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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 10/10/2025 04:40
El periodista Englebert Zimmerman fue el primero en cubrir el atentado aéreo de 1933 en Indiana Mientras golpeaba de manera febril las teclas de su máquina de escribir en la sala de redacción del diario local The Vidette-Messenger, a Englebert Zimmerman le resultaba imposible contener la excitación. No era para menos: en el municipio de Jackson nunca pasaba nada, pero esa noche había caído un avión. No una avioneta, sino un avión de línea de los más grandes y los más nuevos, con pasajeros a bordo. Y él, un casi anónimo periodista de pueblo, había sido el primero en llegar. Seguro que al día siguiente el lugar se llenaría de enviados de los diarios de las grandes ciudades, incluso algunos de The Washington Post y de The New York Times, pero sería tarde, él era el único que podía escribir –antes que nadie– una crónica desde el mismísimo lugar de los hechos. Cuando esos reporteros importantes llegaran, verían su nota en la tapa del pequeño diario local, de la que ya tenía el título: “Un avión gigante se estrella y mueren siete personas”. Lo que Zimmerman todavía no sabía es que pasaría a la historia como el único cronista en contar de primera mano el primer atentado contra un avión de transporte de pasajeros en la historia de la aviación comercial. Sus dedos volaban sobre el teclado y en la hoja que había estado en blanco hacía apenas unos minutos ya se podía leer: “El condado de Porter experimentó su mayor tragedia aérea el martes por la noche cuando un gran avión bimotor de pasajeros de la United Airlines, explotó en el aire a 1.000 pies de altura sobre la granja de James Smiley, fideicomisario del municipio de Jackson, a una milla y media al norte de Jackson Center, en el noreste del condado de Porter. llevando a siete personas a la muerte. La nave, que se dirigía de Nueva York a Chicago, y finalmente a Oakland, California, volando bajo una lluvia constante, cayó cuando una terrible explosión lo partió en dos y la lanzó a la tierra, como un cometa en llamas ante los ojos de docenas de personas horrorizadas que vivían en las cercanías, las primeras de las cuales en llegar a la escena fueron rechazadas por una pared de llamas mientras escuchaban los gritos de los moribundos en sus oídos”. En el texto se podía ver que, además de contar los hechos, Zimmerman podía hacer gala de una buena pluma. El almanaque marcaba el martes 10 de octubre de 1933, comparado con los enormes jumbos actuales, el “avión gigante” al que se refería el título de la nota apenas alcanzaría la dimensión de un insecto volador. Era un Boeing Model 247D de dos hélices, por entonces toda una novedad en el naciente mundo de la aviación aerocomercial, tanto que el primero de ellos había realizado su vuelo inaugural apenas ocho meses antes, el 8 de febrero de 1933. El transporte aéreo de pasajeros en avión era una actividad que apenas arrancaba en Europa y los Estados Unidos y hasta ese momento no había sufrido ningún accidente que pudiera calificarse de tragedia. El solo hecho que uno de esos colectivos del aire cayera a tierra causó conmoción, que poco después se supiera que no se trataba de un accidente sino de un inédito atentado con explosivos provocó terror y la noticia recorrió el mundo. El Boeing 247D de United Airlines explotó en el aire y causó la muerte de siete personas A bordo del Vuelo 23 El Vuelo 23 de United Airlines despegó de Newark, Nueva Jersey, para realizar un trayecto con escalas con destino final en Oakland, California. El Boeing 247 identificado como NC13304 por la Administración Federal de Aviación estadounidense, llevaba a bordo cuatro tripulantes y tres pasajeros a bordo, que habían pagado la friolera de 208 dólares –el equivalente a unos 5.000 actuales– para realizar el trayecto en la aeronave comercial más avanzada de la época. El avión –un verdadero gigante en esos tiempos- contaba con piloto automático, tren de aterrizaje retráctil, equipo de deshielo, hélices de paso variable y dos motores en estrella Pratt & Whitney Wasp de 550 CV. Su capacidad era de tan solo diez pasajeros, que viajaban a una temperatura estable gracias a mecanismos de refrigeración y calefacción