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Fecha: 07/10/2025 15:45
El historiador Pablo Suárez, integrante del CONICET y especialista en historia regional, explicó en diálogo con La Barra de Casal los orígenes del debate sobre la fecha del Día de Rosario y la particularidad de una ciudad que no tiene un acta de fundación. Todo comenzó hace poco más de un siglo, cuando Calixto Lazaga planteó que Rosario debía tener una fecha para celebrar su aniversario, tal como ocurría con otras ciudades argentinas. Dado que Rosario carecía de una fundación formal —como sí tenían Santa Fe, Córdoba o Buenos Aires—, Lazaga propuso tomar el año 1.725 como punto de partida. En ese año, el Cabildo de Santa Fe, bajo cuya jurisdicción se encontraba la zona, nombró a Francisco Frías como alcalde de la región. Ese documento fue tomado simbólicamente como un antecedente “fundacional”. Lazaga sugirió inicialmente el 27 de febrero, día en que Manuel Belgrano enarboló por primera vez la bandera argentina en la ciudad. Sin embargo, por razones organizativas, la celebración no se concretó en esa fecha. Finalmente, se decidió trasladarla cerca del 7 de octubre, día de la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad. De hecho, el primer festejo se realizó el 4 de octubre, por cuestiones logísticas, aunque la intención original era vincular la fecha a una festividad religiosa. Como explica el investigador Darío Barriera, se buscó “salir de una fecha civil” para asociar el aniversario de Rosario a una conmemoración religiosa, reforzando su identidad simbólica. Suárez relativizó esta cuestión de no tener acta de fundación y destacó “lo importante es que Rosario fue construyéndose por sí misma y desarrollando su identidad con el tiempo. El verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad se ubica entre 1850 y 1860, cuando el pequeño asentamiento del siglo XVIII comenzó a transformarse en una urbe en expansión. “No es tan grave que no nos hayan fundado, porque las ciudades fundadas tenían un rol asignado por las autoridades coloniales. Rosario, al no ser fundada, no tuvo mandato alguno y pudo elegir su propio destino”. Esa autonomía inicial permitió que Rosario creciera de manera orgánica y se consolidara como un centro portuario y comercial clave, lo que generó tensiones con la capital provincial, Santa Fe. “Rosario tenía un puerto más importante, y eso generó una competencia fraternal con la capital”. Durante gran parte de su historia, Rosario no eligió a sus intendentes. “Hasta la década de 1940 —y posiblemente hasta los años 60— los intendentes rosarinos eran designados por el gobernador de Santa Fe”, explicó Suárez. Una situación que hoy parece absurda, pero que evidencia la larga dependencia política de la ciudad respecto de la capital provincial. Suárez destacó dos hitos fundamentales en el crecimiento rosarino: La conexión ferroviaria con Córdoba, impulsada por Bartolomé Mitre, quien optó por unir ambas ciudades en lugar de conectar Córdoba con Buenos Aires. Esa decisión fortaleció enormemente a Rosario. La Guerra del Paraguay (1864-1870), que posicionó al puerto rosarino como una pieza estratégica para el comercio y la logística militar. Estos factores, sumados al auge de la exportación de trigo impulsada por Carlos Casado del Alisal, consolidaron el despegue económico de la ciudad a fines del siglo XIX. “Rosario fue hija de su esfuerzo, pero también de las coyunturas nacionales e internacionales que le permitieron crecer —explicó Suárez—. No basta con el trabajo individual: también se necesita un entorno que acompañe”. Durante mucho tiempo, el río Paraná fue percibido más como un recurso económico que como un lugar de esparcimiento. “Hasta los años 90, el acceso a la costa era prácticamente imposible”, señaló Suárez. Recién con la apertura del balcón al río y el desarrollo del Parque España, los rosarinos pudieron reencontrarse con su paisaje fluvial. Hoy, la ciudad disfruta de una relación más cotidiana y afectiva con el río, aunque Suárez recuerda que “por mucho tiempo, mirar el río era ver bajar y subir containers; no algo especialmente entretenido”.
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