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» Clarin
Fecha: 03/10/2025 01:10
El muchacho a quien todos llaman Pequeño J baja de la parte trasera de un camión que recorre una ruta peruana rumbo a Lima. Luce igual, exactamente igual, que en las fotos que inundan las pantallas de la TV argentina desde hace una semana. Le dice al policía su nombre completo y verdadero. Lleva un teléfono celular con el mismo chip que usaba en la Argentina y que sirvió para rastrearlo con precisión. “No tengo nada que ver con el crimen de las chicas”, dice, antes de que le pregunten. Queda claro de inmediato: Pequeño J no es un gran narcotraficante. No tiene antecedentes penales en Perú y los investigadores argentinos no lo conocían. Pero, ¿cómo pasamos de Pequeño J y sus pequeños cómplices -una decena de marginales que no pasa de los veintipico- a los crímenes atroces de tres chicas, cometidos con la planificación y ferocidad de los grandes carteles de la droga? La explicación de ese punto es un dilema. Una hipótesis es que esta banda pudo haber copiado el método del espanto para imponerse en su territorio, lo que significa automáticamente que hay un contexto desconocido de lo que pasó. Porque ¿con quiénes compite la banda de Pequeño J, para quiénes era el mensaje del triple crimen y, además, quiénes son los grandes proveedores de los pequeños jota desconocidos que pululan por los barrios con su matriz intacta? Los protagonistas de esta historia se asoman a algunas de las herramientas clásicas de la supervivencia en la marginalidad: drogas, prostitución, timba electrónica con criptomonedas desde un celular con la pantalla rota. Una estructura donde cada uno sueña un nombre propio desde la oscuridad de las colectoras. Ser alguien donde el destino marca ser nadie, como sea. El contexto siempre es la droga que recorre el territorio con naturalidad para salir hacia Europa, Africa o incluso al sudeste asiático por Chile, y que derrama en el camino pagos en especies para el consumo local y para que los caminos no encuentren barreras: hay policías, gendarmes, concejales, intendentes y jueces presos por narcotráfico en causas nacionales o provinciales, separadas una de la otra, pero afluentes del mismo mar. Un día nos levantamos con tres cadáveres en un zanjón de General Rodríguez y descubrimos que había un negocio colosal con la efedrina, que incluía autorizaciones oficiales de importación en cantidades industriales que superaba por decenas lo que necesitaba la industria farmacéutica. Sólo ahí vimos una maniobra que llevaba años: cuando aparecieron tres cadáveres. El año pasado aparecieron dos chicas asesinadas en La Matanza por una causa narco. Antes, otras dos habían sido halladas en Quilmes. Y dos jóvenes fueron quemados vivos, adentro de una camioneta en Monte Grande. “El conurbano está lleno de pequeños jotas, y hace muchos años que hablamos de Rosario y no de La Matanza”, dice un fiscal que sigue causas de narcotráfico. Así “descubrimos” también el drama narco en una villa de Tres de Febrero, cuando murieron 24 personas en la misma noche por consumir cocaína envenenada. Las avionetas con cocaína bajaban en Salta hace 20 años. En Santiago del Estero hace 10. En Entre Ríos hace 5. Ahora ya detectan aterrizajes clandestinos en la provincia de Buenos Aires. Pasa todo el tiempo. Noticias sueltas que vuelan como hojarasca entre la inagotable coyuntura del dólar, la inflación o la rosca política. Hasta que un día nos despertamos con tres chicas asesinadas durante un festín de horror en un sitio random del conurbano y nos volvemos a preguntar qué pasa. Eso pasa. Lo que nunca vemos si no hay tres cadáveres. Mirá también Mirá también La captura de "Pequeño J" y su número dos: cuánto puede demorar la extradición y la expulsión de Perú
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