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» Diario Cordoba
Fecha: 01/10/2025 08:45
«Si fuera más guapa y un poco más lista, si fuera especial, si fuera de revista tendría el valor», decía la Oreja de Van Gogh en su canción Jueves. Me pregunto cuántas cosas hemos dejado de hacer las mujeres por pensar que nunca somos suficientes. A cuántas oportunidades hemos cerrado la puerta nosotras mismas. Cuántos besos no hemos dado y cuántos te quieros no hemos sido capaces de pronunciar. Cuánta vida habremos perdido en el intento de ser perfectas. Me pregunto -aunque sé que no es difícil obtener la respuesta- quién se encarga de que en nuestra cabeza resuene que podemos ser más atractivas, más interesantes, más apetecibles, más, más, más. Que una vida es digna de vivir solo si cumples con unos requisitos inalcanzables que capitalizan nuestro cuerpo. Centros estéticos con listas de espera, gimnasios que prometen lucir tu mejor cuerpo en verano, gurús de la salud recomendando dietas milagro. Hasta nos dicen qué tipo de ropa debemos usar según nuestro tipo de cuerpo. Después de todo esto, también me pregunto: ¿Dónde queda quiénes somos? ¿Cómo vamos a conocernos, a escucharnos, a abrazarnos si nuestra energía y nuestro tiempo lo invertimos en conseguir una versión de nosotras que no hemos elegido? ¿Cómo voy a ser buena amiga, buena profesional, buena pareja si estoy ocupada intentando no fallar? En psicología, a este conflicto interno entre lo que queremos ser y lo que sentimos que debemos ser se le llama disonancia cognitiva. Es ese malestar que vivimos cuando nuestro comportamiento no se alinea con nuestros valores. Por ejemplo, podemos creer que nuestro valor no depende de nuestro físico, pero al mismo tiempo pensar: «Hoy no puedo comer mucho porque voy a ponerme un vestido ajustado y no quiero verme hinchada». Y es así como nos mantenemos atrapadas en una lucha que muchas veces ni siquiera reconocemos. Pero no todo está perdido. Me tranquiliza presenciar cómo somos cada vez más las que tomamos conciencia de esto. Cuando en una sobremesa ya no se juzga el físico de una persona (porque sí, algo de lo que también se ha encargado este sistema es de convertirnos en juezas de vidas ajenas). Cuando una mujer alza la voz para defender a otra que está siendo atacada por cuerpo. Cuando decimos «qué feliz se te ve» en vez de «qué guapa estás» porque sabemos que importa más lo primero que lo segundo. Cuando nos observo desconstruyendo aquello que hemos aprendido a base de sufrir y de hacer sufrir. Y por fin entendemos que nuestro cuerpo es la suma de nuestros recuerdos, de nuestros logros y tropiezos. Que es nuestro cuerpo el que nos permite tocar a la gente que queremos, articular lo que sentimos, caminar, reír y, en definitiva, vivir y ser vividas. No, nuestro cuerpo no es el enemigo. *Psicóloga
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