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  • El país modelo que vota en contra de su propio “éxito”

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 27/09/2025 07:05

    Sin embargo, la realidad golpea con datos concretos: un dólar por encima de los 1.400 pesos, un riesgo país que ronda los 1.100 puntos, una recesión que destruye el consumo interno y un 60 % de la población en situación de pobreza. En este marco, las elecciones legislativas dejaron un mensaje inequívoco: la sociedad votó masivamente en contra del proyecto de gobierno, con una diferencia de 14 puntos que desnudó la distancia entre el relato oficial y la experiencia cotidiana de millones de argentinos. Ads El espejismo del “éxito” El discurso económico del gobierno se apoya en dos pilares: el equilibrio fiscal y la estabilidad cambiaria. Pero ambos logros son más frágiles de lo que se reconoce. El superávit primario se sostiene, en buena medida, sobre la postergación de pagos y la licuación del gasto social, más que sobre un ordenamiento genuino del Estado. La estabilidad del dólar, por su parte, se mantiene a costa de tasas de interés altísimas, recesión profunda y una contracción inédita del crédito. En realidad, detrás de estos números se esconde un intervencionismo feroz del Estado, en total contradicción con el relato de la “libertad de mercado”. No solo hay cepo reforzado, controles de importaciones y regulaciones financieras, sino también una manipulación constante del tipo de cambio a través de la tasa de interés, que impacta directamente sobre el dólar y, en consecuencia, sobre la inflación. Nada de lo que se muestra como “logro” es natural: es el resultado de una ingeniería de controles que desnuda la fragilidad del modelo y su dependencia absoluta de la intervención estatal. El costo social de este esquema es evidente. Los salarios reales se derrumban, el desempleo crece y la pobreza se expande incluso entre sectores que hasta hace poco pertenecían a la clase media. Lo que se presenta como un “modelo de orden” termina siendo, en la práctica, un sistema que concentra beneficios en pocos ganadores —exportadores, especuladores financieros— mientras amplias mayorías ven deteriorarse su calidad de vida. Ads La paradoja es evidente: se declama un dogma de mercado puro mientras se gobierna con controles férreos y manipulación de todas las variables clave de la economía. El voto como termómetro social Ads En este contexto, el resultado electoral no fue un accidente coyuntural: fue la expresión política de una economía que, lejos de mejorar la vida de la gente, la está deteriorando. Perder por 14 puntos en el principal distrito electoral del país no solo es un dato político; es una señal de alarma sobre la sustentabilidad del modelo. La sociedad no vota planillas de Excel ni balances fiscales. Vota en base a su experiencia diaria: si llega o no a fin de mes, si consigue trabajo, si sus hijos pueden estudiar, si accede a medicamentos o si las tarifas de servicios básicos resultan impagables. En ese terreno, la narrativa del “éxito” se estrella contra la realidad. Un modelo único… pero en contra del mundo Ads El gobierno insiste en que la Argentina está construyendo un modelo “único en el mundo”. En parte tiene razón: no hay antecedentes de un ajuste tan veloz y profundo sin red de contención social, sin inversión pública y con un desarme total del rol del Estado en áreas clave como salud, educación, ciencia y tecnología. El problema es que, lejos de ser un ejemplo a seguir, este experimento aparece como una anomalía. Mientras otros países de la región buscan equilibrar sus cuentas sin destruir el tejido social, Argentina ensaya un camino de shock que combina ortodoxia fiscal extrema con ausencia de políticas de desarrollo. El resultado, hasta ahora, no es admiración externa, sino desconfianza interna y escepticismo internacional. El relato en crisis La derrota electoral pone en evidencia lo que muchos advertían: el relato del éxito no se sostiene con la realidad. La Argentina no es un país modelo en crecimiento, sino un país en recesión con un ajuste insostenible. No es un país que inspira confianza en los mercados, sino uno con un riesgo país de 1.100 puntos, que marca desconfianza total. No es una economía que ordena sus variables, sino una sociedad que se hunde en pobreza y desigualdad. La gente votó con el bolsillo, con la heladera vacía y con la certeza de que detrás de las promesas de orden se esconde un futuro de mayor exclusión. Ese voto masivo en contra no es un capricho: es el recordatorio de que ningún modelo económico puede sostenerse si desconoce las necesidades básicas de su pueblo. ¿Y ahora qué? El resultado electoral obliga a repensar la estrategia oficial. Persistir en el mismo camino, ignorando el mensaje de las urnas, solo profundizará la crisis política y social. El desafío es reconocer que la sostenibilidad no se logra solo con equilibrio fiscal, sino con un Estado que garantice servicios públicos de calidad, con políticas de desarrollo productivo y con un horizonte de crecimiento inclusivo. La derrota no fue un accidente: fue el eco de un malestar social frente a un modelo que, pese a proclamarse “exitoso”, no logra mejorar la vida cotidiana de la gente. Y es, al mismo tiempo, una advertencia sobre lo que puede suceder en las elecciones nacionales si no hay un cambio de rumbo. Pero todavía hay tiempo. Si el gobierno escucha el reclamo de las urnas y reacciona con sensibilidad social, puede reencauzar su estrategia. Reconocer las necesidades de la gente no es un signo de debilidad, sino de madurez política. Sería lo mejor para todos que la sociedad vea que el gobierno comprende el mensaje y actúa en consecuencia, porque solo así podrá reconstruir la confianza y abrir un horizonte de esperanza compartida.

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