controlados por termostatos y eran atendidos por una azafata. El piloto del vuelo 23 era Harold Tarrant, un aviador de 38 años con dos de experiencia, lo que era una enormidad en esos tiempos. Como copiloto viajaba A. T. Ruby, el operador de radio era H. R. Burris, y “la atractiva señorita” –así la describían en las crónicas– Alice Scribner, de 26 años, era la azafata. Los pasajeros se identificaron como Fred Schendorf, de 28 años, gerente de una empresa de refrigeración, la señorita Dorothy M. Dwyer y el señor Emil Smith. En realidad, esos fueron los nombres que dieron los pasajeros al comprar sus boletos, porque por entonces no era necesario presentar documentos para abordar un avión, ni tampoco someterse a revisiones de seguridad. El avión hizo su primera escala en Cleveland y ya oscurecía cuando despegó hacia su próxima parada, en Chicago. Alrededor de las ocho de la noche, el piloto se comunicó por radio con la oficina meteorológica de Chicago para interiorizarse sobre las condiciones climáticas, que eran normales, y minutos después comunicó al aeropuerto que tenía previsto llegar alrededor de las diez de la noche. Volaba a 300 metros de altura y a una velocidad de 200 kilómetros por hora. En sus comunicaciones no informó sobre ningún problema mecánico ni de navegación. Sobrevolando North Liberty, Indiana, dijo por radio: “Todo bien”. El accidente del Vuelo 23 fue el primer atentado con bomba en la historia de la aviación comercial “Vieron una bola de fuego” El Boeing de United Airlines seguía la ruta prevista sin inconvenientes hasta que minutos después de las nueve de la noche explotó en el aire. Zimmerman contaba de manera dramática los testimonios de quienes habían visto el desastre desde el suelo: “Entonces algo sucedió. Eran alrededor de las nueve de la noche, y la aeronave metálica pasaba sobre el municipio de Jackson, cuando los granjeros de un área de cuatro millas cuadradas escucharon una explosión terrible. Salieron corriendo de sus casas. En lo alto del cielo vieron lo que parecía ser una bola de fuego que descendía a la velocidad del rayo y en giros giratorios (sic). También escucharon el latido irregular de un motor, que indicaba que estaban contemplando una tragedia en movimiento: un avión que caía y llevaba a sus ocupantes a una muerte segura”. La aeronave se estrelló pocos segundos después y cuando golpeó contra el suelo se escuchó una segunda explosión. Según una reconstrucción hecha a partir del relato de los testigos, “golpeó la copa de un árbol en el lado oeste de un camino de grava del condado, rebotó al otro lado de la carretera y se detuvo en un pequeño hueco entre la carretera y la antigua pendiente de la línea aérea Chicago-Nueva York. Los pedazos de los restos estaban esparcidos por todo el campo, y el pedazo más grande, la cola del avión, se encontró a tres cuartos de milla de distancia”, escribió en su crónica el periodista de The Vidette-Messenger. Los bomberos del condado llegaron lo más rápido posible, pero las tareas de salvamento solo se pudieron iniciar luego de que se apagaran las llamas y los restos del avión se enfriaran. Dentro del avión, los rescatistas –en realidad los mismos bomberos, policías y vecinos– encontraron cuatro cadáveres quemados, mientras que el cuerpo del piloto Tarrant apareció con el rostro quemado y cortado a unos quince metros de la estructura de la aeronave. Los dos cuerpos que faltaban fueron hallados recién a la mañana siguiente: estaban a casi 800 metros de dónde había caído el Boeing. El alguacil del condado Erza Stoner ordenó perimetrar el área para que no se manipularan los restos. Luego diría que sospechaba que no se trataba de un simple accidente. Apenas notificada, la compañía aérea prometió investigar a fondo las causas de la caída del Boeing: “Es el primer accidente donde mueren pasajeros en siete años de operaciones de United Airlines y vamos a realizar una investigación exhaustiva sobre lo ocurrido”, prometió el vocero Harold Crary. El informe del FBI sobre el caso fue desclasificado recién en 2017, sin aportar nuevas pistas Una bomba en el avión Casi al mismo tiempo que los expertos de la compañía aérea trataban de establecer si la explosión y la caída del avión tenían que ver con fallas mecánicas, el