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  • De Almería a una fábrica de sueños cercana al Obelisco: la vida del padre de Anteojito, Hijitus y la bruja Cachavacha

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 08/10/2025 04:34

    Manuel García Ferré tenía 17 años cuando llegó a la Argentina con su familia Los niños de hoy no saben quién fue Anteojito. Pero basta pronunciar ese nombre entre quienes crecieron en las décadas del setenta, ochenta y noventa para que se encienda una sonrisa. De inmediato vuelven los recuerdos de una infancia que olía a revista recién impresa, a tardes de lápices de colores y tijeras con punta redonda. Llegaba cada jueves a los kioscos, con sus juegos, sus historietas, sus recetas, su juguete de regalo y, sobre todo, su material didáctico que siempre enseñaba, se recortaba y pegaba. La revista llenaba de figuritas de próceres los cuadernos en la escuela. En esas páginas habitaba un personaje que, junto a su inseparable tío Antifaz, enseñaba que el ingenio y la bondad podían más que la trampa. Y detrás de todo estaba él: Manuel García Ferré, el hombre que forjó con su vasta imaginación una empresa, e hizo de la ternura un lenguaje propio. La revista Anteojito ofrecía entretenimiento y además, era muy útil en la escuela con sus figuritas para recortar Nació el 8 de octubre de 1929 en Almería, en el sur de España, pero fue en Buenos Aires donde transcurrió su vida. Hijo de un padre republicano, escapó del franquismo junto a su familia cuando apenas tenía diecisiete años. Traía en una carpeta algunos dibujos y un puñado de ilusiones. La ciudad lo recibió con su inmensidad y un mundo de oportunidades. Por el día buscaba trabajo en agencias y revistas; por la noche, terminaba el secundario. En esa rutina doble, el trazo de su lápiz comenzó a abrirle camino. Con talento y paciencia de artesano, fue ascendiendo desde tareas menores —colorear, copiar, delinear— hasta firmar sus propias creaciones. En 1952 dio vida a Pi-Pío, un pollito curioso que se convirtió en sheriff de un pequeño pueblo llamado Villa Leoncia y que encontró su lugar en la revista Billiken, de Constancio Vigil. A partir de ese personaje, el universo Ferré empezó a expandirse: aparecerían por primera vez otros personajes que se volverían famosos, como Oaky e Hijitus. Todos compartirían una misma alma: ingenua, optimista y luminosa. Súper Hijitus Su talento cruzó los límites del papel. A comienzos de los sesenta, mientras la televisión se instalaba en los hogares argentinos, García Ferré entendió antes que nadie que los personajes podían vivir en todos los formatos. Fundó su propia productora y se convirtió en un pionero de la animación publicitaria. Los comerciales protagonizados por sus criaturas se multiplicaron, y su estudio —ubicado en el edificio Apolo, a pasos del Obelisco— comenzó a funcionar como una pequeña fábrica de sueños. El universo de personajes de Manuel García Ferré daba las buenas noches a los niños por la televisión pública El gran salto llegó en 1964, cuando Julio Korn le propuso lanzar la revista Anteojito. En una época sin pantallas ni redes, la propuesta fue un suceso editorial: entretenimiento, educación y afecto en un solo paquete. El primer número vendió casi 200.000 ejemplares. En su mejor momento, la revista llegó a superar el millón mensual. Cada ejemplar venía con un regalo —un juego, un recortable, una herramienta escolar— y con esa mezcla de curiosidad y ternura que definía su sello. Figuritas para recortar, pegar y jugar, al "servicio escolar" Ferré era un perfeccionista. Supervisaba cada dibujo, cada texto, cada color. En su estudio, jóvenes dibujantes aprendían de los más experimentados, tanto sobre técnica como sobre ética del trabajo. Él lo revisaba todo, incluso el trazo de una ceja o el brillo de un ojo. No toleraba la improvisación. Su obra debía reflejar el esmero, la calidez y el respeto por el público más exigente de todos: los niños. En 1967, Las aventuras de Hijitus debutó en Canal 13 y se convirtió en la primera serie animada de la televisión argentina. “¡Dale, Larguirucho!” y “Sombreritus…” quedaron grabados en la memoria colectiva. El pequeño héroe que vivía en un caño y luchaba contra el mal con la ayuda de su sombrero mágico trascendió generaciones y geografías. A su alrededor, Ferré construyó un modelo de producción que integraba televisión, cine, discos, revistas, juguetes y campañas publicitarias. Todo se retroalimentaba. Fue, sin saberlo, un adelantado a su tiempo: un creador de universos transmedia cuando la palabra ni siquiera existía. Anteojito y Antifaz El salto al cine fue natural. En 1972 estrenó Mil intentos y un invento, el primer largometraje animado en color del país. Le siguieron Trapito (1975), Ico, el caballito valiente y Pantriste, entre otras. Décadas después, volvería al cine con Manuelita (1999), inspirada en el personaje de María Elena Walsh, confirmando que su mirada seguía conectada con la sensibilidad de los más chicos. Pero más allá del éxito empresarial, lo que distinguía a García Ferré era su vínculo con la infancia. En su casa, sus hijos eran los primeros jueces de cada proyecto: si ellos se entusiasmaban, él seguía adelante; si no, lo descartaba. En una entrevista de 2012, cuando le preguntaron si era posible conquistar a los niños con historias tan ingenuas en tiempos de videojuegos y superhéroes, respondió con serenidad: “Mientras los chicos reciban imaginación, aventuras, personajes buenos y malos —siempre en lucha—, su interés nunca decaerá.” Pi Pio fue su puerta de entrada en la revista Billiken El cierre de Anteojito, en 2002, fue un golpe duro. El país cambiaba, el mercado también, y la revista no resistió el vendaval de la crisis. Pero Ferré no se rindió: continuó imaginando proyectos, incluso después de atravesar una enfermedad que lo debilitó. Murió el 28 de marzo de 2013, a los 83 años, durante una cirugía en el corazón. Detrás de sí dejó un legado inolvidable. Las criaturas de su estudio siguen habitando el recuerdo y la nostalgia de quienes crecieron con sus historias.

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