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Parana » Informe Digital
Fecha: 05/10/2025 11:11
La guerra en Sudán, iniciada en abril de 2023, ha causado hasta 150.000 muertos, ha desplazado a un cuarto de la población y ha dejado a la capital, Jartum, sumida en el caos. Más allá de la catástrofe humanitaria, el conflicto se erige como un inquietante ejemplo de cómo podrían ser las guerras del futuro: internacionalizadas, fragmentadas y de difícil resolución. Según Foreign Affairs, la implicación de múltiples potencias regionales y globales, junto con el fracaso de los mediadores tradicionales, presagia una nueva era de conflictos en la que la paz se vuelve cada vez más esquiva. El choque enfrenta a las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF), comandadas por el general Abdel Fattah al-Burhan y apoyadas por Egipto, Arabia Saudita y otros aliados, contra las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, que recibe respaldo de Emiratos Árabes Unidos (EAU) y de países dependientes de Abu Dhabi, como Chad. El conflicto, que se inició en Jartum y se extendió con rapidez a otras regiones, ha polarizado a los Estados vecinos y ha atraído a actores como Turquía, Argelia, Irán, Qatar, Eritrea, Yibuti, República Centroafricana, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán del Sur, Uganda y Libia, cada uno con intereses y alianzas en constante cambio. En septiembre de 2024, Egipto, Arabia Saudita, EAU y Estados Unidos —el llamado “Quad”— anunciaron una hoja de ruta conjunta para intentar poner fin a la guerra. El plan proponía una tregua humanitaria de tres meses, seguida de un alto el fuego permanente y de un proceso político liderado por los propios sudaneses. La iniciativa, fruto de meses de negociaciones impulsadas por Washington, representó un avance diplomático significativo, según Foreign Affairs. Sin embargo, la propuesta se estancó pronto: los combates continuaron y la SAF rechazó públicamente el acuerdo, lo que dejó en evidencia la profundidad de la fractura entre las partes y la dificultad de coordinar a todos los actores externos. El mapa geopolítico del Cuerno de África cambió de forma radical en los últimos 15 años. Durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, Estados Unidos ejercía una influencia dominante en la región, centralizando los esfuerzos de mediación y estabilización. Washington respaldó acuerdos clave, como el proceso de paz de 2005 que puso fin a la anterior guerra civil sudanesa y supervisó la partición entre Sudán y Sudán del Sur. Los países europeos solían alinearse con la línea estadounidense, y las potencias regionales rara vez cuestionaban esos procesos diplomáticos. No obstante, la influencia estadounidense se ha erosionado de manera sostenida. Mientras Washington reorientaba su atención hacia China y se veía absorbido por disputas en Oriente Medio, potencias regionales como EAU, Arabia Saudita, Turquía y Qatar aprovecharon el vacío para ampliar su presencia política y económica en el Cuerno de África. EAU, por ejemplo, ha invertido USD 59.000 millones en África en la última década, situándose como el cuarto mayor inversor extranjero del continente. Arabia Saudita ha destinado USD 26.000 millones, con un fuerte foco regional. Estas inversiones han impulsado desarrollo, pero también han intensificado la competencia y la fragmentación de intereses. La guerra en Sudán muestra cómo la proliferación de actores externos complica la resolución de conflictos. Tras el derrocamiento del dictador Omar al-Bashir en 2018, Sudán tuvo una oportunidad histórica para una transición hacia un gobierno civil, respaldada por Estados Unidos y otros socios internacionales. Sin embargo, la dinámica regional terminó favoreciendo a los militares, que mantenían vínculos estrechos con Egipto, Arabia Saudita y EAU. Cuando estalló la guerra entre la SAF y la RSF, Egipto elevó su apoyo al ejército sudanés, mientras que la RSF recibió respaldo logístico y financiero de EAU, pese a las negaciones oficiales de Abu Dhabi. Según funcionarios africanos, árabes, estadounidenses y europeos citados por Foreign Affairs, EAU habría mantenido a la RSF abastecida mediante rutas que atraviesan Libia, bajo control del general Khalifa Haftar, aliado de Abu Dhabi. Arabia Saudita, aunque oficialmente neutral, reforzó su apoyo diplomático y económico a la SAF, preocupada por que el colapso del Estado sudanés desestabilice el Mar Rojo y ponga en riesgo sus intereses estratégicos. La intervención de estas potencias ha polarizado la región en bloques: Eritrea y Yibuti se alinearon con la SAF, mientras que Chad, República Centroafricana, Etiopía, Kenia, partes de Somalia, Sudán del Sur, Uganda y Libia mantienen relaciones cercanas con la RSF, aunque algunos intentan preservar la neutralidad. Esta maraña de alianzas no ha simplificado el conflicto; por el contrario, ha permitido que ambos bandos sigan combatiendo pese a las derrotas y ha hecho que la paz sea prácticamente inalcanzable. Como señala Foreign Affairs, “el enredo de intereses regionales no solo ha agravado la guerra, sino que ha hecho que la pacificación sea casi imposible”. Los esfuerzos de mediación se han sucedido sin éxito. En los primeros seis meses del conflicto, Estados Unidos y Arabia Saudita intentaron negociar la paz en Yeda, pero el proceso excluyó a Egipto y EAU y no avanzó. Más adelante, líderes de Yibuti, Etiopía y Kenia casi lograron sentar a Burhan y a Hemedti en diciembre de 2023, pero la falta de respaldo árabe frustró la iniciativa. Un intento de mediación de Egipto y EAU a comienzos de 2024 tampoco prosperó, y en agosto una nueva ronda de conversaciones en Suiza se vino abajo cuando la SAF se negó a participar. La administración estadounidense actual intentó alinear a Egipto, Arabia Saudita y EAU para poner fin a la guerra, pero incluso tras el anuncio de septiembre las partes se distanciaron del acuerdo y la violencia se intensificó. La multiplicidad de actores y la ausencia de un centro de gravedad han reducido la ambición de los procesos de paz. Los grandes acuerdos integrales han sido reemplazados por treguas que apenas congelan el statu quo, porque son lo único en lo que todos pueden coincidir. Mientras tanto, el conflicto se agrava: han aparecido armas avanzadas, como drones y sistemas antidrones, y la RSF lanzó ataques aéreos de largo alcance sobre Port Sudan. La capital colapsó y la élite profesional y creativa del país se exilió. La fragmentación interna se profundizó en agosto, cuando la RSF instauró un gobierno paralelo en Darfur, consolidando la partición de facto del país. El conflicto sudanés no solo amenaza con desbordar fronteras nacionales. Las tensiones entre Etiopía y Eritrea, que mantienen una paz frágil desde 2000, elevan el riesgo de una nueva guerra interestatal que podría entrelazarse con la crisis sudanesa, dada la polarización regional actual. Según Foreign Affairs, la internacionalización de los conflictos africanos es una tendencia creciente: en la última década, el número de guerras en el continente se ha duplicado y cada vez más gobiernos extranjeros participan directamente en los combates. La experiencia sudanesa deja una advertencia sobre el futuro de la mediación internacional: los conflictos ya no se resuelven bajo el liderazgo de una sola potencia, sino en escenarios donde múltiples actores con intereses irreconciliables compiten por influencia y protagonismo.
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