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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/09/2025 06:35
Una familia abandona su casa en Gaza tras la ofensiva de Israel Cada año, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado el último fin de semana de septiembre. En este 2025, en el marco del Año Jubilar, la propuesta es vivir desde el 28 de septiembre hasta el 5 de octubre una semana que combine oración, gestos concretos y alegría compartida junto a quienes han debido dejar su tierra natal. El Papa León XIV, en su mensaje para esta ocasión, no elude la gravedad del contexto mundial: “Los países privilegian sus propios intereses y no propician la integración, favoreciendo el rechazo a los migrantes con políticas cerradas y excluyentes”. Para el Pontífice, esta actitud es reflejo de una sociedad que se encierra en sí misma y ve al migrante como una amenaza. Sin embargo, la historia de la humanidad demuestra lo contrario. La migración ha sido siempre signo de apertura: aceptar al que piensa y habla diferente abre horizontes y transforma la vida en común. Allí donde algunos ven una pérdida, una comunidad con el corazón abierto descubre la riqueza de quienes llegan: su fuerza, sus conocimientos, su capacidad de trabajo y, sobre todo, su esperanza. “Numerosos migrantes, refugiados y desplazados son testigos privilegiados de la esperanza vivida en la cotidianidad”, recuerda el Papa, destacando la fe con la que enfrentan adversidades y se proyectan hacia un futuro mejor. Voces de los que caminan Fatma, una joven madre de Gaza, debió abandonar su casa tras los bombardeos que destruyeron su barrio. Con sus dos hijos cruzó a Egipto y desde allí buscó refugio en Europa. “Me fui sin nada, solo con la ropa que llevaba puesta y la foto de mis padres en el bolsillo. Dejé atrás todo, pero no la esperanza. Hoy lo único que pido es que mis hijos crezcan sin miedo a las sirenas ni a las explosiones”, cuenta con la voz quebrada. En Argentina, también abundan historias de quienes llegaron en busca de paz y un futuro mejor. Víctor, un ingeniero venezolano que llegó hace cinco años, recuerda su primer día en Buenos Aires: “No conocía a nadie, pero un vecino me abrió la puerta de su casa y me invitó a cenar. Allí entendí que este país tiene una tradición de hospitalidad que todavía se respira. Hoy trabajo, mis hijos estudian, y aunque extraño mi tierra, siento que encontré un lugar donde volver a empezar”. Estos testimonios ponen rostro y carne a la afirmación del Papa: los migrantes no vienen a quitar, sino a dar vida, energía y esperanza a las comunidades que los acogen. Una Iglesia en camino La Iglesia se reconoce en ellos: su propia identidad es la de un pueblo en camino, una comunidad peregrina que recuerda que la patria definitiva no se encuentra en esta tierra, sino en el horizonte de Dios. En este Jubileo, la invitación es clara: dejar que la pluralidad del mundo no nos divida, sino que nos desafíe a crecer juntos. Las diferencias no son muros, sino puentes que nos enriquecen y nos convocan a una fraternidad más real. Por eso, el Papa León XIV propone mirar a los migrantes no solo como necesitados de acogida, sino también como “misioneros de esperanza”: hombres y mujeres que, con su fe y su testimonio, pueden revitalizar comunidades cansadas y abrir caminos de diálogo interreligioso en las sociedades que los reciben. “No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles” (Heb 13,2), nos recuerda citando la carta a los Hebreos. Hoy más que nunca, en un mundo marcado por guerras, injusticias y crisis climáticas, los migrantes son hermanos y hermanas que nos llaman a reconocer la dignidad de todos como hijos de Dios. Celebrar con ellos el Jubileo es comprometerse a construir un mundo más parecido al Reino de Dios: un hogar donde nadie quede afuera.
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