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» Elterritorio
Fecha: 02/10/2025 07:22
miércoles 01 de octubre de 2025 | 6:00hs. Al fenecer el medioevo y entrar a la edad moderna, concomitante, los liberales de la Ilustración en España fueron acérrimos anticlericales y, ya en Sudamérica, enemigos de todo lo que fuera Jesuita. Uno de los primeros supo ser Félix de Azara, quien viviera en una época donde expresar todo lo mal posible de aquellos curas estaba de moda. A estos lares llegó en 1778, diez años después de la expulsión jesuítica y se instaló primariamente en Asunción donde su hermano, Nicolás, encomendero él, integraba una especie de asociación de encomiendas. Y como es sabido, estos fueron enemigos acérrimos de los Misioneros, ya que no tenían permitido entrar por cédula real a los pueblos de la Misión, tampoco rescatar a algún indio que escapara y buscara refugio. Entonces se explica que sus diferencias con los Jesuitas sean los de un enemigo que le impide tener ganancias. Azara fue ingeniero militar que vino a tratar los límites de las posesiones en América de los reinos de España y Portugal con sus pares lusitanos. Por inclinación vocacional fue un estudioso naturista, donde se destacó por su gran obra, ya que en el transcurso de sus 20 años por estos lares describió alrededor de 480 variedades de animales, de cuya investigación constató que más de la mitad fueron nuevas especies. De esta manera, por esos estudios zoogeográficos en esta parte de América, fue reconocido en el recinto mundial de la biología y un merecido lugar para estar en el bronce de la historia. Aunque muchos paraguayos no le perdonan que haya comparado el dialecto guaraní, hoy idioma, con el ladrido de los perros. Hernandarias, Hernán Arias de Saavedra 1561-1634, primer gobernante criollo del Río de la Plata, reconocido por su gran honestidad, favoreció la introducción de los Jesuitas y luego estimuló el establecimiento de pueblos de las Misiones. Además, combatió por igual a los bandeirantes en busca de presas humanas y al sistema de encomiendas donde el indio trabajaba hasta morir por una ración de comida diaria. Al igual que Ruiz de Montoya, solicitó al rey de España que los indios pudieran armarse y defenderse contra la horda lusitana esclavizante. Lucha armada en que los misioneros junto a los curas guerreros, venidos a instruirlos, derrotarían a los Bandeirantes en la Batalla anfibia de Mbororé en 1635. Hernandarias nunca se enteró, falleció tres meses antes. Leopoldo Lugones fue nuestro acérrimo anticlerical local, por ende, escribió en contra de los Jesuitas. Debido a su brillante prosa se lo compara con Jorge Luis Borges, y este lo elogió como “el primer escritor de nuestra república”, aunque personalmente se tenían tremenda tirria. De él se decía “se pone a hablar y convencía. Se pone a escribir y asombraba”. Supo repudiar el lema de los Jesuitas: “Trabaja como si el éxito dependiera de tu propio esfuerzo. Pero confía como si todo dependiera de Dios”. Su libro, El Imperio Jesuita, es una crítica morbosa sobre los jesuitas de las Misiones guaraníticas. Comienza expresando que, debido a la conquista, España se quedó en el tiempo y mientras en el norte se hacían colonos e industriales, en Sudamérica engendraron truhanes a semejanza de los habitantes de la península ibérica. Allá en España -escribía- los mestizos moros se rebelaron para liberarse de 700 años de dominio musulmán. Símil, los mestizos en América se unieron para echar al español, pero admitieron a los curas jesuitas que, con la teología hueca y la piedad acomodaticia, influyeron sobre la conquista espiritual haciendo de las conversiones un asunto mecánico. Querían los curas bautizar a toda costa. “A veces una tribu vencida por la tarde era cristianizada al día siguiente, sin otra comunicación evangélica que la muy precaria entre vencedor y vencido. Fue una sustitución de su idolatría, mísera y rudimentaria, por otra llena de ceremonias aparatosas en las cuales era dado participar con trajes de viso y títulos que halagaban la pasión del fausto, tan dominante en el indio”. Lugones fue relator insidioso del pasado jesuítico misionero. Brillante pasado que terminó con la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767. Culminación postrera de una cohorte de enemigos que se juntaron como plaquetas en la herida para difamarlos. Aquelarre de reyes rencorosos, cortesanos haraganes, encima ociosos; monjes envidiosos, congregaciones celosas, funcionarios avaros y los ambiciosos de siempre. Demasiada potencia reunida con un objetivo común, para que un puñado de curas desamparados pudieran defenderse mediante la cruz y los santos evangelios, sus antiguas y siempre vigentes armas. ¿Pero sabrán estos ignorantes ambiciosos que la modernización y la civilización nunca estarán por encima de la fe? Estos hombres de buena voluntad arribaron a las nuevas tierras con la pujanza de los fanáticos que imponen su credo y convierten en fortaleza lugares que fueran baldíos. Ellos se lanzaron con el tesón de los estoicos a predicar, educar y civilizar América con el concepto de que la civilización residía en Europa, ahora eran objeto del escarnio y difamación por parte de una cohorte de difamadores. No obstante, sirvieron al principio para dulcificar y cristianizar con la cruz y la paciencia a los indígenas, y con el empeño de las termitas se dedicaron a levantar pueblos donde otrora nada había, construyendo iglesias, edificando escuelas, cabildos y establecimientos agropecuarios en cuyos campos de pastoreo asentaron miles de animales domesticados. Y se cumplió nomás la expulsión de los jesuitas, ordenada por el rey Carlos lll de todos sus dominios bajo la premisa del despotismo ilustrado en boga. Años más tarde, el Papa Clemente XlV, cediendo a la presión de los monarcas lanza el decreto Dominus ac Redemtor, borrando de la faz de la tierra a la Compañía de Jesús. Ya trashumantes, fueron recogidos por la Emperatriz Catalina La Grande de Rusia, donde actuaron culturalmente y en la cual sacaron a miles de rusos de la ignorancia. Sin embargo, fueron reivindicados 47 años después, cuando el Papa Pío Vll restituye la Orden marcando el fin de la supresión. La paradoja de la historia: El general Francisco Miranda en su residencia londinense tenía entre manos el documento ‘Carta dirigida a los españoles americanos, por uno de sus compatriotas’. Firmado por Juan Pablo Viscardo y Guzmán, un oscuro jesuita nacido en Perú que, vuelto de Rusia, recaló en Londres y trató de hablar hasta con el Rey para entregar su proclama revolucionaria de cómo liberar América del yugo español. Miranda lo recibió sin expectativa alguna suponiendo que sería uno de los tantos panfletos que circulaban sobre posibles revoluciones que podrían consumarse en la América española. Leyó sin interés, pero una vez concluido, ¡oh, sorpresa!, quedó tremendamente impresionado del texto y, conmovido, volvió a releerlo una, dos y tres veces, hasta que la lógica reflexión lo hizo entender que el contenido no expresaba artilugios de cómo hacer la revolución, sino que se trataba de un altísimo mensaje de doce largos puntos que daba sustento ideológico a la expresión más pura de la libertad de los pueblos. En la última reunión de la logia en Londres, Miranda, Bolívar, Alvear y San Martín se aprestaban a viajar a América dispuestos a organizar la liberación de la américa española, inspirados en el documento del jesuita Vizcardo y Guzmán.
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