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» Diario Cordoba
Fecha: 26/09/2025 03:17
¡Pasen y vean! ¡El espectáculo va a comenzar! Sobre el escenario, el protagonista es Donald Trump, que interviene en la Asamblea General de Naciones Unidas ante los máximos representantes de la comunidad internacional. Se podía esperar de un líder mundial un análisis riguroso, unas propuestas serias y una llamada a los consensos para superar los grandes desafíos de nuestros días. Nada de eso ocurrió, si bien al día siguiente Felipe VI ponía cordura frente a tanto dislate. El enterrador del multilateralismo, de los equilibrios y los consensos mundiales pese a la evidencia de la aldea global, condenó a Naciones Unidas en coherencia con su salida de EEUU del Acuerdo de París sobre el cambio climático, o de los Acuerdos con Irán sobre el programa nuclear. A lo que respondió sin titubeos nuestro Jefe de Estado señalando que «creer en las Naciones Unidas es creer con firmeza en la universalidad de los principios y valores recogidos en su Carta y en la Declaración de Derechos Humanos; es eludir la tentación de modularlos con particularismos, con relativismos, con excepciones. Porque la dignidad del ser humano no es negociable. Creer en las Naciones Unidas es, también, creer en un mundo basado en normas. Las normas son la voz de la razón aplicada a las relaciones internacionales, la mejor defensa que tenemos ante la ley del más fuerte. Un mundo sin normas es una Edad Media». Condenando, de otro lado, el terrorismo de Hamás, pero exigiendo a Israel que pare la masacre de Gaza y sus actos aberrantes «que repugnan a la conciencia humana». La faena del niño grande de Queens, este profeta de la paz que iba a terminar con el conflicto de Ucrania en unos días como pregonó, y que ya ha terminado con 7 guerras -proclama, aunque todos lo ignoran-, sólo recibe peticiones por la calle para el Premio Nobel de la Paz, según manifestó borracho de jactancia. El sembrador de bulos, pues dijo sin fundamento que ONU está financiando la inmigración irregular, afirmó «vuestros países están yendo al infierno por motivo de la inmigración» en un acto de clara «coherencia», porque este empresario es hijo de madre inmigrante escocesa, nieto de abuelos alemanes, y casado con una mujer eslovena, en el país que se ha formado con inmigrantes y donde residen más de 55 millones de personas de otras nacionalidades. Contrario a ese discurso del odio se mostró Felipe VI, reafirmando los valores esenciales para la convivencia democrática, y en sintonía con esos principios, manifestó que «creemos que la inmigración, adecuadamente gestionada, es un vector de desarrollo mutuo para las sociedades de origen, tránsito y destino, y que los derechos humanos de los migrantes deben ser, en consecuencia, la referencia principal de nuestra acción. Por eso apoyamos con convicción plena la aplicación del Pacto Mundial Migratorio y de Refugiados». El sanador, o mejor dicho, el chamán de la Casa Blanca, que quería curar el Covid-19 haciéndonos tomar lejía -que él no probó, por si acaso-, ahora anda en busca del Premio Nobel de Medicina, prohibiendo el paracetamol a las embarazadas. También negacionista del cambio climático, encontró su réplica en las palabras del Monarca español, que reivindicó «la triple crisis planetaria a la que nos enfrentamos —cambio climático, contaminación y pérdida de biodiversidad—, que nos exige un refuerzo de la gobernanza y unos recursos suficientes para acelerar la transición energética justa, triplicar las capacidades de energías renovables, duplicar la eficiencia energética y continuar descarbonizando nuestras economías». Me quedo con que no tenemos solución si somos prisioneros, o de este misógino que ya dijo en una entrevista que «con las mujeres puedo hacer lo que quiera y las agarro del... porque soy una estrella», también condenado penalmente por 34 delitos de falsificación por ocultar los pagos de sus relaciones con prostitutas, o rehenes del líder ruso al que seguimos comprando gas y petróleo con el que alimenta la ocupación contra Ucrania. De otro, que los populismos en política auspiciados por la victoria del bulo encumbran a estos personajes con su deriva irracional y su discurso del miedo y la exclusión, que nos están llevando hacia un horizonte incierto y peligroso. Con líderes de este calado, Europa tiene que tomar distancias y volver a ser un referente ético desde una mayor autonomía. Es decir, me quedo con Felipe VI. De la bufonada a la tragedia existe una delgada línea. *Doctor en Derecho, abogado y mediador
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