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» Diario Cordoba
Fecha: 04/10/2025 12:04
Sabes Bob que al final no vamos a hacer esa película infinita de la que tanto hemos hablado en mis sueños. Podría haber girado en torno a un Scott Fitzgerald ya caído que ve pasar sus últimos días laboriosos, como guionista sin acreditar, en el apartamento de Sheila Graham, en Hollywood, en una urbanización llamada El jardín de Alá: un nombre que en 1940 todavía tiene el toque de exotismo hollywoodiense del momento y no puede molestar a nadie. Iba a ser una película que de alguna manera respondiese a la versión de El gran Gatsby que Jack Clayton rodó contigo en Inglaterra en 1973, de la que hemos hablado alguna vez. Quizá demasiado lenta para el ritmo de Scott, pero con encanto. La gente que no te conocía en el rodaje creyó que eras un engreído, demasiado absorto en tu papel de estrella tras El golpe y Tal como éramos, porque entre toma y toma no salías de tu caravana. No podían imaginar que recibías la prensa estadounidense y estabas fascinado por los artículos de dos jóvenes periodistas del Washington Post: Bob Woodward y Carl Bernstein. Te encerrabas a leer, subrayabas, te dabas cuenta de que ahí había una historia fabulosa sobre la dimensión real del poder de la administración Nixon. Entonces, una mañana, te decidiste a llamar al Washington Post y preguntaste por Bob Woodward. Cuanto te pusieron con él, te preguntó quién eras y contestaste, pensó que lo llamaba algún chalado que se estaba haciendo pasar por ti y te colgó. Poco después, al terminar el rodaje de El gran Gatsby, te fuiste a vivir a Washington. Cuando te vieron entrar en el Post, Bernstein y él supieron que la llamada del chalado o el bromista iba en serio: alquilaste un apartamento cerca del periódico que sería vuestra oficina de trabajo. Les aseguraste que tenían que escribir un libro sobre el caso Watergate y que después tú harías la película. Cuando se publicó Todos los hombres del presidente, Woodward dijo que habías sido el alma y el motor del libro, y después tú lo interpretaste en una película fantástica que se estrenó un año después de Tiburón y tuvo, prácticamente, el mismo éxito. «Hemos hecho un Tiburón para esa gente que se pregunta cosas», dirías por entonces. Ese concepto de una idea asociada a la verdad de un hombre te ha hecho levantar tu propia carrera y el festival de Sundance. Quizá ahora que estás en esa eternidad de la llanura puedas leer mi libro de poesía Vida y leyenda del jinete eléctrico, que es un rayo en tu filmografía y su poética: el conflicto entre la libertad individual y los poderes que nos cercan. Demócrata sin sectarismo y con voz propia, pintor en París y director de El río de la vida. Dale un abrazo a Paul. Y galopa, jinete, por los cielos de África. *Escritor
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