación Barbarroja e invadió la Unión Soviética, Liudmila sintió que la historia que hasta entonces había estudiado en los libros dejaba de ser un relato distante para convertirse en una realidad que debía enfrentar con sus propias manos. Fue en Kiev, durante su adolescencia, donde aprendió a disparar. Mientras trabajaba como pulidora en una fábrica metalúrgica que proveía al ejército, participó en el club de tiro de una organización paramilitar soviética dedicada a preparar a civiles para la defensa militar. Allí, entre el ruido del taller y el esfuerzo diario, entrenó y perfeccionó sus habilidades como tiradora, mucho antes de que imaginara su legendaria carrera en el ejército. Segura de su potencia y puntería, se presentó como voluntaria en una junta de reclutamiento en Odesa para ir a combate. Al principio, las autoridades militares seguían la directiva de Iósif Stalin, que impedía el alistamiento femenino en combate, pero ella insistió: quería ser francotiradora y demostró su destreza con el rifle durante las pruebas. Su habilidad sorprendió a los oficiales de reclutamiento, quienes finalmente aprobaron su incorporación. “No podía salir de mi asombro: los soldados alemanes parecían borrachos”, escribió años después en su autobiografía Lady Muerte, describiendo su primer encuentro con el enemigo. Con esa mezcla de sorpresa y determinación, empezó a forjarse la imagen que la acompañaría para siempre: una mujer capaz de convertir en polvo a quienes amenazaban su tierra. Su entrada en el ejército fue, en sí misma, un acto de desafío y valentía. “Cuando el hijo de un vecino se jactó de su destreza lanzando una ráfaga de disparos, me propuse demostrar que una niña también podía hacerlo”, contaría más tarde, ya convertida en una heroína, durante su gira por Estados Unidos, al recordar cómo empezó a gustarle las armas. Así comenzó a construir una leyenda que pondría en jaque al ejército nazi y marcaría para siempre el papel de las mujeres en el combate. Pavlichenko junto a un retrato de Stalin El plomo que grabó su nombre en la historia El 8 de agosto de 1941, Liudmila realizó su primer disparo mortal como francotiradora del 25º Regimiento de Infantería del Ejército Rojo, en el frente sur. No fue un momento glorioso ni cinematográfico: la guerra, en su crudeza, se presentó como un terreno donde la puntería era la única verdad. Con el tiempo, se volvería una experta en moverse sigilosamente por trincheras, trepar árboles, cavar agujeros de acecho y esperar durante horas la aparición de su objetivo. Durante 75 días defendió Odesa, matando a 187 soldados enemigos. Luego fue transferida a Sebastopol, en Crimea, donde continuó su tarea letal en una campaña que duraría ocho meses. Allí elevó su marca personal y se convirtió en una leyenda viva del Ejército Rojo. Su presencia era tan temida que los alemanes intentaron sobornarla a través de altavoces: le ofrecían chocolate y el rango de oficial si se pasaba al bando nazi. Ella respondió con balas. Su método de disparo fue perfeccionado y fue tan prolijo como crudo y una de sus tácticas preferidas era ocultarse durante días sin moverse, en condiciones extremas, a la espera del disparo perfecto. “Desarrollé mi método favorito de disparo: dar al enemigo entre los ojos y la sien”, contó. No tardó en convertirse también en instructora y entrenó a decenas de nuevas francotiradoras que siguieron sus pasos en el frente. En tiempos donde se discutía incluso si las mujeres debían portar armas, Liudmila no solo rompía las reglas sino que las redefinía. En medio del fuego, no había lugar para la coquetería ni los estereotipos. “No había ninguna regla que prohibiera usar maquillaje en el frente”, dijo cuando le preguntaron si se arreglaba antes de una misión. “¿Pero quién tiene tiempo de pensar en cuánto brilla su nariz en medio de una batalla?”, respondió, con una punzante ironía. El juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Robert Jackson, Liudmila y la primera dama Eleanor Roosevelt en 1942, cuando visitó Washington En 1942, tras ser herida por un proyectil de mortero, fue retirada del frente por orden directa de Stalin. Su pérdida fue considerada más grave que una derrota militar, por lo que su figura adquirió una dimensión política y fue enviada a Estados Unidos como parte de una misión diplomática, convirtiéndose en la primera ciudadana soviética en ser recibida por un presidente norteamericano durante la Segunda Guerra. Allí también se convirtió en símbolo de la mujer combatiente, aunque no siempre fue comprendida. “Se ve que para los estadounidenses lo importante es si las mujeres llevan ropa interior de seda bajo el uniforme. Pero qué es lo que el uniforme representa, eso lo tienen por aprender”, dijo en una entrevista para la revista Time, dejando en claro que su lucha no era solo en el campo de batalla, sino también contra el machismo aún impregnado en las sociedades. Durante esa gira, su encuentro con Charles Chaplin fue, sin dudas, uno de los momentos más curiosos. Luego de saludarla, el actor le miró sus manos y dijo: “Es increíble que estas manitas hayan matado nazis, hayan segado sus vidas por centenas sin fallar” y Pavlichenko sonrió. Era consciente de que su leyenda comenzaba a recorrer el mundo. A lo largo de esos meses, la mujer acumuló tantos disparos certeros como relatos que la convirtieron en inmortal. Cuando le preguntaron cuántos hombres había matado, ella respondió con su agudeza habitual: “Hombres no sé, fascistas 309”. Esa frase encapsula su visión, su compromiso ideológico y el espíritu con que enfrentó la guerra. La actriz Yuliya Peresild interpretó a Liudmila en la película "Batalla por Sebastopol", de 2015, que cuenta la vida de la francotiradora La huella de un símbolo Tras su regreso a la URSS, Pavlichenko fue nombrada Heroína de la Unión Soviética, la más alta condecoración del país. Ya no volvería al frente, pero tampoco se retiró del todo: trabajó como instructora de francotiradores y se convirtió en una figura de referencia dentro del Ejército Rojo. También colaboró con la Marina soviética y continuó estudiando historia, volviendo a su primera vocación. El 10 de octubre de 1974, Liudmila Pavlichenko murió en silencio, en Moscú, lejos del fragor de las batallas que había marcado su juventud. Tenía 58 años y había sido enterrada con honores en el cementerio de Novodévichi, el panteón de los héroes soviéticos. Su figura se convirtió en un emblema, repetida en estatuas, sellos, canciones y carteles de propaganda. Fue retratada como un símbolo del coraje soviético, aunque muchas veces su dimensión humana quedó eclipsada por el mito. Eleanor Roosevelt, quien la admiró profundamente, escribió sobre ella en sus memorias. Contó que Pavlichenko hablaba poco pero que había logrado transmitir en cada discurso la dignidad de una mujer que no pidió permiso para cambiar su destino. Hoy, 51 años después, la tierra que la vio nacer —esa Ucrania independiente, convulsionada por la guerra y el conflicto geopolítico— vuelve a estar en la mira del autoritarismo y la violencia. La paradoja de su historia resuena con fuerza: fue una ucraniana que defendió a la Unión Soviética, un imperio que luego se desmoronó y cuyas cicatrices aún laten. Liudmila demostró que las mujeres podían ser algo más que figuras pasivas en el relato bélico. Rompió barreras y, con cada disparo, escribió un capítulo de coraje que todavía se respira.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por