FBI y la policía del Condado de Porter iniciaron una investigación conjunta para determinar si se había tratado de un atentado. Los peritos forenses peinaron a fondo los restos del Boeing y vieron señales de una explosión que no estaba relacionada con los tanques de combustible: el inodoro y el compartimento del equipaje, que estaba al lado del baño, estaban destrozados. Además, encontraron fragmentos de metal incrustados en el lado interior de la puerta del baño, mientras que en el lado de exterior no había restos del mismo metal. Otro dato llamativo era que la cola del avión estaba cortada desde justo detrás del inodoro y fue encontrada a más de un kilómetro de distancia del resto del avión. Las dudas se despejaron pronto: la explosión había sido causada por una bomba que alguien había puesto en el baño o en el compartimiento del equipaje. “Nuestra investigación me convenció de que la tragedia fue el resultado de una explosión en algún lugar de la región del compartimiento de equipaje en la parte trasera del avión. Todo lo que estaba delante del compartimento fue impulsado hacia adelante, todo lo que estaba detrás fue impulsado hacia atrás, y las cosas de los lados hacia afuera. En cambio, los tanques de combustible fueron aplastados, lo que demuestra que no hubo ninguna explosión en ellos”, señaló el informe del investigador del FBI Melvin Purvis. Los investigadores convocados por las autoridades del condado llegaron a las mismas conclusiones que la de los agentes federales. El doctor Carl Davis de la oficina del forense del condado de Porter y los expertos del Laboratorio de Detección de Delitos de la Universidad Northwestern examinaron a fondo los restos y concluyeron que la explosión fue causada por una bomba, probablemente de nitroglicerina. A 92 años del atentado, el misterio sobre la bomba en el Vuelo 23 sigue sin resolverse Un misterio sin resolver Nunca se pudo establecer quién o quiénes habían puesto la bomba en el avión. Durante la investigación fueron interrogadas todas las personas que habían estado dentro del Boeing en los días previos a la explosión, incluso a pasajeros de vuelos anteriores. Los integrantes del equipo que se encargó de la limpieza del Boeing antes del despegue aseguraron que no habían visto ningún objeto sospechoso en su interior. El FBI también investigó a fondo a los pasajeros. Uno de ellos, el señor Emil Smith había subido al avión con un paquete marrón, lo que lo convirtió en un potencial sospechoso. Los agentes federales trataron de establecer si Smith había comprado explosivos antes de subir a la aeronave, pero no encontraron ningún indicio que lo demostrara. Por otra parte, tampoco se encontraron restos del paquete entre los restos del avión, lo cual hizo imposible averiguar si tenía una bomba en su interior. Tampoco se recuperaron restos de un detonador ni de una batería que demostraran que la bomba tuviera o mecanismo de relojería o que fuera activada a distancia. En esa época, las cajas negras no existían, de modo que no había registros de las conversaciones de los tripulantes durante el vuelo. Lo que sí se encontró fue un rifle entre los restos de la aeronave, pero determinaron que no había sido disparado y que era propiedad de otro de los pasajeros, Fred Schendorf, que viajaba en el avión hasta Chicago para participar en un concurso de tiro en el North Shore Gun Club de la ciudad. La investigación fue cerrada en 1935, sin que se pudiera determinar cómo había llegado la bomba al avión. El contenido completo del informe elaborado por el FBI, con 324 documentos que ocupan unas trescientas páginas, recién fue desclasificado en 2017. Ninguno de esos papeles aportó nueva información que ayudara a esclarecer el misterio que todavía hoy rodea al primer atentado de la historia de la aviación aerocomercial de pasajeros. En 2023, cuando se cumplieron 90 años de la caída del Vuelo 23 de United Airlines, un grupo de investigadores aficionados utilizó detectores para tratar de encontrar algún resto olvidado del avión. Recuperaron unos pocos fragmentos de metal que ni siquiera se sabe si pertenecían a la aeronave. Aún así, se los llevaron como souvenirs de un enigma que ya no se puede resolver.
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